SEÑORITOS
Irene y Pablo son los abanderados del neoseñoritismo. Los tiempos de cháchara revolucionaria vararon en la playa del lujo
Aquel chiringuito a primera orilla del Mediterráneo arracimaba trompetera flora y fauna. Pijos adictos a la emoción del calimocho, surferos de agua dulce, oportunistas a la caza de fortuna, blondas de bronce encajadas en un cuerpo fetén y amantes del paraíso rastafari fumando una hierba cuyo perfume alcanzaba por el norte Calella y por el sur Tarifa. Y entonces desembarcaban ellos a bordo de un Bentley. Chófer, padre, madre, dos criaturas y doncella uniformada. El chófer vigilaba el vehículo mientras la gotas de sudor atravesaban su frente como las de Dick Bogarde en «Muerte en Venecia». Su mirada de Bruce Lee frenaba cualquier broma. La cuidadora de las criaturas lucía cofia de antaño y ese detalle nos electrizaba. Aquella familia, tan diferente, navegaba a su aire bajo el invisible blindaje del multipelas. Flotaban sobre la espuma de su olímpico desprecio. La estampa caía entre Gracita Morales y «Los santos inocentes».
Por primera vez, supongo, vi a unos señoritos auténticos. Pero todo evoluciona, incluso degenera. Irene y Pablo son los abanderados del neoseñoritismo. Los tiempos de cháchara revolucionaria vararon en la playa del lujo. Los que temían una revuelta popular duermen tranquilos. El peligro se desinfló, hemos regresado a la casilla inicial. La pareja mora en un casoplón, cabalga sobre el metálico lomo de un cochazo acorazado, oficial, y, detalle que vindica el señoritismo de toda la vida, ese toque extra de genuino triunfo burgués, incorpora esforzada cuidadora. La niñera es la clave. La santa tradición se impone gracias a esa figura. La CUP propuso educar a los retoños en plan comuna ibicenca de los setenta y tortilla de tripi para desayunar. Celaá aseguró que los hijos no pertenecen a los padres. La gente bien, en efecto, deja a sus mocosuelos entre las manos de la niñera, la tata, la nani. Ahí estalla la diferencia. Aquel verano de engolfado chiringuito playero creí que los señoritos eran una especie en extinción. Me equivoqué. Otra vez.