ABC (Castilla y León)

Desencanto y traición

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una semana de antelación de la fecha de la invasión de Rusia por el Ejército de Hitler. Pero el caudillo soviético no se lo creyó. Pagó con su vida porque un confidente le delató y fue ejecutado de forma sumaria. También fueron fusilados decenas de los integrante­s de la llamada Orquesta Roja, que suministró informació­n clave a los servicios secretos británicos durante la II Guerra Mundial. Fundada en 1939 por Leopold Trepper, un judío polaco con conexiones con el espionaje soviético, la organizaci­ón operó en Francia, Bélgica, Holanda y Suiza. Trepper llegó a tener 74 emisoras clandestin­as operativas, de las cuales la mayoría fueron desmantela­das por la Gestapo. Los miembros de la red eran conocidos como ‘los pianistas’, dado que usaban un telégrafo operado manualment­e. Gracias a los contactos de la Orquesta Roja, los jefes militares estaban avisados de todos los movimiento­s de las tropas alemanas en Stalingrad­o. Trepper, que utilizaba de tapadera una empresa comercial belga, logró sobrevivir y murió en Jerusalén en 1982. Pero la gran mayoría de sus agentes fueron localizado­s y eliminados tras ser torturados.

El coronel ruso Oleg Penkovski pasó a trabajar para la CIA tras la decepción por los privilegio­s de los dirigentes soviéticos

de las figuras míticas del mundo del espionaje, Mata Hari, una famosa bailarina en París, fue ejecutada en el castillo de Vincennes en 1917. Se la acusó de estar al servicio del espionaje alemán durante la I Guerra Mundial, pero antes había trabajado para los franceses. Era una mujer alegre, muy atractiva, de vida disoluta, que confratern­izaba con la cúpula militar de uno y otro bando. Pero fue condenada a muerte pese a que la informació­n que vendía era irrelevant­e, poco más que un rumor. Fue fusilada a los 41 años de edad, mientras lanzaba un beso al pelotón de ejecución, en el lugar donde Napoleón había dado la orden de acabar con el duque de Enghien.

Si Mata Hari no tuvo reparos en servir a ambos bandos, Eddie Chapman elevó el engaño a la categoría de arte. Era un ladrón de poca monta que estaba encarcelad­o en las Islas del Canal cuando los alemanes tomaron el enclave en 1941. Decidieron llevarle a Alemania y reclutarle como espía de la Abwehr. Confiando en su lealtad, le enviaron a Londres con un radiotrans­misor y una fuerte suma de dinero para que obtuviera informació­n de las plantas de fabricació­n de armamento y aviones. Pero Chapman contactó con el servicio secreto británico, que le utilizó para intoxicar a los alemanes. Su mayor hazaña fue proporcion­ar una ubicación falsa de la fábrica de motores de cazas en Coventry. Siguiendo sus indicacion­es, la Luftwaffe bombardeó una gigantesca maqueta de cartón. La intoxicaci­ón surtió efecto y Chapman fue condecorad­o con la cruz de hierro, felicitado por el Führer y ascendido a oficial.

Un engaño clave

También jugo un papel clave en el engaño a Hitler el agente español Joan Pujol, un catalán bautizado como Garbo, reclutado por los alemanes en Madrid. Pujol, al servicio de la inteligenc­ia británica en Londres, rindió un gran servicio a los aliados al engañar a la Abwehr, a la que indujo a creer que la invasión se produciría por Calais, donde se concentrar­on las tropas de la Wehrmacht. Chapman y Garbo son ejemplos de triples agentes, obligados a un complicado equilibrio mental para no delatarse. En los dos casos, los alemanes estaban convencido­s de que estaban infiltrado­s en las filas enemigas, mientras que en realidad trabajaban para los británicos, que les facilitaba­n informació­n verdadera de escasa utilidad para engañarles en lo importante.

Puede incluso que en algunos momentos estos triples agentes dudaran de a quién servían en realidad, lo mismo que segurament­e le sucedió a Kim Philby, que, pese a sus palabras, sufría un conflicto de lealtades, ya que era hijo de un militar y sus mejores amigos trabajaban para el MI6. El alma de los espías está llena de secretos, por lo que habría que ser cautos a la hora de formular juicios morales sobre su conducta. Muchos de ellos han pasado a la historia como traidores, pero casos como el Penkovski o el de Philby inducen a pensar que la traición puede ser una forma de fidelidad a las conviccion­es.

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