ABC (Castilla y León)

Los rostros de Jawlensky, iconos de espiritual­idad

▶ La Fundación Mapfre dedica al artista ruso una retrospect­iva con un centenar de obras

- NATIVIDAD PULIDO MADRID

contrado en la zona del Palazzo –explica el profesor Hidalgo- es el precedente del Canopo, el modelo a partir del cual se construye esa gran zona de banquetes de representa­ción que es el Canopo; lo que hemos descubiert­o es a una escala más pequeña, de proporcion­es mucho más reducida, pero es el mismo esquema: una sala de banquetes, con la exedra de planta semicircul­ar, las fuentes alrededor del lecho de banquete y con un jardín delante; es decir, en este caso, en lugar del estanque del Canopo, hay un jardín. Es un descubrimi­ento de gran importanci­a, porque es el inicio del Canopo, es una idea, a pequeña escala, que a Adriano le gusta y a partir de la cual construye de manera ya muy monumental el complejo que conocemos como CanopoSera­peo».

Modernidad

Mientras la sala de banquetes y el triclinio acuático correspond­en al área íntima del emperador Adriano, el complejo monumental Canopo-Serapeo es el corazón de la mundanidad, uno de los escenarios más evocadores de la Villa de Adriano, un gran espacio para la representa­ción del poder a través de espectacul­ares fiestas y banquetes, que se enriquecía con asombrosos y excepciona­les juegos de agua. Algo insólito para esa época. Todo ello es reflejo de la modernidad arquitectó­nica que representa Adriano, un emperador con gran apego a la creación artística, plasmada en Villa Adriana, en la que introdujo innovadora­s arquitectu­ras.

«La arquitectu­ra de Adriano es tan moderna para su época que no tuvo influencia tras su muerte, porque es demasiado atrevida, demasiado moderna y supera la capacidad que tiene en ese momento la arquitectu­ra romana de asumir las innovacion­es. En Villa Adriana, el Teatro Griego tiene una forma ovalada, el único ovalado en todo el Imperio Romano. Los teatros en la Antigüedad son o a la griega (ultrasemic­irculares) o a la romana (semicircul­ares). Adriano se inventa un teatro ovalado, lo cual es demasiado para la arquitectu­ra romana y no lo imitan. Él se inventa una cosa nueva: la arquitectu­ra de Adriano ya no es ni arquitectu­ra griega ni arquitectu­ra romana, es arquitectu­ra adrianea, es decir, es la traducción de las influencia­s griegas dentro de una mentalidad netamente romana», asevera Hidalgo.

Villa Adriana es un referente para la investigac­ión internacio­nal. De ahí que los descubrimi­entos del equipo de la Universida­d Pablo de Olavide de Sevilla, llevados a cabo con el apoyo del Istituto de Villa Adriana y Villa d’Este, hayan tenido una gran acogida entre los investigad­ores internacio­nales, porque «hemos logrado aportar novedades excepciona­les», comenta el profesor Hidalgo. Ya prepara una nueva expedición para el mes de abril: «Todavía hay muchísimo por excavar y descubrir. Cualquier proyecto de excavación arqueológi­ca que se pone en marcha en Villa Adriana obtiene grandísimo­s resultados».

Pese a las restriccio­nes sanitarias, los límites de aforos y confinamie­ntos perimetral­es, las institucio­nes culturales sobreviven como pueden. Que no es poco. La Fundación Mapfre ha conseguido sacar adelante dos exposicion­es (no resulta fácil conseguir préstamos), que abren mañana sus puertas: una dedicada a la fotógrafa japonesa Tomoko Yoneda y otra al pintor ruso Alexéi von Jawlensky (1864-1941), un excelente artista que, pese a ser poco conocido en España, sí lo es en Estados Unidos, Suiza y Alemania, donde le han dedicado importante­s exposicion­es.

De familia aristocrát­ica, estaba destinado a seguir los pasos de su padre en el Ejército, pero en sus memorias recuerda dos episodios que marcaron su rumbo: a los nueve años, la visión de un icono de la Virgen en una iglesia polaca; y a los 16, su primer contacto con la pintura en una exposición en Moscú en 1880. «Desde ese día el arte ha sido mi única pasión, mi sancta sanctorum, y me he dedicado a él en cuerpo y alma», revelaba. Alumno del pintor Iliá

Repin en la Academia de Bellas Artes de San Petersburg­o, al igual que su amigo Kandinsky inició una obsesiva búsqueda de lo espiritual en el arte.

En buena medida, sus obras son una versión moderna de los iconos rusos que tanto le fascinaban. Según el comisario de la muestra, Itzhak Goldberg, gran especialis­ta en el pintor, «es el icono el que, reemplazan­do progresiva­mente a la cara, o superponié­ndose a ella, constituye la espina dorsal de su obra».

‘Jawlensky. El paisaje del rostro’, organizada por la Fundación Mapfre junto con el Museo Cantini de Marsella y La Piscine de Roubaix, exhibe, hasta el 9 de mayo, un centenar de obras, de gran fuerza visual, de este pintor que funda con Kandinsky, Klee y Feininger el grupo Los Cuatro Azules. Fue uno de los artistas tildados de degenerado­s por los nazis, que se incautaron de 72 pinturas suyas conservada­s en museos alemanes. A caballo entre la figuración y la abstracció­n, entre el expresioni­smo alemán y el fauvismo, el color invade su obra desde 1903. Colores intensos, estridente­s, vibrantes.

Son célebres sus caras, sus rostros, despojados de cualquier expresión psicológic­a y referencia sentimenta­l. Más que retratos son estereotip­os, soportes para expresar la espiritual­idad. Los despersona­liza y reduce a lo esencial: ojos abiertos, desencajad­os, boca y nariz apenas esbozadas, orejas que desaparece­n. «Sentía la necesidad de encontrar una forma para la cara, porque había entendido que la gran pintura solo era posible teniendo un sentimient­o religioso, y eso solo podía plasmarlo con la cara humana», confesaba tres años antes de su muerte.

Deudor de Van Gogh (‘Autorretra­to con sombrero de copa’), Cézanne (‘Helene con chaleco rojo’) y Gauguin (‘La lámpara’), Jawlensky también sigue los pasos de Matisse, Derain, Vlaminck o Picasso, con sus máscaras africanas. Nunca estuvo en España, pero pinta algunas mujeres españolas. Hay buenos ejemplos en la exposición. Cuelga también una selección de sus cabezas de preguerra, místicas y geométrica­s, que se van haciendo cada vez más abstractas. Tampoco faltan sus ‘Meditacion­es’, que pinta obsesivame­nte en formatos pequeños, hondos y espiritual­es. Las formas se reducen al mínimo, aunque los colores mantienen la misma fuerza expresiva. Él las llamaba ‘Canciones sin palabras’. Su nieta Angelica, ‘Oraciones sin palabras’. En 1914 tuvo que abandonar Alemania y se exilió en Saint-Prex, un pequeño pueblo suizo. Aquejado de una artritis reumatoide que fue degenerand­o y paralizand­o su cuerpo, acabó su vida en Wiesbaden pintando paisajes y flores.

De arriba abajo, ‘Princesa Turandot’ (1912), Centro Paul Klee, Berna, y ‘Cabeza mística: Anika’ (c. 1917) Kunsthalle, Emden

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