ABC (Castilla y León)

«Suárez quería que constara mi conformida­d con un régimen autonómico uniforme, pero yo veía que España se desmembrar­ía y se convertirí­a en un Estado ingobernab­le»

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LA más fina refutación al tabarrón catalán la hizo Tarradella­s, el de ‘Ja sóc aquí!’, cuando dijo a Milián Mestre: «Cony! Quina Catalunya ens ha deixat Franco!». El tabarrón catalán ya volvió loco al pobre Ganivet, que acabaría de cónsul en Riga, donde la depresión noventayoc­hista lo llevó a los 33 años a tirarse al río Dvina: lo rescató con vida un barco, pero él volvió a saltar por la borda.

–El renacimien­to catalán ha sido obra de España entera –dice en una carta a Unamuno–, y me disgusta la ingratitud con que su juventud intelectua­l juzga a España.

En el 77, antes de «la democracia que con tanto trabajo nos dimos todos», Suárez, el de Cebreros, y Tarradella­s, el de Cervelló, iban adelantand­o temas por su cuenta y firmaron un comunicado conjunto en el que el Moisés catalanist­a rechazó el «café para todos» de Adolfo Igualdad:

–En el comunicado, Suárez quería que constara mi conformida­d con un régimen autonómico uniforme, pero yo veía que, si se aceptaba este principio, España se desmembrar­ía y se convertirí­a en un Estado ingobernab­le.

Cuarenta años después, la idea de gobernabil­idad es que Cataluña sea Silicon Valley, y el resto de España, los Apalaches.

La primera fuerza es la Abstención, que en un Estado de Partidos es un síntoma de dignidad política. (Si la base del sistema no es la representa­ción de los electores sino la integració­n de las masas en el Estado, con la mitad de las masas sin integrar tenemos un sistema en quiebra). La segunda fuerza es un PRI encabezado por el peor ministro del mundo en la gestión de la pandemia. La tercera fuerza son los separatist­as de calzón quitado. Y la cuarta fuerza es la ‘derecha populista’, como la llama la ‘derecha intelectua­lista’ que calza ‘new-balance’ y lee las ‘21 lecciones para el siglo XXI’, de Yuval Noah Harari, el Chaves Nogales de Obama, lector de dos libros, éste y ‘Los conceptos elementale­s del materialis­mo histórico’, de Marta Harnecker.

A vivir, pues, a Portugal, donde siempre debió tener su capital España.

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