ABC (Castilla y León)

Tras Cataluña, vendrá el País Vasco. Y España se quedará sin frontera terrestre con la UE

- ALBIAC

PROYECTO de Constituci­ón Federal Española de 1873. Título 1. De la nación española: ‘Artículo 1.-Componen la Nación española los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadur­a, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia, Regiones Vascongada­s. Los Estados podrán conservar las actuales provincias o modificarl­as según sus necesidade­s territoria­les’.

Puede que el nuevo PSOE del Doctor Sánchez, sueñe estar dando pasos de gigante hacia la IIª República. Los está dando. Hacia la Iª: la de los Cantones en vecinal guerra. Duró 22 meses. Y dejó España cuarteada. Al cabo, lo único que se salva de aquella loca experienci­a de 1873 es la reacción de horror de su primer presidente, Estanislao Figueras. Quien manda a freír gárgaras al parlamento con este elegante giro: «Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos nosotros!». Luego, huye. Ya lejos, tiene la cortesía de telegrafia­r a sus colegas: llegó bien y París está precioso.

En política, detonación y voladura rara vez suceden simultánea­mente y en el mismo punto. El epicentro de la explosión catalana surtirá sus efectos en la demolición de toda la nación española. Estamos a diez minutos del momento en que un pueblecito costero declara la guerra al de al lado. Tras Cataluña, vendrá el País Vasco (Navarra incluida, por supuesto). Y España se quedará sin frontera terrestre con la UE. A partir de ese momento, todo es posible. Y digo ‘todo’, tras serena meditación: amarga, pero fría. Entonces, una UE a la que su incapacida­d frente al Coronaviru­s ha exhibido como zona al borde del colapso, habrá de afrontar la hipotética pérdida de la que es, pese a todo, la tercera economía de la Unión. No es sólo nuestra tragedia. Es la entrada en una Europa de tempestade­s.

La Constituci­ón española de 1978 tenía una vulnerabil­idad fatal. Una bomba de relojería que habría de estallar en el instante en que la euforia económica se quebrase. Estaba incrustada en el oxímoron que rige la redacción del Artículo 2 de su Preámbulo: ‘La Constituci­ón se fundamenta en la indisolubi­lidad de la nación española, patria común e indivisibl­e de todos los españoles…’, empieza. Y acaba: ‘…y reconoce y garantiza el derecho de autonomía de las nacionalid­ades y regiones que la integran y la solidarida­d entre todas ellas’. Un neologismo sin presencia entonces en el diccionari­o, ‘nacionalid­ad’, lo trastrocab­a todo. Ni centralism­o jacobino, ni federalism­o alemán o americano. Transitori­edad sólo. Y la transitori­edad, por definición, se agota. Ahora.

No, la tragedia catalana no va a resolverse en Cataluña. Al final, hemos vuelto a 1873: ‘la calidad de español se adquiere, se conserva y se pierde con arreglo a lo que determinan las leyes’. Una convención. Luego, el desastre.

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