ABC (Castilla y León)

En la sede del PP flota un siniestro. Pero cuando termine la mudanza se acabarán también los pretextos

- CAMACHO

OS años ha tardado Casado en comprender la importanci­a de los símbolos en el liderazgo posmoderno. Su etapa debió de haber comenzado con un capitoné en la puerta del inmueble de Génova. Una mudanza a cualquiera de esos edificios acristalad­os que proliferan en las zonas de expansión del Madrid terciario, con plantas diáfanas, luminosas, escasas de paredes y de despachos. Y no sólo como gesto de ruptura con el pasado literalmen­te corrupto de las postrimerí­as del marianismo, sino como necesidad imperativa de escapar de la atmósfera viciada, enrarecida, irrespirab­le, de aquella casa: de un karma fantasmal, siniestro, de una energía telúrica negativa bajo cuya influencia no podía encontrar nada bueno. Había y aún hay en esa finca, como en los castillos y mansiones de la literatura gótica, una especie de síndrome de Rebeca capaz de devorar a cualquier inquilino nuevo. La reconstruc­ción del PP, si es viable, no se puede articular cruzándose cada mañana con un montón de espectros. Sin embargo, resulta una ingenuidad creer que un simple traslado va a dejar los problemas encerrados allí dentro.

Alejarse de ese ambiente sofocante –si la operación inmobiliar­ia es transparen­te, bien auditada, y no se convierte en otro foco conflictiv­o– proporcion­ará a la dirección casadista una liberación emocional como la del divorciado que arroja el anillo nupcial a un río. Significa renunciar a una herencia cargada de presagios nebulosos. El proceso de matar al padre, que dicen los psicólogos, para afrontar la vida definitiva y resueltame­nte solo. Pero ahí no acaba todo. Más bien empieza, o debería empezar, lo que lleva demorándos­e demasiado tiempo: un proyecto político coherente, autónomo, serio, reconocibl­e a través de voces despejadas y firmes que no se paren a escuchar su propio eco. Cuando el último camión se lleve los últimos muebles de Génova 13 se habrán acabado los pretextos.

Porque, por ejemplo, la sede no tiene la culpa del descalabro catalán. Ni siquiera Bárcenas, como pretende la excusa oficialist­a, por verosímil que parezca el intenciona­do sesgo electoral de su pacto con la fiscal del Estado. El PP se ha estrellado en Cataluña porque equivocó el planteamie­nto de campaña y le entregó a Vox el capazo con el que recoger el voto del hartazgo. Porque faltó vibración y sobraron bandazos y tibieza. Porque no supo entender ni modular la estrategia e impuso al candidato el discurso de la gestión (?) cuando sus votantes querían oír el de la resistenci­a.

Cuando un edificio está contaminad­o de amianto se abandona o se tira. Pero el asbesto que intoxica la estructura orgánica del PP provoca una fibrosis mental inmune a la autocrític­a. Es un agente intangible que puede viajar a cualquier sitio y para eliminar sus síntomas no basta con quemar armarios y cambiar de oficina. Se necesita una reconstruc­ción interna de arriba abajo… o de abajo arriba.

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