Morriña trágica
«Galicia estuvo siempre presente. Su nostalgia tenía algo de terrible», según su biógrafa, Anne Plantagenet Exilio permanente «Cuando uno se exilia, es para siempre, pero también se aprende que no existen fronteras», decía la propia actriz
pareja Casares-Camus tardó varias décadas en publicarse, pero tuvo gran importancia en las nuevas generaciones de lectores, como me cuenta Plantagenet: «En mi caso, esa correspondencia fue un verdadero detonador, un descubrimiento. Se trata de un documento excepcional, literario e histórico, una formidable mina de informaciones. Antes de leerla, María Casares era, para mí, una silueta mal dibujada. Su energía, su temperamento, su intensidad, ante un Camus que parece quejoso, con frecuencia, me decidieron a escribir mi biografía». Desterrada celeste, hija de un político republicano, nostálgica de su Galicia natal, hasta la muerte, gran trágica en lengua francesa, personaje mítico y legendario, por mal conocida, con frecuencia, en su propia tierra, ha entrado en el Olimpo de las historias del cine, el teatro, el gran arte dramático. Quizá mejor apreciada en una Francia, un París, donde su talento y figura se ensalzan como propios.
Del campo a la capital
Sabela Hermida Mondelo, autora de una tesis doctoral sobre la gran trágica, recuerda que la condición del desterrado, la desterrada, tiene este puesto central en su su historia y su vida: «La vida de María Casares está condicionada y marcada por la experiencia del exilio. A lo largo de su vida experimenta un primer exilio emocional, cuando a los ocho años de edad ha de pasar de una vida alternativa entre La Coruña, pequeña ciudad en ese momento y la aldea de Montrove, en intenso contacto con la naturaleza, a una vida cosmopolita en la ciudad de Madrid, a donde se traslada su familia, con motivo de las responsabilidades políticas de su padre, en 1933. El exilio real llega en noviembre de 1936, durante la Guerra Civil española, junto a su madre, Gloria Pérez, cuando se refugian en París. En el año 1940 sufre el éxodo en la ocupación alemana. Por miedo a posibles represalias, vuelve la huida para esconderse en Burdeos, mientras su padre, Casares Quiroga, dado el peligro que corría en Francia, se traslada a Inglaterra, lo que supone una nueva y larga separación familiar».
Destierro que coincide, subraya Hermida, con una «morriña» esencial en su vida: «Desde el sentimiento y la defensa de su singularidad gallega, María Casares se universaliza a través de la creación. Durante toda su vida se sintió gallega, y como prueba de tal sentimiento, durante muchos años, cuando comenzaba en el teatro, todos los 25 de julio, día de la Patria Gallega, la actriz recitaba, a través de la radio francesa, versos en gallego de sus poetas preferidos, tales como Rosalía de Castro, Curros Enríquez o Eduardo Pondal. De la misma forma que el exilio le hizo sentirse de todas partes, también de ninguna se ha sentido. Sus propias palabras nos dejan constancia de ello: «Cuando uno se exilia, se exilia para siempre, pero también se aprende que no existen fronteras».
Menos de diez años después de su instalación en París, jovencísima, como refugiada, María Casares estrenaba en París, en 1946, uno de los grandes monumentos del teatro español contemporáneo, ‘Divinas palabras’, de Ramón María del Valle-Inclán. Dos años más tarde, era la protagonista de otro acontecimiento teatral: el estreno parisino de ‘La casa de Bernarda Alba’, de Lorca.
Con esos dos montajes, entre otros trabajos, culminaba la formación de una actriz que comenzarían a disputarse muy pronto los grandes directores de cine y teatro franceses. Su trabajo en ‘Guernica’ (1950), un documental de Alain Resnais y Robert Hessens, con textos de Paul Eduard, también le dio fama y respeto en París. Trabajo invisible en su patria.
Siguió un rosario espectacular de trabajos de los más altos vuelos consagrados a difundir la cultura española. En 1953, trabaja con Albert Camus en la traducción de ‘La Devoción de la Cruz’, la obra maestra de Calderón. En 1963, trabaja con Margarita Xirgu en el montaje de ‘Yerma’, de Lorca, en Buenos Aires, donde traba una gran amistad con un futuro gran director, Jorge Lavelli, en el montaje de las ‘Divinas palabras’ valleinclanescas. La pareja Casares-Lavelli volvería a trabajar en París muchos años más tarde.
Seguirían trabajos de primera importancia para la promoción de la cultura española en la escena internacional. Versión escénica de ‘La noche oscura’ de San Juan de la Cruz, coreografía de Maurice Béjart, en 1968. Dos años más tarde, grabación de poemas de García Lorca. En 1972, interpretación de otro clásico canónico, ‘La Celestina’, en un montaje parisino de Jean Gillibert. Un año más tarde, participación importante en ‘Las dos memorias’, un documental de Jorge Semprún en el que colaboraron Federica Montseny, Santiago Carrillo, Yves Montand, Juan Goytisolo y Xavier Domingo.
El estreno de ‘El Adefesio’
Un año después de la muerte de Franco, 1976 debía ser el año del regreso final a su patria, nunca realizado, tras el estreno madrileño de ‘El Adefesio’ de Rafael Alberti dirigida por José Luis Alonso. Tras cuarenta años de exilio, María Casares volvió a París calladamente amargada. Sin duda, la crítica fue razonablemente elogiosa. Pero las observaciones pérfidas sobre su «acento», sobre su «afrancesamiento», sobre su «distancia» de las realidades españolas, le causaron la más triste sensación.
Muchos años más tarde, en 1991, con motivo del estreno parisino de las ‘Comedias Bárbaras’ valleinclanescas, en el Théâtre National de la Colline, Jorge Lavelli, su viejo cómplice, director del teatro nacional parisino, organizó un fin de fiesta donde, entre copa y copa, María Casares nos comentó a un grupito de admiradores: «En Madrid, en Galicia, todo el mundo hablaba de mí. Pero, en el fondo, no sé si me conocían, a la luz de las preguntas que me hacían. Tener que volver a contar mi vida, tras una carrera consagrada a la cultura española, en el exilio, era muy triste para mí». Había comenzado una serie de homenajes administrativos. Hija predilecta de la Coruña (1984). Medalla de oro al Mérito de las Bellas Artes (1988). Concesión de la Medalla Castelao. Celebraciones simpáticas y tardías, cuando Francia había comenzado a instalar a María Casares en el panteón de las más grandes trágicas del siglo XX, junto a Sarah Bernhardt, otro monumento nacional, francés.
Insensible a los tardíos homenajes oficiales, muy alejados del puesto que ella tenía en la escena, el cine y la cultura francesa, María Casares regresó para siempre a Francia, sólidamente respetuosa y admirada con los frutos nuevos y maduros de la cultura española.
ESPAÑA A su regreso, no sintió reconocido lo que había hecho por el arte español