Al final, la ternura
Tres palabras vienen a mi cabeza al tener noticia de la muerte del poeta Joan Margarit. La primera es autenticidad. Creo que es muy difícil dudar de la autenticidad de sus poemas. Las otras dos me remiten, como sus poemas, a una realidad trascendida.
Pienso también en nuestra mutua admiración de tantos años en la distancia, porque nos leímos muy pronto, pero nos hemos encontrado tarde, en estos últimos años y por razones felices. Por encima de su muerte me viene ese entusiasmo que sentimos durante nuestro encuentro en Cosmopoética, en Córdoba, cuando los dos dimos un recital en la misma sesión y a la par firmamos luego nuestros libros.
El segundo momento especial y último que recuerdo es el del día en que se le entregó a Margarit, en el Palacio Real, el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, de cuyo jurado formé parte. En ese momento volví a valorar cuanto he venido diciendo, esas palabrasclaves, pero también hechos no siempre usuales, como es el de su respeto y afecto hacia las dos lenguas en las que escribió: el catalán y el castellano.
Esta actitud nos trae a la cabeza –en estos tiempos precisamente tristes por enfrentamientos e imposiciones– las actitudes de otros autores muy grandes que siguieron ese criterio no sectario de amar más de una lengua y escribir en ellas. Estoy pensando en esas cimas del siglo XX que fueron las obras de Josep Pla o Cunqueiro.
Poesía también, la de Joan Margarit, con un incuestionable sustrato de compromiso con lo más profundo, pero nunca desde la fácil retórica o la simple anécdota sino avalado por el grave compromiso del ser consciente. Por ello, celebramos en él otro término –ternura– que late en la mayoría de sus poemas; se trata de esa mirada zambranianamente piadosa sobre el mundo y el dolor del que nace el destello de sus poemas.
A veces Margarit sabía que la vida no era sino una ascensión hacia «la montaña de las tumbas»; pero enseguida, en el mismo poema, deshacía el nudo de lo trágico con versos que eran don y solución: «Aquí en lo alto/ estás salvada del dolor del mundo».