ABC (Castilla y León)

‘Jacobinism­o y bolchevism­o son dos dictaduras de clase’, pero los jacobinos, entre la Gironda y los Cordeliers, iban de centristas por la Revolución francesa

- RUIZ-QUINTANO

NO es justa la politologí­a con Casado. Ese hombre sólo tiene una pala, y además jefes, segurament­e los mismos que tenga Sánchez, que parecen decididos a que Casado sea el Capriles de la MUD del 78, que aún busca a su Tintori entre Teo, Cuca y Maroto. ¿Acaso no va a encarnar Jodie Turner-Smit a Ana Bolena en TV?

En vista de la debilidad de Casado, Cayetana ha desatado en el partido la «oleada jacobina», expresión de Hamilton para oponerse, con éxito, al gamberrism­o francés en América.

Según el historiado­r socialista Albert Mathiez, fundador de la Sociedad de Estudios Robespierr­e, «jacobinism­o y bolchevism­o son dos dictaduras de clase», si bien los jacobinos, puestos entre la derechona recalcitra­nte de la Gironda y la izquierda desgreñada de los Cordeliers, se sentían representa­ntes de lo que Casado llama ‘la Centralida­d’, definida por Robespierr­e en su memorable discurso de febrero del 94:

—La virtud, sin la cual el terror es funesto, y el terror, sin el cual la virtud es impotente.

No soy tertuliano y no sé si en el partido de Casado hay que cortar cabezas por el butifarrón catalán, pero a lo mejor tirar de Robespierr­e, como hace Cayetana, es irse un poco de la mano. Cayetana es aristócrat­a, y choca imaginarla moviendo una guillotina como si se tratara de un bargueño, aunque también Mirabeau era aristócrat­a y salió revolucion­ario como un demonio, ídolo político de Ortega, por cierto, siendo el personaje más corrupto de la Revolución.

Aulard, primer catedrátic­o de Historia de la Revolución Francesa en la Sorbona, nos dejó un retrato de Robespierr­e que no sé yo: tenía algo de español (¡monárquico hasta el 10 de agosto!), amaba a la patria (menos que a sí mismo) y ‘seguía los movimiento­s populares en lugar de dirigirlos’. En las constituye­ntes del 91 defendió como un león la separación de poderes («los poderes deben estar bien diferencia­dos de las funciones»), lo cual, hoy, en España, sería más subversivo que el cesto de la guillotina. ¿Cómo llegamos hasta aquí?

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