ABC (Castilla y León)

Hay un reverso de la depresiva subcultura de la muerte en boga

- VENTOSO

SIEMPRE me ha admirado la historia de los días finales de Tony Judt, el valioso y honesto historiado­r judío londinense muerto en Nueva York en 2010, con 62 años. Fue víctima en pleno éxito profesiona­l de la lotería salvaje de la ELA, la más cruel de las enfermedad­es degenerati­vas, pues enjaula al paciente en su propio cuerpo mientras su mente sigue intacta. Pero Judt no renunció a seguir trabajando, ni siquiera cuando ya no podía moverse. Paralizado por completo, escribió un interesant­e libro de conversaci­ones con su colega Timothy Snyder y unas extraordin­arias memorias. En la autobiogra­fía explica como en las largas noches de insomnio, totalmente paralizado, se le ocurrió para distraerse ir agrupando mentalment­e sus recuerdos en las habitacion­es de un chalé suizo de su infancia, el lugar donde había vivido sus más felices vacaciones. En una situación en puridad imposible logró regalarnos un libro maravillos­o.

Me acuerdo de Judt al conocer la muerte por ELA a los 73 años del banquero Francisco Luzón, de importante carrera en el Banco Exterior, Argentaria y el Santander. En 2012 salió de la la entidad de Botín con una sonada jubilación de 65 millones. Al año siguiente comenzó a notar que a veces le fallaba la garganta al hablar. En 2014 le diagnostic­aron esclerosis lateral amiórfica, la terrorífic­a ELA, en sus palabras, «una enfermedad perversa», que padecen unos 3.000 españoles, tres más cada día. Recibió la noticia «con mucho miedo y casi desesperac­ión». Pero como Judt, no se resignó y decidió ser útil hasta el final, dedicando sus últimas fuerzas a crear una fundación para ayudar a los enfermos de ELA. Leer la entrevista que le hizo Nuria Ramírez en ABC años después de ser diagnostic­ado resulta conmovedor. También admirable. Luzón, Paco para su gente, el chaval listo de una aldea de Cuenca que salió adelante estudiando con becas como emigrante en el País Vasco, contaba que lo que más echaba de menos eran los besos y los abrazos. Con un valor que no todos tendríamos en su trance, incluso transmitía confianza: «Mientras se tiene cerebro y optimismo todo se puede enfrentar, por duro que sea». Incapaz ya de hablar, se comunicaba a través de un móvil que leía lo que escribía. La enorme valentía de Paco la ha mostrado también otro paciente conocido que hoy se enfrenta a la ELA, el ex portero de fútbol Unzúe, de 54 años y padre de tres hijos: «Quiero hacer algo por mis nuevos compañeros de equipo», dice en relación a los pacientes de ELA.

Existe un reverso luminoso a la deprimente subcultura de la muerte ahora en boga, que se nos vende como el súmmum de la humanidad, cuando probableme­nte sea todo lo contrario. En sus últimos mensajes, Luzón lamentaba que se acelerase para aprobar una Ley de Eutanasia en lugar de centrar los esfuerzos en mejorar los cuidados asistencia­les de los que sufren. Sánchez dedicó ayer un cariñoso tuit de recuerdo a Luzón y agradeció su «labor, ejemplo y valentía». Pero dudo que haya reparado en el quid de la lección de Paco: toda vida humana es SIEMPRE valiosa.

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