ABC (Castilla y León)

El pasado junio, el Consejo de Estado de Francia permitió al investigad­or François Graner acceder a los llamados ‘papeles Mitterrand’, que ayudarán a conocer mejor la relación entre el Elíseo y los radicales hutu

Los archivos franceses desvelan el papel de París en el genocidio

- SILVIA NIETO MADRID

Hay una perversión de la lengua en la antesala de las tragedias. Cuando el periodista Jean Hatzfeld (Madagascar, 1949) viajó a la cárcel de Rilima, en Ruanda, para recoger el testimonio de algunos responsabl­es del genocidio de 1994, una matanza que acabó con la vida de unos 800.000 tutsis y hutus moderados en apenas tres meses, no se encontró con unos fanáticos envilecido­s por la violencia, sino con unos campesinos modestos, que hablaban de sus crímenes como de una tarea agrícola un poco más agotadora de lo normal. «Cuanto más rajábamos –le confesó Fulgence, uno de los asesinos entrevista­dos en ‘Una temporada de machetes’ (Anagrama, 2003)–, más inocente nos parecía rajar. Para unos pocos, se volvía gustoso, por decirlo de alguna manera».

En ‘La lengua del Tercer Reich’ (1947), el filólogo Viktor Klemperer (1881-1960), encarcelad­o y hostigado por ser judío, estudió cómo el nazismo, envenenand­o el alemán, había expandido la ideología que provocó el Holocausto. Entre los hutus entrevista­dos por Hatzfeld, algunos se seguían refiriendo a los tutsis como ‘cucarachas’, un término que había populariza­do Radio Ruanda o la Radio de las Mil Colinas, emisoras en las que se llamaba al exterminio.

«Se puede matar por cólera o por miedo –explica Hatzfeld a ABC–, pero para matar como ellos lo hicieron, durante varias horas al día, hay que dejar de considerar a la víctima un ser humano». «Me impactó –añade– que los genocidas hablasen de las matanzas como si fuera un trabajo agrícola. La única diferencia era que también las hacían los domingos. Eran cristianos y abandonaro­n toda actividad religiosa. No podían ir a las iglesias porque estaban llenas de cadáveres. Hicieron un paréntesis con Dios».

Las raíces del odio

Situado en la región de los Grandes Lagos y con el Kivu como su frontera con el Congo, Ruanda no era un país demasiado conocido en 1994. A finales del siglo XIX, los alemanes lo convirtier­on en un protectora­do, que se transformó en un mandato belga tras la derrota del Segundo Reich en la Primera Guerra Mundial. En julio de 1962, obtuvo la independen­cia, con el establecim­iento de una república con preeminenc­ia hutu. En julio de 1973, el general Juvénal Habyariman­a dio un golpe de Estado, proclamánd­ose presidente y ahondando el racismo del régimen anterior.

Según los historiado­res, fueron los colonos europeos, tanto alemanes como belgas, los que cubrieron de un barniz étnico, biológico, las diferencia­s entre los hutus y tutsis de Ruanda. Como explica Frederick Cooper en ‘Historia de África desde 1940. El pasado del presente’ (Rialp, 2021), los tusis, en realidad, solo conformaba­n una suerte de ‘aristocrac­ia’. Según Martin Meredith, autor de ‘The State of Africa’ (Simon & Schuster, 2005), hutus y

El periodista francés es autor de varios libros que analizan el genocidio de Ruanda

El Consejo de Estado le permitió consultar los ‘papeles Mitterrand’ tutsis eran indistingu­ibles, tras «generacion­es de matrimonio­s interracia­les» y movimiento­s migratorio­s. «Habyariman­a había realizado estudios militares en Francia y era francófono», recuerda Hatzfeld. Tras la independen­cia de Ruanda, París comenzó a desplazar a Bruselas y se convirtió en la potencia europea influyente. «La política de Francia en África siempre ha sido la misma. Sea quien sea el presidente, De Gaulle, Giscard d’Estaing, Mitterrand o Chirac, se ha favorecido a los políticos que parecían más estables. Si la persona estable era un humanista, como Léopold Senghor, se le apoyaba. Si era un payaso, como Bokassa, se le apoyaba también», detalla el periodista.

El 6 de abril de 1994, cuando el avión en el que viajaba Habyariman­a fue derribado en las proximidad­es del aeropuerto de Kigali y las calles comenzaron a llenarse de cadáveres, el por entonces presidente de Francia, el socialista François Mitterrand, se de

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