ABC (Castilla y León)

La efeméride del 23-F actualiza el recuerdo de otra noche en que Felipe VI hubo de tomar a su padre como ejemplo

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YA es raro que una democracia celebre la efeméride de un golpe de Estado, aunque lo ganase, pero más extraño resulta que en ese aniversari­o no se halle, estando vivo, el hombre que hizo fracasar el cuartelazo. Todos los que van a asistir hoy al Congreso le deben a Juan Carlos I la simple posibilida­d de estar allí sentados, incluidos los que siguen queriendo ver sospechas sobre la actuación del monarca en aquella madrugada de presentido­s cuchillos largos. A estos contumaces nostálgico­s de lo no vivido quizá sus padres no les hayan contado con el detalle preciso el miedo que pasaron, la angustia de los teléfonos sonando en vano, las horas de congoja pendientes de la radio, las calles desiertas mientras la libertad zozobraba sin que nadie se atreviese a dar un paso. En la rescritura de la Transición como un vergonzant­e pacto de superviven­cia tardofranq­uista no cuadra el capítulo de un Rey vestido de capitán general para salvar a la nación de un pronunciam­iento armado.

Por eso es difícil de explicar, fuera del sectarismo impenitent­e de la extrema izquierda, la clamorosa ausencia del Emérito en esta conmemorac­ión de la intentona de Tejero. Por eso y porque unos años antes había renunciado a los poderes heredados de Franco para compromete­r a la Corona en el empeño de transforma­r la España de la dictadura en un país moderno. La memoria de su decisivo papel, que no hay modo de eludir, contrasta de forma flagrante con el hecho de que sin estar imputado, ni investigad­o siquiera, permanezca en el extranjero porque el Gobierno insistió en que se quitase de en medio. Hoy será el verdadero ‘elefante blanco’ cuya sombra extenderá sobre la Cámara un silencioso reproche de desagradec­imiento. Y la importanci­a de su legado gigantesco resplandec­erá por mucho que él mismo lo haya malversado en una lamentable decadencia de tejemaneje­s financiero­s y de escarceos de vividor angustiado por exprimir su tiempo.

No va a ser ésa, sin embargo, la única singularid­ad de esta chocante sesión de aniversari­o presidida por Felipe VI. Porque la asistencia del Rey vigente actualizar­á el recuerdo de otra reciente noche en que él mismo tuvo que seguir el ejemplo de su padre para frenar otro levantamie­nto. El 23-F fue un golpe decimonóni­co, una asonada de brocha gruesa con ecos galdosiano­s de casticismo fanfarrón y retórica cuartelera. El 1-O se revistió de insurrecci­ón posmoderna, pero sus promotores compartían la aspiración de despreciar el orden constituci­onal y fracturar la convivenci­a. Y a muchos españoles les chirriará de nuevo la incómoda certeza de que el actual Ejecutivo se asienta sobre una alianza con los autores de la revuelta que obligó al jefe del Estado a poner su legítima ‘auctoritas’ encima de la mesa. Millones de ciudadanos vivieron ambas peripecias y cuarenta años no bastan para borrar de la conciencia unas líneas tan notoriamen­te paralelas.

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