David Refoyo
vuela tan alto, tan alto que, a la manera de san Juan, da al sentimiento alcance, fecundando los restos de consunciones (palabra final del poemario) que convocadas por sus versos regresan convertidas en poema, poemas de sol y poemas de sombras. En definitiva, Jesús Aguilar Marina o la renovación de los modelos clásicos desde los símbolos tradicionales y la depuración expresiva.
Poeta de trayectoria ya muy consolidada que irrumpió por derecho en el panorama poético en 1971 con Horizontes agotados, en cuyas páginas comenzó a liberar la voz del «tropel de pájaros» que lleva en el y la lluvia, premio Gerardo Diego 2014, galardón antecedido por el accésit del Juan Ramón Jiménez de Huelva (La luz de los pantanos, 2002) o el León Felipe de Zamora (Andenes), suma y sigue de versos rescatados «de los pozos secretos donde espera / la blanca estrella de la desnuda poesía», como él mismo dice en «Sueños a la orilla del Mar», suma y sigue que ahora ha desembocado, por sus sílabas bien medidas, en este accésit del Gil de Biedma y en Visor, donde es bienvenido.
«El fondo del cubo»
En cuanto al segundo accésit, hasta la hora presente David Refoyo publicaba en los márgenes del sistema comercial; márgenes, a mi juicio, a los que siempre conviene estar muy atento, porque son los espacios de renovación y sorpresas, con obras y autores que centellean hasta traspasarlos, función de vasos comunicantes que cumplen, o que debieran de cumplir los premios de poesía, y que determina la vocación y el destino de éste, acogido al nombre transgresor de Jaime Gil de Biedma.
El fondo del cubo: el título es bien elocuente. Y un cubo cuya intensidad social y osadía expresiva salen del agua sucia que a la vuelta de los trabajos y los días empañaba el fondo del cubo después de que su padre, y él con su padre, hubieran limpiado los cristales de los escaparates y espejos de la ciudad levítica. «Por una poesía sin pureza», como explicó Pablo Neruda en la histórica primera página de una revista poética trascendental: Caballo verde para la poesía, estampada artesanal y creativamente por Concha Méndez y Manuel Altolaguirre en octubre de 1935. Recordemos las palabras clarividentes de Neruda: «Es muy conveniente, en ciertas horas del día y de la noche, observar profundamente los objetos en descanso […] La confusa impureza de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso y desuso de los materiales, las huellas del pie y los dedos, la constancia de una atmósfera humana inundando las cosas […] Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley».
Desde estas palabras de Neruda, vengamos a la poesía de Refoyo, mirando a El fondo del cubo, en homenaje a Miguel Delibes, novelista del hombre castellano y sus trabajos, por el poema titulado «Los santos inocentes»: «Cogíamos el agua de las fuentes públicas / yo que nací en mil novecientos ochenta y tres / que lo tuve todo al alcance / la escarcha sobre los dedos y el mismo sudor de cada verano / con el que pagaba la matrícula / pero robábamos el agua de las fuentes como los gitanos del extrarradio / y limpiábamos cristales