ABC (Castilla y León)

Como borregos manipulado­s arrasaron las calles y como marionetas se han retirado

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ME lo dijo el profesor José Antonio Marina: «Es mucho más fácil adoctrinar a un alumno que formarle en el espíritu crítico». Lo que hemos vivido en los últimos días en Barcelona, Lérida o Madrid es tal cual. Con cuatro tuits perfectame­nte dirigidos y un par de políticos ladrando, ordas de chavalería (y no tan chavales) arramplaro­n con lo que pillaron a su paso bajo la excusa estúpida de un tal Pablo Hasel.

Tras tocar a rebato arrasaron las calles como borregos y como marionetas se han retirado. Pobre Pablo. Ya nadie se acuerda de este sociópata. (El adjetivo le pertenece a Herrera). Quienes mueven los hilos desde Moscú, Galapagar o Waterloo le han usado igual que a una colilla.

Más allá de los destrozos, los robos y los adoquines, lo visto correspond­e a una perfecta campaña de adoctrinam­iento, manipulaci­ón y control a modo de aviso a navegantes. Un aviso para el presidente del Gobierno por parte de sus socios.

El problema es que Pedro Sánchez asiente, calla, otorga y traga con tal de mantenerse en el machito.

Por cierto, ¡Qué papelón, Marlaska, quien te ha visto y quien te ve!

Nunca olvidaré a don Isidro, aquel profesor de Literatura que me enseñó a leer ‘Las Ratas’, de Delibes; ‘La Familia de Pascual Duarte’, de Cela o el ‘Réquiem por un Campesino Español’, de Ramón J. Sender. Y no olvidaré a Concha Navas, profesora de Historia del Arte en el Instituto, ni la ‘Historia del Pensamient­o Político’, de García Fajardo en la facultad o a los ponentes del Curso de Defensa Nacional en el Ceseden.

Todos ellos me enseñaron qué es el espíritu crítico. Me formaron para huir del adoctrinam­iento y para ser libre. Todo lo contrario de hacia donde van nuestros 17 sistemas educativos (más Ceuta y Melilla) y gracias a la ‘ley Celaá’... ni te cuento.

PD: La Policía ha detenido a un imbécil de 38 añazos por linchar a una policía el pasado día 17 en Madrid. También fue detenido un menor de edad. Ambos con antecedent­es por robo o violencia y ambos enfermos de odio. Uno con casi 40 años, otro que podía ser su hijo y, eso sí, los dos con el mismo tamaño de cerebro.

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