ABC (Castilla y León)

¿De qué escriben los articulist­as alemanes?

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SIENTO una gran admiración por los periodista­s alemanes que escriben artículos en sus periódicos. Primero, porque saben alemán. Me consta que es algo obvio, pero no puedo disimularl­o. Cuando me enteré de que mi hija, Calíope, al segundo verano que pasaba en Fráncfort, conversaba en alemán con los colegas de quien sería el padre de sus hijas, aumentó todavía más la alta considerac­ión en que la tenía. Pero aún admitiendo que hasta los niños alemanes, incluso los más torpes, escriben en alemán, no me negarán lo difícil que debe ser escribir un artículo en un diario alemán. Estamos hablando de un país donde el vicepresid­ente del Gobierno no ha nombrado a su esposa ministra; donde la ministra no ha nombrado a su niñera alto cargo, y donde el partido en coalición con el Gobierno no vota en contra del Gobierno del que forma parte. Otrosí: donde el partido de la coalición no informa de que su propósito es acabar con la República Federal e implantar una monarquía. Todavía más: la jefa del Gobierno alemán no ha declarado, como aquí Sanchez –¡en cinco ocasiones en dos meses!– que 2021 va a ser el año de las vacunas y de la recuperaci­ón. Por si fuera poco, en Alemania el Gobierno no se enfrenta a los dirigentes de los landers, según sea el partido al que pertenezca­n, y suelen colaborar de manera normal sin ponerse zancadilla­s. Descrita la situación, me pregunto: ¿De qué escriben los articulist­as alemanes?

Mi gran temor es que un día caiga en la más terrible de las pesadillas y sueñe que tengo que redactar un artículo para el ‘Frankfurte­r Allgemeine Zeitung’. No soy muy inteligent­e, pero enseguida entenderé que no sé alemán. Bueno, podría pedir la ayuda de mi hija. Ahora bien, en un país normal, donde el sentido común es hegemónico y el Gobierno se dedica a gestionar ¿qué asunto podría tratar? Seguro que me despertarí­a espantado, envuelto en sudor y con una insegurida­d dolorosa. Para neutraliza­r esa situación, se me ocurre una ducha rápida, acudir al quiosco más próximo y hacerme con un ejemplar del ABC. Nada más ver la portada ya sabría que estoy en España. Ahora bien, no estoy seguro de si esa certeza aliviaría el sosiego de la pesadilla o aumentaría, todavía más, mi profunda intranquil­idad.

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