LA SOMBRA DE MIS PASOS
Se nos va la cabeza en lo superficial dándole la profundidad de lo barato, ese giro fácil de guionista malo que nos permite sentirnos inteligentes. Ese es el diagnóstico de nuestra época: nos hemos centrado en las estupideces porque sólo ahí podemos sobresalir y parecer agraciados intelectualmente. No podemos vivir en paz con nosotros mismos, tal vez porque echamos de menos guerrear y la modernidad nos ha llevado a las comodidades más absolutas y por eso batallamos ya sólo en lo pequeño y en lo absurdo, pero con el ímpetu de un fanático. El hombre está abocado a creer en Dios y si se empeña en lo contrario acaba creyendo en cualquier cosa, por ejemplo, que las patatas tienen sexo. Porque hay que estar muy necesitado de vida interior para pensar que una patata, como un ángel, tiene sexo. Pero eso, por lo visto, es lo que les ha pasado a los de ‘Hasbro’, que se les ha ocurrido la brillante idea de que ‘Mr. Potato’ y su señora tienen que pasar por quirófano para quitarse los atributos masculinos y femeninos –que en el caso de una patata era el bigote y un lazito– y tener genero neutro.
El progresismo, que es un patatal, siempre alumbrando nuevos mundos y ahora nos quieren descubrir que una patata no tiene sexo. Puestos al absurdo, por lo menos podrían cambiar el plástico del juguete sustituyendo el cuerpo del muñeco por una patata de las nuestras de Castilla que vienen ya sin sexo y además son respetuosas con el medio ambiente, biodegradables y no se cuantas cosas más. Pero como el agricultor sí tiene genitales y eso no entra dentro de su estrategia de marketing, ni se lo plantearán. Dice la compañía que ahora el juguete vendrá con complementos femeninos y masculinos para que cada niño decida. Lo siguiente, para vender, más será sacar una versión sólo para que los niños del procés, oprimidos por el Estado español, puedan elegir la orientación sexual de la patata en plebiscito.
¡Adiós, Mrs. & Mr. Potato! Aunque tampoco esto es políticamente correcto, por lo visto. El otro día descubrí con angustia existencial una campaña de igualdad que sacaba a cuatro chicas jóvenes y guapas diciendo: «Soy abogada, no señorita. Soy médico, no señorita…» y cosas así. Porque resulta que decirle ahora señorita a una chica que no está casada, más que una fórmula de cortesía, es machismo. Y por tanto deduzco que a mi padre le digan señor, será una aberración heteropatriarcal todavía peor.
Al progresismo, calculo, lo que le molesta de verdad es el protocolo, que nos iguala a unos y a otros por ese arte de la educación. Eso es lo que no se puede consentir. No creen en la igualdad, sólo la usan como argumento para poder seguir haciendo su lucha de clases, que ahora por lo visto es de sexos y como siempre no consiste en otra cosa más que en vivir mejor, en irse a Galapagar. Porque sólo se importan ellos, los demás –como el sexo de las patatas– en realidad les dan igual.