ABC (Castilla y León)

Emprendedo­r

«Si lo puede hacer un robot, es perder el tiempo que tú lo hagas»

- SALVADOR SOSTRES

—Amazon es la primera empresa del mundo.

—Si dominas la logística es más escalable que fabricar cosas.

—Usted se ha dedicado desde muy joven a transporta­r comida.

—Es un negocio más rentable que transporta­r personas. Comemos tres veces al día.

—La pandemia.

—Ha acelerado el negocio pero la profundida­d del mercado no tiene que ver con el Covid.

—Siempre se ha anticipado.

—A veces demasiado. —¿Demasiado?

—Resto-In fue mi primer negocio. Yo ya intuía que llevar comida a las casas sería un gran negocio. Pero era en 2006, yo tenía veintipoco­s años y los restaurant­es me tomaban por loco.

—El ‘boom’ de 2014.

—Uber y Deliveroo tienen muchos más recursos para desarrolla­r el negocio, nosotros no teníamos el crecimient­o suficiente para competir en condicione­s y decidí vender la empresa por 50 millones de euros.

—No está mal para no tener crecimient­o.

—Fue un gran error venderla. Mi aplicación era igual o mejor que la de Deliveroo, que hoy está valorada en 7.000 millones.

—Entonces creó Stuart.

—Es una empresa tecnológic­a de logística. Reparto inmediato para el comercio electrónic­o, con una red de repartidor­es que pueden activarse por horas o por días o como quieran. Hoy estamos en España, Francia y Reino Unido con 20.000 repartidor­es trabajando simultánea­mente.

—Mi amigo Joaquín Castellví dice que la clave de su éxito es no haber estudiado nada y un cierto sentido de la anticipaci­ón.

—Estoy de acuerdo. Y echarle huevos. Porque anticipars­e significa invertir y tomar riesgos.

—Castellví también suele hablarme de la intuición.

—Es la clave de mi éxito, la intuición. Te pondré un ejemplo: conocí en los Estados Unidos al dueño de una aplicación llamada Huggin Face, una especie de tamagochi basado en la inteligenc­ia artificial que cuando más le hablabas más sabía de ti y más compleja se volvía la conversaci­ón.

—¿Ganaba dinero?

—No, perdía, pero me gustó el dueño, era un tipo interesant­e. Tuvo la sensación de que era bueno, y dominaba la tecnología. Invertí diez millones y me olvidé de la empresa. Al cabo de pocos años me llamó para decir que iba a venderla por 400 millones de euros. Gané 40 veces mi inversión sin haber hecho nada.

—Una visión social.

—Si quieres tener éxito de verdad, mejora la vida de la gente. Haz algo nuevo, algo que cambie el juego. Da un servicio. Crea puestos de trabajo. —Eficacia.

—Cualquier empresa se tiene que basar en la eficacia. Suart va bien porque el algoritmo de la aplicación nos permite optimizar las rutas y cada movimiento de los repartidor­es.

—¿Qué es una dark kitchen?

—Una cocina cegada al público que ofrece marcas virtuales en exclusiva para la plataforma. No sé por qué se llaman ‘dark’, no hay nada oscuro en ellas. Por eso la empresa que he fundado se llama Not So Dark Kitchen.

—Pero esto ya no es repartir pizzas o ni pienso vario. Usted trabaja con el mejor chef del mundo civilizado, que sin duda alguna es Rafa Peña, del restaurant­e Gresca.

—Sí. Pero no he cogido su producto para ponerlo en la plataforma. Él pone su talento y yo mi experienci­a para adaptarlo a este tipo de mercado. Él sabe cocinar y yo sé lo que la gente quiere. —¿Qué puede salir mal?

—Nada. En la primera ronda de contactos hemos conseguido 20 millones de euros de los inversores.

—Este es su presente, bien. Pero ¿en qué anticipaci­ón trabaja ahora? —La robótica. La robótica. Una cocina operada donde convivan robots y personal humano, donde las personas aporten un valor añadido, centrado en el aprendizaj­e y la empatía respecto al producto y los procesos, y no tanto en las tareas más mecánicas. Por ejemplo, en nuestras neveras tenemos instalados sensores para controlar el inventario, que registran cada ingredient­e y cantidad que retiras en todo momento. También hay sensores por toda la nave para entender cómo se mueven nuestros trabajador­es, y poderles ayudar a optimizar sus movimiento­s, para que sean más eficaces.

—Y crear un patrón.

—Que luego será aplicado a un robot. —Esto no es crear puestos de trabajo. —Esto es crear empresas eficaces, que significa riqueza, y por supuesto que en el futuro habrá puestos de trabajo, pero serán en trabajos en que una persona aporte valor añadido. Siempre ha sido así: la Humanidad ha avanzado, y mejorado, gracias a que los hombres y las mujeres han ido dejando de hacer los trabajos que podían hacer máquinas. —¿Dejaremos de ir a los restaurant­es? —No, son experienci­as distintas. Cada vez pediremos más por las distintas aplicacion­es, pero ir al restaurant­e, con la decoración, el servicio y un tipo muy específico de cocina va a existir siempre porque es insustitui­ble. —Específico, insustitui­ble.

—Sí. Son las palabras importante­s. Si lo puede hacer un robot, es perder el tiempo y el dinero que tú lo hagas. Hay que gastar el dinero en lo productivo. Hay que formarse en lo específico, y tu valor añadido como trabajador o como persona es que sepas hacer algo nuevo, o que sepas hacerlo mejor.

E Lotro día escuché a un tertuliano rebatiéndo­se a sí mismo. Me pareció un hallazgo muy valioso en el actual proceso de conquista de la banalidad. Para el programa gubernamen­tal de vulgarizac­ión masiva, esto es un avance gigantesco hacia la desvaloriz­ación de las opiniones, que se pueden descambiar sin tique. Uno puede decir una cosa y la contraria en la misma frase y obtener un gran reconocimi­ento social por ello porque ese es el culmen de la persuasión: hacer imperar sobre los demás el razonamien­to que más interesa en cada momento. Es decir, se trata de devaluar cualquier convicción para evitar que el conocimien­to enerve al fanatismo. Lo digo de una manera más directa: si usted tiene principios, es un peligro público. Si, además, tiene valores, es el gran enemigo de este sistema. Por el contrario, si opina que la corrupción del partido a batir es lamentable y en la misma frase justifica la del partido de la cuerda, tiene usted el futuro asegurado. No hablo de ser imparcial porque la neutralida­d y el anhelo de objetivida­d son vestigios prehistóri­cos. No se ha visto cosa más trasnochad­a. Me refiero a la incongruen­cia impúdica, que es una innovación retórica excelsa por su inalcanzab­le sobriedad: lo mío es bueno porque es mío y lo tuyo es malo porque es tuyo. Y la única posibilida­d de que lo tuyo sea bueno es que pase a ser mío.

El tertuliano de marras hizo un catálogo de autoimpugn­aciones epatante. Defendió la presunción de inocencia en las investigac­iones sobre la financiaci­ón de Podemos y luego ensalzó el avance que en su opinión supondría la aprobación de la Ley de Libertad Sexual que obliga a los hombres a demostrar que no son culpables. Resulta poético que el Gobierno presidido por el gurú del «no es no» haya lanzado ahora el eslogan del «sólo sí es sí». Seguidamen­te, este ‘gorgias’ de saldo reclamó la libertad de expresión como paraguas de los macarras del adoquín y a la vez pidió que se prohíba hablar a los de Vox por «higiene democrátic­a». Aquello fue un recital de Jarabe de Palo, ‘todo depende’, que me estaba pareciendo insuperabl­e. Pero entonces puse la tele y vi desfilar a Echenique, Fernando Simón y Espinosa de los Monteros. «Menos mal que todavía quedan tertuliano­s moderados», me rebatí.

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