TIEMPO RECOBRADO
La pregunta es por qué se han truncado tantas esperanzas
DURANTE mucho tiempo tuve la fotografía de Heinrich Böll en mi habitación. Fue una referencia para mí en los años 70 cuando descubrí sus libros. Destilaban una honradez intelectual y una coherencia que reflejaban el carácter del autor, siempre dispuesto a perseverar en las verdades más incómodas, por lo que pagó un alto precio.
Fue entonces cuando leí ‘Billar a las nueve y media’, una novela escrita en 1959. Cuenta la historia de tres generaciones de arquitectos de la familia Fähmel. El abuelo construye la espléndida abadía de San Antón, el padre, de filiación nacionalsocialista, la destruye y el nieto se empeña en reconstruirla.
Aunque hay enormes diferencias entre los que nos está pasando y la dramática historia de Alemania, existe un paralelismo entre lo que cuenta Böll y la sensación de derrumbe que está calando en nuestro país. Tal vez porque hay conflictos y contradicciones que reaparecen de forma cíclica como muestra la tragedia griega.
Al igual que en la novela de Böll, la generación que vivió las últimas décadas del franquismo, la muerte del dictador y la Transición construyó la democracia con una enorme generosidad. Los españoles que nacimos entre los años 50 y los 80 nos aprovechamos de ese impulso, disfrutamos de un notable progreso social y económico y, por añadidura, hemos crecido en un sistema con derechos y libertades. Pero todo esto se está viniendo abajo. Hay una insatisfacción y un malestar que se traduce en desafección hacia los partidos y las instituciones del Estado, agudizada por la última crisis y la pandemia.
La segunda generación de la democracia, como el arquitecto que demuele la abadía, se ha mostrado incapaz de preservar el legado recibido de sus padres. Y ahora le toca a la tercera, a los nacidos a partir de los años 90, reconstruir las grietas que amenazan la sostenibilidad del edificio, que son ya demasiado visibles y preocupantes.
La pregunta es por qué se han truncado tantas esperanzas y por qué lo que fue una etapa ejemplar e ilusionante se ha trocado en desencanto con una clase dirigente que ya no sólo sufre un descrédito indisimulable, sino que además se muestra incapaz de resolver los problemas de los ciudadanos. Da la impresión de que la lucha política se desenvuelve en el terreno del relato y de la propaganda, dejando de lado un debate serio sobre los servicios públicos y la viabilidad del Estado de bienestar.
Por razones generacionales y biológicas, la tarea de reinventar la democracia va a corresponder a los españoles que tienen menos de 30 o 35 años, que no conocieron la Transición y que han crecido en un mundo sometido a un vertiginoso cambio tecnológico. Ellos tendrán que reformar el sistema e impulsar la regeneración pendiente. No lo van a tener fácil porque cuesta mucho más construir que destruir.