La guerra ya no es lo que era
«Es necesario analizar la naturaleza de los conflictos sin ceder a la antigua nomenclatura, nación contra nación, imperio contra imperio, ideología contra ideología: ya no estamos en 1939 ni en los días de la Guerra Fría»
HA pasado el tiempo en que los ejércitos se enfrentaban en campo abierto y el resultado de la lucha determinaba el destino de las naciones. ¿De cuándo data la última guerra decidida por militares? De 1945, sin duda. En 1953, la guerra de Corea terminó con un ‘statu quo’. En 1975, Vietnam se desmoronó desde el interior. La guerra de Irak se saldó con una guerra civil, y lo mismo ocurrió en Siria. Rusia mordisquea a Ucrania, pero se apodera de regiones históricamente rusas. En el Congo, la guerra que hace estragos desde hace veinte años, bajo la atenta mirada de la ONU, impotente, es una guerra internacional, con la intervención de países vecinos, pero más aún, un conflicto entre etnias por apoderarse de los recursos minerales.
Ahora que Joe Biden ha decidido que el Ejército estadounidense abandone definitivamente Afganistán, es hora de plantearse el análisis de los conflictos contemporáneos y cómo ponerles fin. Al haber acompañado al general David Petraeus a Irak cuando dirigía la ofensiva estadounidense, él mismo admitió que los estadounidenses no podían ganar ni perder esta guerra, porque los términos victoria y derrota ya no tenían sentido.
Ahora es necesario analizar la naturaleza de los conflictos sin ceder a la antigua nomenclatura, nación contra nación, imperio contra imperio, ideología contra ideología: ya no estamos en 1939 ni en los días de la Guerra Fría. En Irak, por ejemplo, los estadounidenses y sus aliados prácticamente ignoraban que el país no esperaba una liberación, sino que los chiíes querían deshacerse de los suníes representados por Sadam Husein. Lo que estaba en juego no eran las armas de destrucción masiva o la dictadura de Sadam, sino el conflicto religioso, en el que cada facción recibía apoyo de sus correligionarios desde el exterior.
La situación es parecida en Siria, donde la dinastía Al Assad es apoyada por la teocracia iraní, como
En las guerras contemporáneas, la carrera armamentista es reemplazada por la competencia tecnológica
Hizbolá en el Líbano y los hutíes en Yemen. Estos conflictos religiosos son muy anteriores a las fronteras heredadas de la colonización, que atraviesan territorios tribales, donde la lealtad al líder religioso o de culto prevalece sobre la adhesión a estados ficticios.
En Afganistán, donde los estadounidenses luchan contra los talibanes, después de haberlos apoyado inicialmente contra los rusos, estos son, ante todo, pastunes, una tribu guerrera dominante desde hace veinticinco siglos, a la que Alejandro Magno prefirió evitar en lugar de combatir. En Libia, después de la intervención francobritánica, la caída de Gadafi solo consiguió restaurar la vieja brecha entre dos naciones que la colonización italiana había unido; ahora Trípoli cuenta con el apoyo de Argelia y
Bengasi de Egipto, lo que dificulta que podamos ver una Libia reunificada y vagamente democrática. Del mismo modo, la nación kurda, dividida en clanes, nunca permitirá la reconstitución de los estados nacionales en Siria e Irak como los colonizadores franceses y británicos dibujaron en 1916.
Otro análisis anacrónico que, de momento, está costando caro a los contribuyentes y al Ejército francés es la intervención en Mali para contener la ofensiva de ‘rebeldes’ llegados del norte que dicen ser islamistas. Detrás de esta fachada retórica, hay que recordar que la ofensiva se remonta a varios siglos atrás, un empuje hacia el sur, a través del Sahel, de guerreros árabes contra las poblaciones negras indígenas de tradición animista. Estos guerreros árabes nunca aceptaron las fronteras trazadas por los colonizadores franceses, que cortaban el camino hacia el sur y las rutas del contrabando. Contrabando de esclavos antes y hoy de drogas, bajo la fachada de la restauración del ‘califato’.
Para completar el análisis en términos contemporáneos, es de hecho el Ejército argelino el que apoya a los insurrectos, contrabandistas e islamistas, de modo que Francia está luchando indirectamente contra Argelia. Pero también es Argelia la que prohibirá la creación de un ‘califato’ islamista en el Sahel. En Francia, en los círculos de reflexión estratégica y en el Ministerio de Asuntos Exteriores, empiezan a plantearse la conveniencia de mantener una presencia militar indefinida; solo el Ejército parece estar a favor. El anuncio de Biden de retirarse de Afganistán desestabiliza el consenso sobre el Sahel. Algunos diplomáticos franceses se hacen eco de la máxima irónica de Henry Kissinger, estancado en la guerra de Vietnam: «Proclamemos nuestra victoria y larguémonos de aquí».
El abandono de estas guerras clásicas parece justificado por un análisis más lúcido, pero también por las nuevas técnicas que ahorran las viejas batallas. En Siria, la insurgencia islamista no fue detenida con batallas de tanques (para que conste, la más reciente se remonta a 1967 en los Altos del Golán, conquistados por Israel contra Siria), sino con la eliminación quirúrgica de los líderes islamistas por medio de drones asesinos, pilotados desde Texas.
Obama también ordenó la eliminación de 6.000 combatientes. Joe Biden ha insinuado que Afganistán permanecerá bajo la vigilancia de estos drones asesinos y de portaviones equipados con misiles ante las costas de Pakistán. De esta manera, Israel contiene también las ambiciones nucleares de Irán, un esquema que podría aplicarse eventualmente a Corea del Norte, e incluso a la protección de Taiwán de una invasión china.
En estas guerras contemporáneas, que tienen el mérito de ser menos sanguinarias que en el pasado, la carrera armamentista es reemplazada por la competencia tecnológica; el futuro de los conflictos es sin duda el ciberataque que paraliza las redes de comunicación del adversario. El cifrado de las computadoras cuánticas, que todavía nadie domina, será para la guerra lo que la creación de la artillería fue para los castillos fortificados y el tanque para la caballería. En cuanto a la paz eterna, seguirá siendo un sueño eterno.