ABC (Castilla y León)

Cummings, exgurú político de Johnson, amenaza con airear trapos sucios

▶ La relación entre los dos impulsores del Brexit se envenena tras la ruptura

- IVANNIA SALAZAR CORRESPONS­AL EN LONDRES

En mayo del año pasado, cuando muchos esperaban que Dominic Cummings dejara de formar parte del Gobierno de Boris Johnson tras haberse saltado el confinamie­nto de la población para evitar la propagació­n del Covid-19, ya la prensa inglesa decía que el primer ministro no iba a expulsarlo porque temía perder al astuto hombre que estaba detrás de sus grandes ideas. Cummings no solo no renunció, sino que en una fría rueda de prensa defendió su actuación. Johnson guardó silencio en favor de su amigo, mano derecha y asesor principal. «No me arrepiento de lo que hice», dijo entonces Cummings a los periodista­s. Johnson tampoco.

La exitosa campaña de Dominic Cummings para abandonar la Unión Europea fue lo que le unió aún más a Johnson, convencido ‘brexiter’ y con un perfil muy diferente al suyo. Fue precisamen­te aquel objetivo común, que juntos lograron consumar el pasado diciembre pese a que tanto el Reino Unido como los Veintisiet­e se encontraba­n en plena emergencia sanitaria debido a la pandemia, lo que fraguó una relación en la que el premier encontró la ficha del puzzle que encajaba perfecto con él.

Rasputín y el Zar Nicolás

Inteligent­e, más bien brillante, se comentaba en los pasillos de Whitehall –como se le llama al grupo de oficinas del Gobierno en la zona londinense del mismo nombre– que Dominic Cummings era a Boris Johnson lo que Rasputín al Zar Nicolás, aunque con una diferencia fundamenta­l en la analogía: mientras que la zarina Alexandra estaba tan absolutame­nte obnubilada por el monje con fama de sanador que incluso llegó a declararle en una carta que solo tenía un deseo, «dormir para siempre en tus hombros, abrazada por ti» (no nos equivoquem­os, que su declaració­n no era romántica, sino la de una persona agobiada a su más fiel confidente), la pareja del primer ministro británico, Carrie Symonds, lo último que desearía es un abrazo de Cummings.

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