ABC (Castilla y León)

LA REVOLUCIÓN MARCHITA

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ay algo de justicia poética en el hecho de que Iglesias haya traspasado las puertas del infierno justo 10 años después de que formulara el deseo de asaltar el cielo. Podemos nació en la Puerta del Sol, durante la acampada que comenzó allí el 15 de mayo de 2011, y ha muerto en el mismo lugar tras la campaña electoral que debía franquearl­e las puertas de la Casa de Correos, en mayo de 2021. El 15-M fue el germen de un movimiento ciudadano que se alzó contra los dos baluartes del bipartidis­mo clásico, al grito de «no nos representa­n», y puso en marcha la instauraci­ón de algo distinto. Iglesias avizoró las posibilida­des que le brindaba aquel caldo de cultivo y se dispuso a capitaliza­rlo en beneficio propio. En menos de cinco años, Podemos se convirtió en una seria amenaza para los partidos convencion­ales. Al primer mitin de la campaña de 2015 acudieron 100.000 entusiasta­s. Entre la multitud había dos denominado­res comunes: la dificultad para llegar a fin de mes y la indignació­n con la clase política. Iglesias, subido a la cresta de la ola, les dijo:

H«Nosotros representa­mos la ilusión. No somos ni de derechas ni de izquierdas. Venimos a salvar la democracia. Representa­mos el sentido común en una identidad transversa­l y popular frente a la oligarquía». Naturalmen­te, todo era mentira.

Muchos de los que venían de las juventudes comunistas habían participad­o en la fundación de Izquierda Unida, simpatizab­an con la revolución zapatista del subcomanda­nte Marcos, defendían la cruzada bolivarian­a contra la política imperialis­ta de los Estados Unidos y sostenían que el modelo democrátic­o «más saludable del mundo» era el que había instaurado Hugo Chávez en Venezuela. A pesar de todo, los podemitas se alzaron con el tercer puesto en aquellas elecciones generales. El catedrátic­o de Filosofía de Múnich Robert Spaeman explicó por qué. En una conferenci­a que dictó en Madrid por aquellas fechas dijo que el hombre está obligado a confiar en alguien. A quien rehúye por principio confiar en los demás –afirmó– no le queda más remedio que suicidarse. La confianza no se aprende, lo que se aprende es la desconfian­za. Y para ejemplific­ar su teoría contó que pocos días antes había observado a la dueña de un pequeño teatro de Stuttgart mientras vendía entradas. Un joven pidió una rebaja de estudiante, pero no llevaba su correspond­iente carné. La vendedora le miró de arriba abajo y le dijo: «No le conozco y por tanto no tengo motivo para no fiarme de usted». Y, naturalmen­te, le rebajó el precio de la entrada. La moraleja estaba clara. Dado que los españoles habíamos aprendido a desconfiar de los políticos al uso, no teníamos más remedio que confiar en los representa­ntes de la llamada nueva política. De ahí la eclosión de Podemos y Ciudadanos.

Seis años después, ninguno de sus líderes sigue en activo. A Iglesias lo ha devorado la misma desilusión que le acercó a las puertas del cielo. El tiempo le ha convertido en más de lo mismo de aquello que él vino a sustituir. Los españoles han aprendido a desconfiar de él con la misma fruición con que antes aprendiero­n a desconfiar de sus antecesore­s. La misma noche electoral, poco después de que Iglesias anunciara que abandonaba la política (ahora sabemos que la decisión la tenía tomada de antemano), Irene Montero publicó un tuit a modo de despedida en el que se podía leer: «No olvidamos quiénes somos, de dónde venimos y por qué estamos aquí». Lo que le faltó decir es que los ciudadanos, tampoco. A los incautos que se dejaron engañar por sus falsas promesas de regeneraci­ón política («los de la casta nos deben mucha pasta») hace tiempo que se les cayó la venda de los ojos. Del Podemos inicial ya no queda nada. Ahora no infunde ilusión, sino miedo. Ningún análisis poselector­al ha dejado de ponerlo de manifiesto. «La obligación de un revolucion­ario –le leí a Iglesias en una de sus primeras entrevista­s– siempre, siempre, es ganar». Cuando conseguirl­o se convierte en una tarea imposible, la revolución carece de sentido. Pincho de tortilla y caña a que nadie la echará de menos.

Miedo Del Podemos inicial no queda nada. Ahora no infunde ilusión, sino miedo

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