Mordidas sin color
El Gobierno nombró a Rubio subdelegado en Valencia estando imputado en otra causa judicial
Rafael Rubio, puro en mano desde que vestía pantalón corto, ha tardado tiempo en ser cazado como parte de una trama de corrupción surgida al calor del PP pero movida por la codicia, siempre de carácter universal, que suele arraigar cuando el ejercicio de las arrolladoras mayorías que garantizan fenómenos como Rita degenera en impunidad. Rubio –edil sin brillo, acomodaticio, intrigante y algo flojete– empequeñecía más cuando, en sus años de portavoz municipal socialista, era barrido por la política más vehemente que ha conocido España, la misma que se enfadaba con sus funcionarios cuando le hablaban de números, balances o presupuestos, de los que no quería saber nada. Resulta más que razonable pensar que una untura de 300.000 euros contribuía poderosamente a que el jefe de la oposición disparara entonces con balas de fogueo.
Para atender los asuntos prosaicos que Barberá detestaba ya estaba Alfonso Grau, un alicantino de Callosa d’En Sarrià con plaza de cirujano en un hospital de Valencia cuya flema en nada se compadecía con el carácter, mediterráneo puro, de su jefa. Grau, el reconcentrado Grau, podría haber pasado por un eficaz míster Lobo consistorial con mano para el trabajo gris. Pero su trayectoria pública, jalonada de más visitas a los juzgados que las de un procurador, acreditan que dejó el bisturí por el trabuco.
Queda la duda respecto del alcance de la operación Azud (esa presa que se construye en un río para desviar parte de su caudal): ningún otro sino ser un caso palmario de corrupción mancomunada, sin etiquetas: el trinque por el trinque. Simple pulsión humana. El crematorio de Chirbes en estado puro.