CAMBIO DE GUARDIA
Hay muchas series de televisión que utilizan la ficción para contar hechos del pasado. Pero aquí funciona al revés Lo que ‘revisionismo’ acarreó en el inicio del siglo XX: una brutal imposición imaginaria. Y política
FUI uno de los muchos oyentes del programa de José María García en la SER en los años 70. Millones de españoles se dormían escuchando su voz. La curiosidad me impulsó a ver los dos primeros capítulos de ‘Reyes de la noche’, la serie de televisión que emite Movistar.
Sus autores advierten al inicio de que se trata de una obra de ficción y que todos los personajes son imaginarios. Pero no es cierto: el espectador se da cuenta a los cinco minutos de que la serie está contando la rivalidad radiofónica que mantuvieron José María García y José Ramón de la Morena, la estrella emergente que le arrrebató el liderato de esa franja horaria en los años 90.
García es representado por Paco ‘El Cóndor’, interpretado por Javier Gutiérrez, que, aunque no guarda parecido físico, imita con maestría los ademanes y la forma de hablar del periodista. Miki Esparbé hace el papel de Jota Montes, que no es otro que José Ramón de la Morena, que, tras la marcha de García, logró una enorme audiencia con ‘El larguero’.
Los dos personajes son identificables sin ninguna duda, pero el relato de su rivalidad se aparta de la
CON desazón he ido siguiendo la denuncia de ‘revisionismo’ contra Andrés Trapiello para retirarle un galardón. No hablo del hilarante ridículo de un tal Pepu Hernández, dirigente socialista que confesó no saber en qué eran revisionistas las páginas condenadas, «... pero nuestros especialistas lo saben». Eso era sólo divertido.
Las palabras significan algo. Y connotan mucho: demasiado, a veces. ‘Revisionismo’ nació como ‘herejía’. Porque las palabras no dicen sólo lo que de su significado y etimología dan los diccionarios. Dicen también –y sobre todo– lo que la imaginación imperante impone. Y esa imaginación jamás es inocente.
Cualquiera que no sea un analfabeto lingüístico sabe lo que ‘revisar’ significa. RAE: «Ver con atención y cuidado. Someter algo a examen para corregirlo, enmendarlo o repararlo». O sea, considerar desde diferenciadas perspectivas, distanciarse metódicamente de ellas, fijar protocolos que permitan validar unas y desechar otras... Analizar, en suma.
Cualquiera que no sea un analfabeto histórico verdad porque García no dejó la cadena SER por un contrato millonario en la Cope ni De la Morena se quedó en la emisora de Prisa porque no aguantaba los métodos del rey de la noche.
Hay otros muchos datos biográficos que permiten identificar a García con ‘El Cóndor’, lo que confiere a la narración una ilusión de veracidad que logra despistar al espectador porque la historia es pura ficción. Lo que se cuenta nunca existió, pero García queda retratado como un malvado, un ser sin escrúpulos, un periodista amoral que destruye vidas ajenas para aumentar su audiencia. En contraposición a él, De la Morena es descrito como un profesional con un alto sentido de la ética que antepone el rigor a la ambición.
‘Reyes de la noche’ es un ajuste de cuentas con García, que, amparándose en el carácter ficticio del relato, crea una impresión de autenticidad para dejarle en ridículo. Para ello, le presenta como un alcohólico prepotente que fuma enormes habanos, cuando en realidad el periodista es abstemio.
Hay muchas series de televisión, sobre todo, las históricas, que utilizan la ficción para contar hechos que sucedieron en el pasado. Pero aquí funciona al revés: se recurre a la ficción para deformar y manipular lo que aconteció.
En el arte y la literatura, ha habido siempre una implícita separación entre la realidad y la ficción, entre la verdad y la fabulación. Todos sabemos que Madame Bovary sólo existió en la imaginación de Flaubert. Pero en esta serie el relato sirve para engañar al espectador bajo una apariencia de autenticidad.
Georg Lukacs subrayaba que toda obra debía ser interpretada en un contexto social que proporcionaba su significado. Esta serie hace lo contrario: se inventa una realidad que se superpone a los hechos. Como la leyenda siempre prevalece sobre la verdad, como apunta el personaje de Liberty Valance, García jamás podrá luchar contra la fuerza de la ficción. sabe lo que ‘revisionismo’ acarreó en el inicio del siglo XX: una brutal imposición imaginaria. Y política. En 1903, Bernstein acuñaba la conveniencia de algo obvio: ‘revisar’ los textos de Karl Marx de un modo objetivamente –esto es, despersonalizadamente– riguroso. Nada muy distinto de aquello con lo cual Marx ironizaba: «Yo lo único que sé es que no soy marxista».
¿Por qué ese llamamiento a ejercer sobre un texto la crítica filológica desencadenó tanta violencia? Quizá porque ese texto no era ya leído como el texto que era, sino como doctrina: doctrina de salvación. Lo cual es antónimo de análisis. Y al ‘revisionista’ Bernstein le fue aplicado el trato que se aplica siempre a los herejes: el anatema. La locura culminará cuando Lenin deje ya de considerar a él y a Kautsky interlocutores, para marcarlos como ‘renegados’ de una religión común: réprobos, apóstatas.
Pero anatema y apostasía implican ortodoxia. Y ortodoxia es categoría religiosa. La ‘querella del revisionismo’ destruyó el marxismo teórico. Y lo mutó en doctrina: sucedáneo de religión salvífica. Todo lo peor vino de eso. El totalitarismo –esa erección del Partido en Iglesia– en primer lugar: la peor religión, la del paraíso en la tierra. Pienso que Marx hubiera estrangulado a quienes inventaron tal majadería. Pero ésa es sólo mi hipótesis. Y, por supuesto, no soluciona nada. Y eso que no soluciona se contabiliza en decenas de millones de muertos, de asesinados. Tener discípulos es la peor maldición que puede caer sobre un pensador.
No, no es una religión la lectura de Marx. No lo es el estudio de la Guerra Civil española. La primera es un programa académico, la segunda una tragedia. Y punto. Ni una ni otra podrían ser objeto de anatema. Ni de culto. Salvo en una cabeza enferma. Muy enferma.
MAQUIAVELO, algo cabroncete pero siempre harto inteligente, dejó una sabia advertencia a los gobernantes: «Si toleras el desorden para evitar la guerra, tendrás primero desorden y después guerra». Esa, tal cual, ha sido la historia de los gobiernos españoles mientras el ‘procés’ crecía a ojos vista. Y aunque no soy ni la décima parte de despejado que el gran estratega florentino, me atrevo a añadir algo más: si tienes un enemigo y en lugar de hacerle frente te dedicas a regalarle munición para su arsenal, prepárate para que en un día no lejano te gane la batalla.
Ya está aquí el resultado del ‘ibuprofeno’ con que el Partido Socialista iba a ‘rebajar la inflamación’ en Cataluña tras la nefanda gestión del viejo Mariano, un Don Tancredo que se negaba a dialogar, según le afeaba la prensa ‘progresista’ en sesudos editoriales buenistas. Ya está aquí el desenlace de la gloriosa Operación Diálogo de Sanchez, de las ‘mesas bilaterales’ con Torra y del formidable Plan Illa Maravilla. ¿Y cuál es el resultado de todo ese empacho de ibuprofeno? Pues otro gobierno furibundamente separatista en Cataluña, con Jordi Sánchez de maestro de ceremonias –en plena rúe y en plan estadista tras ser condenado a nueve años de cárcel y otros tantos de inhabilitación hace solo dos años– y con la CUP, tal vez el partido antisistema más friki de Europa, como padrino del acuerdo. Ya está aquí un Gobierno ‘para poner en marcha la nueva Generalitat republicana’. Pronto llegarán las exigencias anticonstitucionales (el verdadero talón de Aquiles del sanchismo, porque a la larga es imposible gobernar España del ganchete de sus más tenaces enemigos). Una vez más, los dirigentes del PSOE y los avezados analistas que escrutan cada micra de la laberíntica política catalana no han querido ver lo evidente: el separatismo es una fe, más que un ideario político, y era obvio que la causa superior de la independencia iba a acabar poniéndolos de acuerdo.
¿Dónde estamos? Donde siempre, porque no se ha querido asumir que solo se puede salvar la españolidad de Cataluña dando la batalla cultural, defendiendo sin complejos las bondades de la idea de España, metiendo al Estado allí hasta en la sopa, poniendo en valor el inmenso apoyo que se da a Cataluña (que coloca su bono solo gracias al Estado y que ha sido archiprimada, desde el arancel del algodón hasta hoy mismo). Se ha renunciado a reformar la educación, cantera de separatistas, mediante gran acuerdo de los partidos constitucionalistas. Tampoco se trabaja en el frente mediático, comprado a golpe de subvención para que reme a favor del separatismo. En resumen: se ha renunciado a que España sea un proyecto atractivo y presente en Cataluña. Ha fallado la izquierda española, que considera que ante el independentismo solo cabe agachar la testuz y que la solución pasa por más autogobierno (para que les resulte más fácil predicar el extrañamiento y cortar amarras). Una izquierda que cree que España es un concepto sospechoso –cuando no franquista– y que empachada de su ibuprofeno solo nos ofrece una rendición a cámara lenta.
Ya está aquí el fruto de la Operación Diálogo y del Plan Illa: otro Gobierno separatista