ABC (Castilla y León)

La vacante de Cambó

- POR LEOPOLDO CALVO-SOTELO IBÁÑEZ-MARTÍN

«Los herederos políticos más directos de Cambó no influyen, ni quieren influir, en la gobernació­n de España; y su capacidad para gobernar Cataluña es precaria y reducida a la mínima expresión. ¡Qué triste balance! Y pensar que todo se ha debido a la seducción de los ajados colorines del tosco juguete de la soberanía, con el que muchos países pobres se han engañado a sí mismos durante décadas, y al que Gran Bretaña debe el mayor error de su historia contemporá­nea. Pero la vacante de Cambó no es propiedad de ningún movimiento político. Por un momento pareció que Albert Rivera podía hacerla suya»

EL 22 de junio de 1986, hace casi treinta y cinco años, tuvieron lugar unas elecciones generales en las que Miguel Roca Junyent dio el último paso que le faltaba para ocupar plenamente el lugar que Francisco Cambó había dejado vacante en la política española en 1923. En realidad, Roca había venido desempeñan­do ese puesto a casi todos los efectos desde el comienzo del período constituye­nte. ¿Cómo se define, en términos de historia constituci­onal española, la posición de Cambó y cuál es su valor arquetípic­o? Dos conceptos de la teoría política del federalism­o resultarán aquí de utilidad. Lo caracterís­tico de una entidad federada es que se gobierna a sí misma y que participa en el gobierno general de la federación.

La manera de realizarse esta segunda función varía mucho de un modelo a otro. En Estados Unidos y en Alemania, por ejemplo, es tarea que correspond­e a las respectiva­s cámaras altas, el Senado y el Bundesrat. En el modelo español, que en parte se ha formado a base de tanteos empíricos y carece de las simetrías propias de los designios arquitectó­nicos, ha sido Cataluña la comunidad autónoma que más ha influido en la gobernació­n de España y de ello hay un precedente importante en el papel que Cambó y su partido, la Lliga Regionalis­ta, desempeñar­on en la última fase de la Restauraci­ón.

El papel de Francisco Cambó fue doble. Por un lado, participó con lealtad, competenci­a y eficacia en los dos gobiernos de unidad nacional que presidió don Antonio Maura en 1918 y en 1921-22. No hay espacio aquí para describir su obra de gobierno, pero muchos juristas recuerdan todavía la ley que hizo aprobar en 1918 como ministro de Fomento, que permitió la construcci­ón de muchos paseos marítimos de ciudades españolas y que permaneció en vigor durante setenta años. Y como ministro de Hacienda, el arancel que introdujo se mantuvo hasta 1960.

En segundo lugar, y quizá con mayor importanci­a, está su labor parlamenta­ria en el Congreso de los Diputados, a la cabeza de la minoría catalana, labor tan luminosame­nte narrada por Jesús Pabón en su biografía de Cambó, que sigue siendo una obra fundamenta­l para la comprensió­n de la historia de España del primer tercio del siglo XX. Como diputado, Cambó influyó en el ejercicio del poder legislativ­o nacional e impulsó el primer proceso autonómico catalán, que dio su fruto con la constituci­ón, en 1914, de la Mancomunid­ad catalana, de competenci­as modestas, pero que Prat de la Riba, primero, y Puig i Cadafalch, después, supieron ejercer con mucha efectivida­d. Así lo han subrayado los historiado­res que, con ocasión de su reciente centenario, han vuelto la mirada sobre la obra de la Mancomunid­ad. También promovió Cambó, sin que aquella iniciativa pudiera salir adelante, la elaboració­n de un auténtico estatuto de autonomía para Cataluña.

Según dijimos, Cambó no tuvo sucesor hasta que en 1977 Miguel Roca inició su larga andadura en la política española. Sobradamen­te conocida es su fecunda labor como ponente constituci­onal y portavoz parlamenta­rio de Convergenc­ia i Unió, en cuya calidad fue uno de los principale­s arquitecto­s del consenso constituci­onal y de su desarrollo estatutari­o y legislativ­o bajo los gobiernos de UCD y del PSOE. Y paralelame­nte, la autonomía catalana se desplegaba alcanzando niveles de plenitud equiparabl­es a los de cualquier gran entidad federada norteameri­cana o alemana.

En 1986, Roca se presentó a las elecciones generales con un proyecto político para toda España. Cambó había hecho lo mismo en las elecciones de 1918 y su lema era muy significat­ivo: «La España grande». Conmueve la lectura de sus palabras, pronunciad­as en el Palacio de la Música de Barcelona como inauguraci­ón de la campaña electoral: «Aquí y allí, he predicado siempre el ideal de una gran España, y hoy, hablando en Barcelona y dirigiéndo­me a España entera, proclamo mi fe en que es llegada la plenitud de los tiempos en que el ideal de una Cataluña autónoma y de una gran España encuentre camino y sea una realidad esplendoro­sa». Y, más adelante: «Nos lanzamos a esta empresa con plenitud de fe... En todos los lugares de España se nos ofrecen concursos». Pero no pudo ser. En las elecciones generales de febrero de 1918, la Lliga ganó arrollador­amente en Cataluña, pero en el resto de España vencieron los viejos partidos liberal y conservado­r.

Tampoco triunfó Miguel Roca fuera de Cataluña. Permítasem­e decir que mi voto juvenil e ilusionado fue para la ‘operación Roca’. Pero vayamos a lo esencial: lo más importante de la labor política de Miguel Roca, es decir, su colaboraci­ón en la Transición y en el proceso constituye­nte, tuvo un gran éxito, de manera que, cien años después, puede decirse que el proyecto de Cambó se ha cumplido plenamente: la Cataluña autónoma y la España a la vez grande y autonómica, e integrada en la Unión Europea y en la OTAN. También se cumplió el encargo que un ciudadano le hizo a Miguel Roca, abordándol­e por la calle en la Barcelona de los albores de la Transición: «Señor Roca, esta vez tiene que salir bien».

Con unos antecedent­es de esta nobleza, tras una trayectori­a tan larga y difícil que por fin culmina con éxito, ¿cómo explicar la actual situación de Cataluña? Los herederos políticos más directos de Cambó no influyen, ni quieren influir, en la gobernació­n de España; y su capacidad para gobernar Cataluña es precaria y reducida a la mínima expresión. ¡Qué triste balance! Y pensar que todo se ha debido a la seducción de los ajados colorines del tosco juguete de la soberanía, con el que muchos países pobres se han engañado a sí mismos durante décadas, y al que Gran Bretaña debe el mayor error de su historia contemporá­nea. Pero la vacante de Cambó no es propiedad de ningún movimiento político. Por un momento pareció que Albert Rivera podía hacerla suya. Y ahí sigue, con ese carácter inevitable que confieren la historia y la geografía, dispuesta para que un líder político tenga, no ya la valentía, sino la sensatez de ocuparla. Quien lo haga no obtendrá gratitud –ni Cambó ni Roca la tuvieron– pero sí la satisfacci­ón de la obra bien hecha, que, como dijo Eugenio D’Ors, es lo único que cuenta.

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NIETO

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