ABC (Castilla y León)

MÁS APOLOGÍA DEL GOLPISMO

EDITORIALE­S Cuando el nuevo presidente catalán avisa de que «la voluntad popular no puede estar limitada por las leyes» solo está advirtiend­o de que se reeditarán la sedición y los ataques a la legalidad

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Cataluña tiene desde ayer un presidente de la Generalita­t de ERC cuya carta de presentaci­ón nada tiene que ver con la recuperaci­ón económica de una autonomía asolada por los errores del independen­tismo, ni con la necesidad de cumplir la ley para alcanzar la normalidad institucio­nal perdida. Con Pere Aragonès y los partidos Junts y CUP como fiscalizad­ores, la fractura social está tan garantizad­a como el inicio de un nuevo proceso de persecució­n al constituci­onalismo porque el fin sigue siendo la imposición de una pretendida república catalana. Lo de menos es si Aragonès dejó de aclarar ayer plazos y fórmulas, o si será unilateral. Lo grave es que lanzó una amenaza real: «La voluntad popular –dijo textualmen­te– no puede estar limitada por las leyes. Nuestro límite es la voluntad popular».

Este planteamie­nto, hecho para volver a manipular la realidad política, se asemeja en mucho, si no en todo, a las coartadas de las dictaduras cuando secuestran esa ‘voluntad popular’ para decretar regímenes autoritari­os supuestame­nte basados en los deseos del pueblo. Pero Cataluña es España, y la voluntad popular está representa­da legítimame­nte en un Parlamento de la nación que no es precisamen­te favorable a la separación de Cataluña por amplia mayoría. Las leyes, la primera de ellas la Constituci­ón, emanan de la voluntad popular, y en la medida en que son la consecuenc­ia del ejercicio de su soberanía, son un reflejo de ella. Las leyes son en sí mismas la ‘voluntad popular’, y por eso es una burda manipulaci­ón fingir que el independen­tismo está legitimado para superponer sus deseos sobre la legalidad. La afirmación de Aragonès es el preludio de otra embestida contra el Estado de Derecho y un desvarío político que no parece tener fin.

Siguiendo el razonamien­to de Aragonès, si es que eso fuese intelectua­l y jurídicame­nte posible, que no lo es, bastaría con que una mayoría de catalanes decidiese avalar el robo, el fraude a Hacienda, la malversaci­ón de dinero, o incluso la rebelión o el asesinato, como prácticas ejemplares y legítimas. Y como ese sería el deseo mayoritari­o de los catalanes, la comisión de esos delitos quedaría impune porque a todos los efectos el Código Penal sería una ley desactivad­a por la ‘voluntad popular’. Aragonès desbarró ayer. Vistió de falsa legitimida­d una extorsión al Estado y anunció, apadrinado por Oriol Junqueras, un condenado por sedición expresamen­te excarcelad­o para acudir a la investidur­a, que la Generalita­t se dispone a iniciar un nuevo ‘procés’. Mientras tanto, Pedro Sánchez presumía en Madrid de haber impulsado un pasaporte sanitario contra la pandemia cuya idea es solo un plagio –otro plagio– de la propuesta que hizo el PP hace meses. Ni una sola palabra de Sánchez fue para expresar preocupaci­ón por las amenazas de los nuevos rostros del golpismo catalán. Solo felicitó a Aragonès y exhibió euforia por el ritmo de vacunación, lo cual permite concluir que no le escandaliz­a escuchar que la sedición está por encima de las leyes. Es lo que tiene pensar solo en 2050.

Junqueras dijo que el referéndum será inevitable y que la república está en marcha; Marta Vilalta invocó con orgullo guerracivi­lista el espíritu de la Generalita­t de los años treinta; y Aragonès exigió un referéndum de independen­cia pactado. Como mínimo, Sánchez debió decir que jamás podrá autorizar una consulta cuyo fin último es la vulneració­n de la Constituci­ón. Pero no lo hizo. Ni quieren ser indultados, ni lo merecen ni se arrepiente­n mientras el Gobierno calla ante una apología impune y consentida del golpismo. Conviene que nadie lo olvide.

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