Las 48 horas del desafío marroquí a España
▶Marruecos quería prolongar el órdago, pero divisiones internas y presiones de la UE le hicieron cambiar de plan ▶Rabat se negó durante varias horas a responder a las llamadas del Gobierno
Alas 22.50 horas del pasado 18 de abril Brahim Ghali, líder del Frente Polisario, ingresaba en el Hospital San Pedro de Logroño con identidad falsa y tras haber llegado a España en secreto, a bordo de un avión procedente de Argelia que aterrizó en Zaragoza. El Gobierno había atendido así la petición de las autoridades de ese país, que encontraron en el Ejecutivo de Sánchez la comprensión que no tuvo en otros países europeos, como el de Alemania o Italia. La decisión era de muy alto riesgo, porque si trascendía la operación el choque diplomático con Marruecos estaba servido.
El Ejecutivo español se dividió: Interior lo desaconsejó de plano y advirtió de las consecuencias que eso tendría; Exteriores, sin embargo, asegura que la decisión fue consensuada por el conjunto del Gobierno. Cuando trascendió la noticia, casi de inmediato, la crisis diplomática estaba servida. «Es insólito que alguien pensara que los marroquíes no se enterarían», explican a ABC fuentes de un servicio de información.
Primeros avisos
Rabat nunca responde en caliente. Lo que quiere es presionar para que España reconozca su soberanía sobre el Sahara, tal como hizo el 10 de diciembre Estados Unidos, y el ‘caso Ghali’ le facilitó una excusa perfecta para presionar. Las «razones humanitarias» evocadas por nuestro Gobierno palidecían ante la torpeza de ocultar a un socio estratégico en ámbitos muy sensibles –inmigración ilegal, terrorismo yihadista, economía..., la acogida de uno de sus peores enemigos que, por lo demás, había sido investigado en España por genocidio.
Más allá de las declaraciones oficiales –dos–, de una contundencia sin precedentes, remachadas con una entrevista muy agresiva del ministro de Exteriores concedida a la agencia Efe–, Rabat comenzó a dar señales de cuál sería su respuesta el 25 de abril, cuando permitió que más de un centenar de jóvenes se lanzaran al mar, bordearan el espigón del Tarajal y llegaran a Ceuta. Pese a las evidencias, –la zona desde donde habían partido los inmigrantes irregulares estaba siempre vigilada, salvo ese día–, el Gobierno desvinculó estos hechos de la evidencia de la crisis diplomática que había estallado.
El pasado domingo vecinos de Tánger grababan cómo numerosas lanchas con ‘sin papeles’ zarpaban de sus playas sin que hubiese rastro de agentes marroquíes. Era extraño –de ahí que tomaran esas imágenes– porque se trata de una zona siempre muy bien vigilada al partir pateras de allí de forma habitual. La operación para lanzar una presión migratoria sin precedentes contra España estaba en marcha.
Esa misma mañana ya se había corrido la voz entre los más jóvenes de Castillejos, ciudad fronteriza con Ceuta, de que las playas estarían sin vigilancia, precisamente un día en el que había muy buena mar y un sol espléndido. Es decir, las circunstancias ideales para que los jóvenes se lanzaran al agua. A últimas horas de la tarde los jóvenes de la zona comenzaron a concentrarse en la playa; en realidad, no solo ellos, porque también lo hacían familias enteras con sus hijos. A las dos de la madrugada comenzaban las entradas y con las primeras luces del día se hablaba de la llegada de un centenar de inmigrantes irregulares. Al contrario de lo que había sucedido a últimos de abril, esta vez el flujo no solo no se detenía, sino que aumentaba, cada vez a mayor ritmo: sobre todo entraban jóvenes y adolescentes, pero también niños muy pequeños con sus padres. En los arenales, y ante la pasividad absoluta de las fuerzas marroquíes, la Guardia Civil se centró en tareas humanitarias.
A las siete de la mañana del lunes, el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, recibe la primera llamada del secretario de Estado de Seguridad, Rafael Pérez. Le da cuenta de los hechos, de que seguían llegando inmigrantes, sobre todo jóvenes, y de una advertencia de la Guardia Civil: «Lo que ocurre no es normal». El precedente del 25 de abril también fue invocado. «Quiero una monitorización permanente de la situación», ordenó.
«No me consta»
A pesar de que las noticias eran ya muy preocupantes, la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, afirmó a media mañana «no tener constancia» de la relación entre esos hechos y el ‘caso Ghali’... Es más; insistía en las excelentes relaciones con Marruecos. Pero la realidad, tozuda como siempre, se impone al voluntarismo.
Las noticias de Castillejos eran cada vez más inquietantes. Avalanchas de jóvenes llegaban a la ciudad fronteriza, mientras los más viejos del lugar no daban crédito a lo que veían. A pie, en taxis pagados entre varios, en coches o motocicletas, miles de jóvenes acudían al reclamo de tener el
REUTERS
‘paraíso’ al alcance de la mano. Había otro dato que hacía pensar en una cierta organización: comenzaban a llegar autobuses repletos de chicos. Por lo demás, las redes sociales también hacían su trabajo. Lanzando rumores, como ese supuesto partido que iba a jugar en Ceuta Ronaldo, ídolo de los chavales, pero también dejando constancia de que había vía libre para quien quisiera ir a Ceuta. Cientos de estudiantes abandonaron las aulas sobre la marcha y sin siquiera avisar a sus padres se lanzaron al agua.
Las escasas fuerzas marroquíes desplegadas incitaban a los menores –y a los adultos, claro– a que se lanzaran al mar; algunos agentes, hasta se despedían y deseaban suerte a los inmigrantes. El formidable ‘efecto llamada’ que se había producido –la noticia de las salidas masivas habían llegado hasta el último rincón del país–, tuvo otra rápida consecuencia: también los subsaharianos vieron su oportunidad y avanzada la tarde se veía por las carreteras de acceso a Castillejos a muchos que enfilaban a pie hacia la frontera. «Da miedo; llevo 60 años aquí y nunca he visto nada igual», relataba a ABC un testigo.
Imágenes durísimas
En el lado español, la Guardia Civil no tenía posibilidad alguna de contener la avalancha y bastante hacía con intentar que no hubiera víctimas. «No