TRIBUNA ABIERTA
‘EL SHOCK DEL FUTURO’ El problema para la izquierda es que repitieron tanto sus mantras que acabaron por creérselos como verdades absolutas
En su obra ‘El shock del futuro’, Alvin Toffler describió este fenómeno como «un cambio excesivo en un lapso de tiempo demasiado breve» que sume, a quien lo padece, en un estado de tensión y desorientación.
Ese ‘shock del futuro’ es lo que experimenta la izquierda tras los resultados de las elecciones autonómicas del pasado 4 de mayo. Incapaz de entender qué ha sucedido y cómo ha podido suceder, avanza desorientada en los días posteriores a los comicios que revalidarán la presidencia de Díaz Ayuso. La causa de esta incomprensión por lo sucedido se encuentra en la destrucción de tres postulados que la izquierda asumía como verdaderos e incuestionables.
En primer lugar, la participación. Los tres partidos de la izquierda repitieron sin cesar aquello de que, si la participación era mayoritaria, ganarían. ‘Que hable la mayoría’ fue el eslogan tuitero elegido por Podemos para alentar una participación masiva que acabó por venírseles en contra. Frente a la tendencia abstencionista de las últimas elecciones autonómicas, el 76’2% de los madrileños acudieron a las urnas, cuatrocientos mil más que en 2019. Del total, un 68% optó por la derecha.
En segundo lugar, las mayorías sociales. Uno de los ataques constantes que ha enfrentado la actual presidenta en funciones fue que, tanto ella como sus predecesores, gobernaron sólo para un reducido grupo de colectivos privilegiados. Sin embargo, la radiografía madrileña que nos deja el 4 de mayo arroja que el PP ganó por primera vez en los 21 distritos de Madrid capital;
Santos Miguel de Sinada, Desiderio de Langres, Efebo de Nápoles y Eutiquio de Nursia
Obispo de Sinada. Se le atribuye un milagro que puso fin a una gran sequía, ya que la lluvia solo llegó gracias a su plegarias Puente y Villa de Vallecas incluidos. También en 177 de los 179 municipios, entre los que se encuentran bastiones históricos de la izquierda como Fuenlabrada, Móstoles o Rivas-Vaciamadrid. Quienes intentaron patrimonializar durante años el sentir de la gente, enfrentan que su gente no era tan suya como creyeron.
Y, finalmente, los jóvenes. En 2016 Carolina Bescansa –socióloga de cabecera del Podemos original–, declaraba que «Si sólo votase la gente menor de 45 años, Iglesias sería presidente». Sobre esta creencia se erige su propuesta de rebajar la edad de voto a 16 años. Para su asombro, los electores menores de 29 años, eligieron mayoritariamente la papeleta del PP, que deja de ser opción exclusiva de los conservadores mayores de 55 años.
Así, a la ya difícil noche electoral del 4 de mayo, la izquierda tuvo que sumar la más complicada mañana del día 5, en la que el análisis mesa a mesa demostró que sus tres paradigmas socioelectorales eran falsos. Abocándoles con ello a la dura asunción de que, cuando la realidad desmiente tus postulados, eres tú, y no la realidad, quien está equivocado.
El problema para la izquierda es que repitieron tanto estos mantras que acabaron por creérselos como verdades absolutas y hoy solo pueden optar entre dos vías. Por un lado, encerrarse en teorizaciones politológicas que expliquen lo ocurrido como un accidente social. O iniciar un proceso de reflexión sobre cuándo dejaron de conectar con el ciudadano medio que lleva meses reclamando que salud y trabajo vayan de la mano. Y que, de paso, empieza a percibir los trucos de trilero diseñados en La Moncloa como mentiras que no se sostienen cuando se someten al análisis crítico de la generación de españoles más preparada e informada de la historia. Mientras eligen qué camino tomar, permanecerán en un estado de tensión y desorientación.