TIEMPO RECOBRADO
El afán por enmascarar la realidad llega a extremos grotescos
L lenguaje suele ser el primer síntoma de descomposición de un régimen político. Y eso es aplicable al Gobierno de Sánchez, cuyas palabras cada vez están más distanciadas de los hechos.
Las encuestas revelan un retroceso del PSOE en intención de voto, pero eso es reversible porque los estados de opinión son volátiles. Lo que es más difícil de revertir es la huida de la realidad que se manifiesta a través de una cierta utilización del lenguaje.
Cuando lo que sucede contradice las promesas y los programas, siempre es mucho más fácil cambiar las expresiones que las políticas o, mejor dicho, manipular el lenguaje para ocultar los hechos. Las palabras son un comodín que nos permite justificar cualquier contradicción.
Esto se ha puesto crudamente en evidencia cuando el ministro Grande-Marlaska ha declarado que «las devoluciones en caliente» que hemos visto en Ceuta y que rechazaba el PSOE, son calificadas ahora como «rechazos en frontera». Son el mismo fenómeno, pero con otro nombre para no reconocer que el Gobierno se contradice.
EEl afán por enmascarar la realidad llega a extremos grotescos cuando Exteriores señala que las relaciones con Marruecos son «magníficas» o cuando María Jesús Montero afirma que Brahim Ghali entró en España «con una identidad falsa para preservar su identidad».
Todo ello es incomprensible y atenta contra el sentido común, pero parece que el Gobierno cree, como afirma Humpty Dumpty, que el significado de las palabras depende de quién manda. Una manzana puede ser un melocotón si así lo quiere el poder.
Ya Aristóteles en su ‘Retórica’, un libro que seguramente ha leído Iván Redondo, distinguía entre el pathos y el ethos. El primero es la utilización de las emociones y la empatía para convencer. O sea, el relato. El segundo es la lógica de la argumentación, la coherencia interna del discurso. Es evidente que Sánchez y sus ministros están convencidos de que el ‘pathos’ sin ‘ethos’ puede funcionar para persuadir a los ciudadanos de que las cosas no son como parecen y de que las palabras tienen un poder mágico para trastocar la realidad.
Orwell analizó muy bien como los regímenes autoritarios recurren a manipular al lenguaje para ocultar las verdades incómodas. Sánchez preside un Gobierno democrático y legítimo que utiliza la propaganda para eludir sus responsabilidades y ocultar sus contradicciones.
Pero el problema de esa estrategia es que su efectividad suele ser decreciente. No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Y no es posible planificar lo que España va a ser dentro de 30 años cuando hay una incapacidad de prever lo que sucederá mañana. Si Sánchez piensa que el ‘pathos’ va a ser su tabla de salvación, que gobernar es hacer propaganda y que la distorsión del lenguaje no tiene coste, la realidad acabará por pasarle factura.