CAMBIO DE GUARDIA
El Doctor Sánchez promete paraísos para 2050. Esto es, para cuando andemos criando malvas
NTES, mucho antes, de que los ‘Sex Pistols’ de Johnny Rotten y Sid Vicious berrearan su letanía suicida («No future, / no future for you»), un obispo de la africana Hipona, hace mil seiscientos años, fulminó teológicamente el elogio del futuro, esa burla de los poderosos sobre los débiles. San Agustín, ‘Civitas Dei’: «Pasado y futuro, ¿cómo podrían ser, si el pasado ya no es y el futuro todavía no es? Y, en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad». Quevedo hará con eso gran poesía.
Imponer como real la fantasía llamada futuro es atrapar, a quien acepte hablar de eso, en la prisión de ilusiones a la medida que el gestor de los mañanas le promete. Porque el futuro no es más que una invención a la medida de los deseos presentes del que manda. Y en la escena profética tan sólo se persigue alzar un recio monumento a la obediencia.
El Doctor Sánchez, ahora, promete paraísos para 2050. Esto es, para cuando él mismo y una parte ampliamente mayoritaria de cuantos le soportamos
Aandemos criando malvas. No es, en política, un proceder precisamente nuevo. Pensar las mecánicas de la dominación ha sido, en la edad moderna, pensar en los usos eficaces del futuro perfecto para imponer a los súbditos la aceptación de un presente más bien chungo. Baruch de Spinoza lo desarrolla en su tan mesurado ‘Tractatus Politicus’: quien domina sólo por la fuerza física, domina cuerpos pero no mentes; sólo al abrazar como propio el porvenir deseado por el amo, la dominación puede blindarse tanto cuanto firme sea la esperanza en sus profecías. Y, un siglo antes, el joven Étienne de la Boétie lo había ya propuesto en un ‘discurso’ de la servidumbre voluntaria cuya lucidez fascinaba a su amigo Montaigne: la reducción al futuro es la reducción al deseo de quien pone en escena el venidero paraíso. En nuestro recién pasado siglo veinte, Simone Weil, hacia 1937, vería en tal cesión del oscuro hoy en el luminoso mañana la clave hermética del totalitarismo.
España vive al borde del precipicio. Inmediato. La pandemia nos ha diezmado más que a ningún país civilizado. La economía española está al borde del derrumbe. ‘España’ pasó, de la palabra discutida y discutible de Zapatero a la palabra borrable y borrada por los socios gubernamentales del Doctor Sánchez. Esquerra y Podemos, han apostado por repetir la aventura golpista de 2017 en Cataluña… Pero el presente, ¿qué importa? ¿Qué importa nada, si para el año 2050 se promete a nuestras para entonces cenizas Paraíso?
¿No existe 2050? No en el futuro, desde luego. En el presente sí. Porque todo es presente, enseña el de Hipona: «presente de las cosas pasadas, presente de las presentes y presente de las futuras». Y en su presente promesa de lo venidero, Doctor y socios blindan nuestra servidumbre. La de hoy mismo. ‘No future!’.
UCEDIÓ. No fue un mal sueño. Todavía no se han cumplido ni cuatro años del mayor ataque contra la unidad de España desde los días de la II República. El 1 de octubre de 2017, las autoridades autonómicas catalanas, máxima representación del Estado allí, organizaron un referéndum ilegal de independencia pese a todas las advertencias, ruegos y resoluciones del Gobierno español y los tribunales. El 27 de octubre proclamaron finalmente una República catalana. La extrema gravedad de la amenaza obligó a aplicar por primera vez el 155 de la Constitución –con el apoyo del PSOE de Sánchez–, siendo intervenida la autonomía a fin de salvaguardar la unidad de España. Los líderes del golpe fueron encarcelados en prisión preventiva en noviembre de 2017. La sentencia del Supremo, más bien contemporizadora, condenó en octubre de 2019 al cerebro de la insurrección, Oriol Junqueras, exvicepresidente de la Generalitat, a 13 años de cárcel y otros tantos de inhabilitación, por sedición y por malversación de dinero público. Las penas restantes oscilaron entre 9 y 12 años.
Ahora el Gobierno se prepara para indultar a los promotores de aquel golpe, según ha adelantado con un globo sonda a través de su cauce mediático habitual. En paralelo pretende abaratar el delito de sedición. Los indultos supondrían un insulto al sentir de la mayoría de los españoles y un imperdonable error político, por los siguientes motivos: 1) Los presos a los que Sánchez pretende indultar no han pedido perdón y además amenazan con repetir. Ni siquiera se han dignado a responder cuando el Supremo les ha consultado su punto de vista respecto a sus propios indultos. 2) Todo indica que el Supremo se opondrá a la medida de gracia, con lo cual si Sánchez sigue adelante tendremos al Ejecutivo enfrentado abiertamente al primer tribunal de la nación. 3) Estos delincuentes, condenados a penas de diez años de cárcel y más, ni siquiera han cumplido cuatro. Liberarlos supondría un agravio para otros ciudadanos presos por delitos menos graves. 4) Si te declaran una República para romper España y acto seguido los premias con un indulto, estás tendiendo una alfombra roja para que reincidan. 5) El indulto supondría una desautorización expresa del Gobierno al Rey, pues obligaría al jefe del Estado a rubricar algo en total contradicción con su histórico discurso del 3 de octubre de 2017, que fue crucial para frenar la embestida independentista. Felipe VI lo expresó nítidamente aquella noche: «Estas autoridades [las de la Generalitat separatista] de una manera clara y rotunda se han situado al margen del derecho y la democracia. Han pretendido quebrar la unidad de España y la soberanía nacional». ¿Es admisible que ahora Sánchez contradiga al Rey y los indulte por su conveniencia personal?
No existe justificación para el indulto. Atiende solo al interés de Sánchez por mantener la alianza con los separatistas que lo sostienen en el poder. La sociedad civil debería oponerse a esta burla. Empezando por una intelectualidad por desgracia casi siempre acobardada a la hora de defender a su país.
No existe justificación para perdonar a quien no se arrepiente y amenaza con reincidir
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