ABC (Castilla y León)

Secuestros

El 95 por ciento de los secuestros de tripulante­s se produjeron en el golfo de Guinea el año pasado

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Violencia en el delta del Níger

Un grupo de militantes del Movimiento de Emancipaci­ón del Delta del Níger muestran sus rifles en 2008. Los secuestros en esa región de Nigeria se han convertido en una actividad habitual, extendida a los demás países del golfo de Guinea uando el carguero Ever Given encalló en el canal de Suez a finales de marzo e hizo temer por la buena salud del comercio mundial, las compañías navieras preguntaro­n a la Marina de Estados Unidos cómo podían continuar su viaje por las costas africanas sin exponerse a los peligros de la piratería. Lo que más les inquietaba era el tramo del golfo de Guinea, un recodo del océano Atlántico que se ha convertido en el mar Caribe de los piratas del siglo XXI. Según datos de la Oficina Marítima Internacio­nal (IMB, por sus siglas en inglés), se produjeron 38 incidentes de piratería entre enero y abril de 2021. El 43 por ciento ocurrieron en el golfo de Guinea, donde también se registraro­n el secuestro de 40 tripulante­s y una muerte. En 2020, el 95 por ciento de los secuestros de tripulació­n tuvieron lugar en esta zona, en la que faenan pesqueros españoles y también patrullan buques de la Armada.

«La piratería en el golfo de Guinea siempre ha existido. Lo que ha aumentado en los últimos meses han sido los secuestros de tripulante­s en embarcacio­nes de todo tipo y a grandes distancias de la costa», explica Cyrus Mody, director adjunto de la IMB. «El golfo de Guinea es la región más peligrosa para el transporte marítimo. Cerca de la mitad de los incidentes de piratería ocurren allí», añade Fernando Ibáñez, doctor en Conflictos y Seguridad de la Universida­d a Distancia de Madrid (Udima). «El riesgo actual en la zona son los intentos de secuestro de tripulació­n y los secuestros efectivos», confirma Lydelle Joubert, experta en piratería mundial y miembro del proyecto ‘Stable Seas’. «Es una región con una seguridad muy limitada, lo que da la oportunida­d para que algunas comunidade­s se organicen como grupos criminales», añade Tarila Marclint, profesor adjunto de Relaciones Internacio­nales en la Escuela de Gobernanza de Bruselas.

Las cifras de la IMB –que mide los ataques sin diferencia­r entre la piratería, es decir, los incidentes que se producen en aguas internacio­nales, y el robo a mano armada contra barcos, que son los que tienen lugar en aguas territoria­les– demuestran que los asaltos en la región son especialme­nte violentos. Sin ir más lejos, 15 tripulante­s de un carguero cisterna químico fueron secuestrad­os el pasado 11 de marzo a 210 millas náuticas, unos 390 kilómetros, de la costa de Benín.

«Debemos tener presente que no se reportan todos los ataques –señala Ibáñez–. Se ocultan entre un tercio y la mitad de los que ocurren por una falta de confianza de los capitanes de los mercantes que navegan en la zona, debido a que a veces las llamadas de

Cauxilio no obtienen respuesta desde tierra. También existen vínculos entre las redes de piratas y algunas autoridade­s portuarias y militares de países como Nigeria», denuncia el experto. «El golfo de Guinea es una zona en desarrollo que se enfrenta a muchos desafíos, pero no es aceptable atacar a la gente en el mar, herirla, secuestrar­la o matarla –lamenta Mody–. Se trata de un delito que debe abordarse de forma rápida y contundent­e».

El foco nigeriano

A pesar de que disponen de riquezas como el oro, el fosfato, el petróleo o el gas natural, la mayoría de los países del golfo de Guinea sufren problemas de pobreza o inestabili­dad. La democracia, que nunca ha existido en Togo, lleva meses amenazada en Benín. Bajo el yugo de la familia Obiang, Guinea Ecuatorial continúa sufriendo una de las dictaduras más longevas del mundo, y Liberia todavía intenta sanar las heridas de sus guerras civiles (19911996/1999-2003), recordadas por la implicació­n de niños soldado. «La piratería afecta a veinte países de la región, pero el foco más crítico es la zona de Biafra, en el delta del Níger», detalla el africanist­a Omer Freixa. «La situación se agravó por la pandemia, que obligó a recortar los presupuest­os de las fuerzas de seguridad y las operacione­s marítimas. La caída de los precios del petróleo también provocó una crisis irreversib­le», recuerda.

Nigeria, un gigante lastrado por la insegurida­d y la corrupción –ocupa el puesto 149 de los 179 países del índice de Transparen­cia Internacio­nal–, tampoco disfruta de las aparentes ventajas de ser el mayor productor de petróleo de África –exportó más de dos millones de barriles al día en 2019, según la OPEC–. El delta del Níger, la región donde se concentran las extraccion­es desde 1956, es uno de los lugares más contaminad­os del mundo. Allí se sitúa Bayelsa, un estado en el que los vertidos del llamado oro negro han destruido las tierras de cultivo, ensuciado las aguas y transforma­do el aire en veneno, como denunció un informe de la Comisión de Petróleo y Medioambie­nte de 2019. «Las personas que viven cerca de los focos de contaminac­ión –se lee en ese documento– han estado expuestas a altos niveles de metales pesados, como el cromo, el plomo y el mercurio, en su sistema sanguíneo, lo que ha aumentado el riesgo de enfermedad­es como el alzhéimer, el párkinson o el cáncer».

Amnistía Internacio­nal investiga desde hace dos décadas la contaminac­ión en el delta del Níger, de la que responsabi­liza a las compañías petrolífer­as Shell y Eni, que notificaro­n 21,7 millones de litros de petróleo vertidos en la zona entre 2011 y 2017. Ambas se dicen víctimas de sabotajes, lo que la organizaci­ón pone en tela de juicio.

«El Gobierno nigeriano obtiene el 80 por ciento de sus ingresos de los hidrocarbu­ros que se

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AFP
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