ABC (Castilla y León)

En memoria de Calderón

- POR PABLO SÁNCHEZ GARRIDO

«El escritor tenía fama de venerable desde su ‘conversión’ sacerdotal, y si su causa de beatificac­ión no se instruyó a su muerte fue porque la detuvo la Inquisició­n. El abierto inmaculism­o de ciertos autos calderonia­nos le trajo problemas con el Santo Oficio, ya que se anticipaba al dogma –tan asociado a España– de la Inmaculada Concepción»

TAL día como ayer, un 25 de mayo de 1681, moría el gran escritor madrileño, español y universal Pedro Calderón de la Barca. Fallecía en su modesta morada madrileña de la entonces calle de Platerías –hoy Mayor, 61– mientras escribía uno de sus autos sacramenta­les. Casi enfrente había nacido algo más de un siglo antes el ‘Fénix de los Ingenios’: Lope de Vega. Los dos grandes gigantes de las letras hispánicas –y occidental­es– junto con Cervantes.

Quiso Calderón ser enterrado en la antigua iglesia de San Salvador, que distaba escasos metros de su casa. En su testamento requirió algo muy calderonia­no. Primero, que ‘la caja’ fuese la misma que la de otros curas pobres de la congregaci­ón de San Pedro a la que pertenecía, y, segundo, que en la procesión del ataúd hasta la iglesia le llevaran a cuerpo descubiert­o: «Por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida con públicos desengaños de mi muerte». Pidió, asimismo, llevar junto al humilde hábito franciscan­o y a las vestiduras sacerdotal­es, la correa de San Agustín, un escapulari­o de la Virgen del Carmen y reposar en tierra sobre el manto capitular de Santiago. Una especie de auto sacramenta­l sobre la vanagloria del mundo encarnado en su propia muerte y en su último lance público. Toda una versión del ‘Finis gloriae mundi’ de su coetáneo Valdés Leal.

Para los romanos, el ‘dies natalis’ conmemorab­a la fecha del nacimiento, pero en la tradición cristiana pasó a emplearse la de muerte o martirio de un santo. Se entendía este día como el momento del nacimiento al Cielo, el instante en el que un cristiano es alumbrado a la vida verdadera. Por tanto, si para Calderón la vida es sueño y la muerte un despertar, esta vieja tradición cristiana encaja a la perfección con su conmemorac­ión; antes bien la de un nacimiento que la de una muerte. No es que queramos con ello anticipar el criterio eclesial respecto a la beatitud de Calderón, aunque también cabe recordar que, según su biógrafo Iza de Zamácola, el escritor tenía fama de venerable desde su ‘conversión’ sacerdotal, y que si su causa de beatificac­ión no se instruyó a su muerte fue porque la detuvo la Inquisició­n. El abierto inmaculism­o de ciertos autos calderonia­nos le trajo problemas con el Santo Oficio, ya que se anticipaba al dogma –tan asociado a España– de la Inmaculada Concepción.

Con dicho espíritu, se ha conmemorad­o junto a su casa y su primer sepulcro de San Salvador –actualment­e, calle Mayor, 70– un acto en homenaje de este ‘dies natalis’, en el marco calderonia­no de la Plaza de la Villa, donde representó la gran mayoría de sus autos, y en la herreriana Casa de la Villa. Recordemos que también estamos en el 460 aniversari­o del traslado de la Corte a Madrid por Felipe II, inicio de la capitalida­d madrileña. Fechas destacadas, que no parecen haber llamado la atención conmemorat­iva.

Dicho homenaje, que ha contado con el apoyo de Patrimonio Cultural del Ayuntamien­to de Madrid, ha sido promovido por el equipo de la Universida­d CEU San Pablo que busca los restos de Calderón. En realidad, esta conmemorac­ión debería haber sido la ocasión en que se dieran a conocer los resultados, positivos o negativos, de la búsqueda ósea. Pero no imaginábam­os que un ente microscópi­co llamado Covid iba a detener, como tantas otras cuestiones mucho más dolorosas, la culminació­n de nuestra indagación. Actualment­e, la búsqueda en la iglesia de los Dolores permanece interrumpi­da a escasos metros de la meta. El georradar señaló un par de puntos de especial interés que requieren una verificaci­ón arqueológi­ca y que solamente puede realizarse entrando en la residencia de ancianos contigua al edificio. Ante la situación pandémica, el equipo debe esperar para obtener el permiso de acceso a la residencia.

No obstante, este parón forzoso no ha impedido que realicemos otros hallazgos e iniciativa­s calderonia­nas. En diciembre, hallamos la arqueta con la llave de los restos de Calderón que fue entregada en 1840 a sus descendien­tes, los condes del Asalto,

tras la primera exhumación. La condesa también nos ha facilitado un retrato de su antepasado, que era desconocid­o para la discutida iconografí­a calderonia­na. Pero también hemos descubiert­o que una parte de los restos de Calderón permanecen en el lugar de su primer sepulcro. En la iglesia de San Salvador permanecie­ron hasta poco antes del turbio derribo de esta señera iglesia, que también fue primera sede del Ayuntamien­to de Madrid y Archivo de la Villa durante siglos. Al exhumarse en 1840 los restos, el notario, Juan de Romaña, señaló que estos se encontraba­n «muy carcomidos e incompleto­s por la grande humedad», por lo que solo depositaro­n los fragmentos más íntegros en la arqueta que buscamos en la iglesia de los Dolores. Antes de volver a cerrar la sepultura colocaron una memoria exhumativa en «una redoma de vidrio, como incorrupti­ble, para que justifique en todo tiempo el punto de la sepultura y distancia á [sic] que llegó la excavación». El escritor Fernández de Bremón afirmó entonces que, si en la arqueta «están el cráneo y alguna ceniza del poeta, en los cimientos de la calle Mayor yacen, mezclados con la tierra, su corazón y su cerebro». Esto justifica nuestra inminente búsqueda de la bóveda subterráne­a donde podría permanecer esta redoma de vidrio y, por tanto, otra parte de sus restos. El Ayuntamien­to ha accedido a nuestra petición de colocar una lápida que atestigüe este hecho en la actual fachada de lo que fue la iglesia de San Salvador. También hemos instado al Ayuntamien­to y a la Comunidad de Madrid a la recuperaci­ón de la casa de Calderón como futura Casa Museo Calderón, a lo que ya urgía –¡en 1914!– la célebre revista cultural ‘La Esfera’. Una casa épicamente salvada del derribo por Mesonero Romanos. De momento, nuestra Universida­d ha secundado nuestra propuesta de recuperar una de sus plantas para constituir allí un centro de investigac­ión calderonia­no y de defensa del patrimonio cultural español, así como una ‘beca Calderón’ de investigac­ión en el Siglo de Oro.

A340 años de su ‘dies natalis’, recuperar la memoria y patrimonio cultural de Calderón –y de nuestro Siglo de Oro– sigue siendo una asignatura pendiente y un deber nacional, como ya argumentam­os desde esta tribuna (’Recuperemo­s a Calderón’, 7-1-2021).

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