En memoria de Calderón
«El escritor tenía fama de venerable desde su ‘conversión’ sacerdotal, y si su causa de beatificación no se instruyó a su muerte fue porque la detuvo la Inquisición. El abierto inmaculismo de ciertos autos calderonianos le trajo problemas con el Santo Oficio, ya que se anticipaba al dogma –tan asociado a España– de la Inmaculada Concepción»
TAL día como ayer, un 25 de mayo de 1681, moría el gran escritor madrileño, español y universal Pedro Calderón de la Barca. Fallecía en su modesta morada madrileña de la entonces calle de Platerías –hoy Mayor, 61– mientras escribía uno de sus autos sacramentales. Casi enfrente había nacido algo más de un siglo antes el ‘Fénix de los Ingenios’: Lope de Vega. Los dos grandes gigantes de las letras hispánicas –y occidentales– junto con Cervantes.
Quiso Calderón ser enterrado en la antigua iglesia de San Salvador, que distaba escasos metros de su casa. En su testamento requirió algo muy calderoniano. Primero, que ‘la caja’ fuese la misma que la de otros curas pobres de la congregación de San Pedro a la que pertenecía, y, segundo, que en la procesión del ataúd hasta la iglesia le llevaran a cuerpo descubierto: «Por si mereciese satisfacer en parte las públicas vanidades de mi mal gastada vida con públicos desengaños de mi muerte». Pidió, asimismo, llevar junto al humilde hábito franciscano y a las vestiduras sacerdotales, la correa de San Agustín, un escapulario de la Virgen del Carmen y reposar en tierra sobre el manto capitular de Santiago. Una especie de auto sacramental sobre la vanagloria del mundo encarnado en su propia muerte y en su último lance público. Toda una versión del ‘Finis gloriae mundi’ de su coetáneo Valdés Leal.
Para los romanos, el ‘dies natalis’ conmemoraba la fecha del nacimiento, pero en la tradición cristiana pasó a emplearse la de muerte o martirio de un santo. Se entendía este día como el momento del nacimiento al Cielo, el instante en el que un cristiano es alumbrado a la vida verdadera. Por tanto, si para Calderón la vida es sueño y la muerte un despertar, esta vieja tradición cristiana encaja a la perfección con su conmemoración; antes bien la de un nacimiento que la de una muerte. No es que queramos con ello anticipar el criterio eclesial respecto a la beatitud de Calderón, aunque también cabe recordar que, según su biógrafo Iza de Zamácola, el escritor tenía fama de venerable desde su ‘conversión’ sacerdotal, y que si su causa de beatificación no se instruyó a su muerte fue porque la detuvo la Inquisición. El abierto inmaculismo de ciertos autos calderonianos le trajo problemas con el Santo Oficio, ya que se anticipaba al dogma –tan asociado a España– de la Inmaculada Concepción.
Con dicho espíritu, se ha conmemorado junto a su casa y su primer sepulcro de San Salvador –actualmente, calle Mayor, 70– un acto en homenaje de este ‘dies natalis’, en el marco calderoniano de la Plaza de la Villa, donde representó la gran mayoría de sus autos, y en la herreriana Casa de la Villa. Recordemos que también estamos en el 460 aniversario del traslado de la Corte a Madrid por Felipe II, inicio de la capitalidad madrileña. Fechas destacadas, que no parecen haber llamado la atención conmemorativa.
Dicho homenaje, que ha contado con el apoyo de Patrimonio Cultural del Ayuntamiento de Madrid, ha sido promovido por el equipo de la Universidad CEU San Pablo que busca los restos de Calderón. En realidad, esta conmemoración debería haber sido la ocasión en que se dieran a conocer los resultados, positivos o negativos, de la búsqueda ósea. Pero no imaginábamos que un ente microscópico llamado Covid iba a detener, como tantas otras cuestiones mucho más dolorosas, la culminación de nuestra indagación. Actualmente, la búsqueda en la iglesia de los Dolores permanece interrumpida a escasos metros de la meta. El georradar señaló un par de puntos de especial interés que requieren una verificación arqueológica y que solamente puede realizarse entrando en la residencia de ancianos contigua al edificio. Ante la situación pandémica, el equipo debe esperar para obtener el permiso de acceso a la residencia.
No obstante, este parón forzoso no ha impedido que realicemos otros hallazgos e iniciativas calderonianas. En diciembre, hallamos la arqueta con la llave de los restos de Calderón que fue entregada en 1840 a sus descendientes, los condes del Asalto,
tras la primera exhumación. La condesa también nos ha facilitado un retrato de su antepasado, que era desconocido para la discutida iconografía calderoniana. Pero también hemos descubierto que una parte de los restos de Calderón permanecen en el lugar de su primer sepulcro. En la iglesia de San Salvador permanecieron hasta poco antes del turbio derribo de esta señera iglesia, que también fue primera sede del Ayuntamiento de Madrid y Archivo de la Villa durante siglos. Al exhumarse en 1840 los restos, el notario, Juan de Romaña, señaló que estos se encontraban «muy carcomidos e incompletos por la grande humedad», por lo que solo depositaron los fragmentos más íntegros en la arqueta que buscamos en la iglesia de los Dolores. Antes de volver a cerrar la sepultura colocaron una memoria exhumativa en «una redoma de vidrio, como incorruptible, para que justifique en todo tiempo el punto de la sepultura y distancia á [sic] que llegó la excavación». El escritor Fernández de Bremón afirmó entonces que, si en la arqueta «están el cráneo y alguna ceniza del poeta, en los cimientos de la calle Mayor yacen, mezclados con la tierra, su corazón y su cerebro». Esto justifica nuestra inminente búsqueda de la bóveda subterránea donde podría permanecer esta redoma de vidrio y, por tanto, otra parte de sus restos. El Ayuntamiento ha accedido a nuestra petición de colocar una lápida que atestigüe este hecho en la actual fachada de lo que fue la iglesia de San Salvador. También hemos instado al Ayuntamiento y a la Comunidad de Madrid a la recuperación de la casa de Calderón como futura Casa Museo Calderón, a lo que ya urgía –¡en 1914!– la célebre revista cultural ‘La Esfera’. Una casa épicamente salvada del derribo por Mesonero Romanos. De momento, nuestra Universidad ha secundado nuestra propuesta de recuperar una de sus plantas para constituir allí un centro de investigación calderoniano y de defensa del patrimonio cultural español, así como una ‘beca Calderón’ de investigación en el Siglo de Oro.
A340 años de su ‘dies natalis’, recuperar la memoria y patrimonio cultural de Calderón –y de nuestro Siglo de Oro– sigue siendo una asignatura pendiente y un deber nacional, como ya argumentamos desde esta tribuna (’Recuperemos a Calderón’, 7-1-2021).