Romería carcelaria y primeras escaramuzas
En su primera jornada al frente de la Generalitat, Pere Aragonès comprobó que su día a día va a ser un discurrir entre un Gólgota y lo que le manden sus jefes, que son Junqueras y Puigdemont. Apenas había terminado de desayunar y sus socios de la CUP se convertían en okupas y tomaban una sede de ERC, que es el partido de Aragonès, mientras en otro lugar cercano se liaban a dar estopa a los Mossos que trataban de proteger a una comisión judicial en un desahucio. Luego, tras el almuerzo, Aragonès emprendía una fervorosa romería por las cárceles donde cumplen condena (parece que por poco tiempo, según se leyó entre líneas a ‘Chiqui’ Montero) los golpistas del 1-O. Vis a vis con el jefe para despachar los primeros asuntos de su ‘mandato’. Aragonès quiere dejar claro desde el principio que quien manda en el invento sigue siendo Junqueras –que ya rima con pasa menos tiempo dentro que fuera–, que ya asistió a la investidura y fue saludando como tal, puño en alto, a las distintas facciones del separatismo por los pasillos del Parlament. No se molesta Aragonès ni en disimular su dependencia y mando más bien menesteroso, casi cautivo de las dos patas que conforman el nuevo poder político en la Cataluña ‘indepe’: uno en Lledoners y otro en Waterloo, donde el nuevo president no tardará en acercarse para rendir visita (y pleitesía) al fugado.