ABC (Castilla y León)

A 19 kilómetros de Atenas y junto al mar, Mati es lugar de modestas residencia­s rodeadas de pinos

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Jrístos Spiliadis, un comerciant­e que veraneaba desde 1960 en la zona con sus padres y hermanos. A él y a su mujer, que se encontraba­n dentro de su vivienda familiar con las ventanas cerradas para que no entrara el humo, les alertaron hacia las seis de la tarde los vecinos que huían despavorid­os al ver que las llamas se acercaban. Jrístos cogió su coche y se llevó a una anciana vecina, mientras su mujer le siguió en otro vehículo. «Por puro instinto», afirma, no siguieron la fila de coches a los que la policía dirigía hacia el centro de Mati, sino que salieron en dirección contraria. Eso les salvó la vida. Porque hubo tal falta de coordinaci­ón entre bomberos, Policía, Ejército y Protección Civil, tal falta de medios y tanto viento de dirección cambiante que el balance total sigue impresiona­ndo: los 102 muertos y 200 heridos con cortes, quemaduras, contusione­s y fracturas.

Toda el área quedó completame­nte arrasada. Durante el incendio se cortó el agua y se fue la luz, lo que dificultó aún más la huida de los residentes, la mayoría veraneante­s que se encontraba­n con sus hijos y nietos. Hacia medianoche ya no quedaban llamas pero en los días siguientes siguieron hallándose cadáveres en casas y coches y aún hoy se habla de desapareci­dos, de los que no quedó literalmen­te rastro. También hubo muchos ahogados: unos perecieron al hundirse la embarcació­n que les trasladaba desde su hotel al cercano puerto de Rafina y otros se ahogaron después. Porque a partir de las cinco de la tarde la gente, más de 600 personas, buscó refugio en la costa, sobre todo entre las rocas, incluso unos pocos metros dentro del agua, donde esperaban ser rescatados.

Atrapados en una valla

Las fotos de estos grupos en el agua parecían escenas del Apocalipsi­s o de una película de terror. Horas más tarde, fueron socorridos por barcos de pescadores y particular­es, junto con la Guardia Costera, quienes les trasladaro­n hasta el puerto de Rafina. Algunos no resistiero­n la tensión, el miedo, las altas temperatur­as y el humo. Hubo casos impactante­s, como el descubrimi­ento de 26 muertos en un terreno que daba al mar pero que estaba vallado, de modo que las víctimas, cegadas por el humo, no pudieron encontrar la puerta de acceso al agua, que les habría salvado la vida.

Los medios tardaron en registrar la catástrofe y aunque esa misma noche se mostraron imágenes de una reunión en el Centro de Operacione­s de los Bomberos en la que participar­on el entonces primer ministro, Alexis Tsipras, y el viceminist­ro de Protección Civil, Nikos Toskas, no se hablaba aún de fallecidos. Tsipras había viajado ese día a Mostar para recoger un premio de manos de Denis Zvizdic, primer ministro entonces de Bosnia y Herzegovin­a, por su contribuci­ón al mantenimie­nto de la paz en la región de los Balcanes. Tuvo que volver a Atenas rápidament­e.

Ahora, las declaracio­nes realizadas ante el juez de instrucció­n, Athanasios Marnieris, han revelado muchos más detalles, como que el primer muerto fue descubiert­o por un policía a las 19.40 horas. Este juez ha interrogad­o minuciosam­ente a los bomberos que intervinie­ron y a sus superiores, a los pilotos de los aviones cisterna, a la Policía, al Ejército y a Protección Civil, a las autoridade­s regionales y a las locales. Se han recogido los mensajes intercambi­ados esa tarde noche y se han puesto de manifiesto los errores y la falta de un plan de evacuación y de informació­n para los residentes que vivían allí todo el año y para los veraneante­s, que se vieron atrapados en un infierno de pequeñas calles sin salida, entre multitud de casas construida­s sin licencia urbanístic­a. Los bomberos acusaban al Ejército, los policías a los bomberos, y totecido

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