CAMBIO DE GUARDIA
¿Cuándo y cómo ha ido subiendo los gravosos peldaños de la Cátedra la señora Gómez? Misterio
QUE Sánchez buscase construirse un sindicato patronal a su medida es de lógica. Alguien que ejecuta a Leguina sin un temblor de pestaña no va a vacilar ante la voladura de las patronales. Si ése es el precio de su Paraíso. El invento se llama Conpymes. Y su bautizo requería una madrina. El nombre de la tal madrina resultaba algo más desasosegante: Begoña Gómez. Ligeramente inestético para la esposa de un presidente de gobierno, pensé.
Rectifiqué mi malevolencia a la siguiente línea de la noticia. ¡Caramba! La señora Gómez no presidía el acto en su calidad de esposa. Lo presidía como –cito la compleja categoría– «Catedrática de Transformación Social Competitiva de la Universidad Complutense de Madrid». Raro nombre, me dije. Pero una Cátedra de la Complutense es una cosa seria. Supone perseverancia en un esfuerzo maratoniano. Si esa señora ha hecho la completa carrera de obstáculos que culmina en tal meta, lo de ser esposa de un vulgar presidente queda en minucia.
La Cátedra culmina toda una carrera académica. Y es la conclusión de una salvaje selección a la que pocos sobreviven. Quienes accedimos a la condición de catedráticos en los años setenta u ochenta empezamos la tortura apenas terminada la carrera. Trámite previo: una Tesis Doctoral, sin la cual ninguna docencia universitaria estaba permitida. Largos años luego de esclavitud mal asalariada en la triste condición de esos Ayudantes cuyos fines de mes eran feroces. Con suerte, un contrato de profesor no numerario te permitía, al cabo de media docena de años, poder salir del lumpen-proletariado e ir apañándotelas malamente. Quienes sobrevivían a ese buen montón de años de escasez honorífica, sólo podían acceder al primer escalón estable, mediante las duras oposiciones que convertían a un número exiguo de ellos en Profesores Adjuntos (la denominación se cambió luego por la de Titulares). Y entonces empezaba la verdadera carrera de obstáculos hacia la meta de la Cátedra. A la cual, y por rigurosa oposición, nada más llegaría un porcentaje ínfimo de los corredores. De esos numerosos años de esfuerzo mental y físico, el personal salía, la verdad, bastante roto.
Admiré, pues, a la madrina. Como catedrática, no como esposa. Parecía haber sobrevivido bastante bien al circo de gladiadores que es la carrera académica. Para soldar mi admiración, fui rastreando los momentos de la brillante carrera de doña Begoña Gómez. ¿Oposición a Cátedra? No. ¿Oposición a Profesora Titular? No. ¿Decenios de docencia malpagada como penene? No. Tesis Doctoral, sí tendría, me dije: hasta su cónyuge tiene una. Pues tampoco. Leo en algún sitio que ni siquiera es licenciada, pero eso ya me parece excesivo.
¿Cuándo y cómo ha ido subiendo los gravosos peldaños de la Cátedra la señora Gómez? Misterio. No, no es una cátedra extraordinaria. Sólo prodigiosa.