Vamos a llevarnos mal
Gobierno y patronal escenifican su creciente distancia antes de firmar la prórroga de los ERTE
El debate de la gallina y el huevo –incentivar con exoneraciones el regreso a la actividad económica o proteger a quienes aún no encuentran salida, posiciones que han enfrentado al titular de Seguridad Social y al presidente de la patronal, que ayer firmaron tablas para prorrogar los ERTE– ha distraído la atención sobre el mar de fondo en el que navega el denominado diálogo social, balsa de aceite y ‘photocall’ que desde el comienzo de la pandemia ha servido para inmortalizar los pactos del sanchismo y revelar ante la opinión pública y Bruselas el carrete del consenso entre el Gobierno y la patronal, necesario para hacer presentable y financiable por la UE cualquier plan de reforma y reconstrucción. El tono utilizado por Garamendi y Escrivá para descalificarse desde la superioridad –«El ministro está en un laboratorio»– o el matonismo –«El fin no es el acuerdo», responde el aludido– revela que la distancia social que impuso la pandemia se agranda entre el Ejecutivo y quienes, desde fuera del laboratorio, advierten la proximidad de un cambio de ciclo político que les permite poner fin al pasteleo. La habitual docilidad de las empresas ante el poder ejecutivo suele tener fecha de consumo preferente y caducidad, y los empresarios comienzan ya a mirar el culo del bote de la conserva de progreso para no intoxicarse. La semana pasada, cuando Sánchez dio las campanadas de 2050, los grandes del Ibex se ausentaron con premeditación y estrépito, y ayer fue Garamendi el que habló del laboratorio en el que el Gobierno envasa su ficción, que en adelante pasa por vender en Europa lo bien que nos seguimos llevando.