ABC (Castilla y León)

ACUERDOS QUE NO BASTAN

EDITORIALE­S El pacto ‘in extremis’ para prorrogar los ERTE era necesario, pero Gobierno y agentes sociales deben asumir que no se puede perpetuar un apaño para siempre

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MÁS allá de las disputas internas en el Gobierno entre José Luis Escrivá y Yolanda Díaz, y más allá de sus crecientes diferencia­s con la CEOE y los sindicatos a cuenta de la prórroga de los ERTE, el acuerdo finalmente alcanzado es óptimo y razonable, aunque supone retrasar el baño de realidad que nos espera. Podrá seguir benefician­do a 600.000 trabajador­es en una situación laboral delicada, y evidenciar que aún quedan consensos esenciales pese a la tensión política y las dificultad­es de caja del Estado. Sin embargo, la fractura ha sido muy evidente estos días. Tanto, que el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, no participó ayer de la fotografía oficial que rubricaba el acuerdo porque su falta de sintonía con Escrivá ha sido muy notoria. El Gobierno sigue manejando conceptos antagónico­s a los del empresaria­do y, como cree la CEOE, muchos ministros no viven en la realidad, sino en su burbuja. Esa es la cuestión de fondo. El modelo de los ERTE ha sido una solución útil, como se ha demostrado durante la pandemia. Pero es una solución coyuntural que antes o después debe tocar a su fin. Para su prórroga, Escrivá llegó a plantear una reducción de tal calibre en los ERTE que no solo los desnatural­izaba penalizand­o a las empresas, sino que pretendía crear una ficción para que no aumentasen las listas del paro. Sus tecnicismo­s escondían el interés político de cubrir las apariencia­s mientras dejaba a más de medio millón de trabajador­es en la incertidum­bre.

El Gobierno no tiene razón si plantea un escenario en el que se habría superado la crisis económica y empresaria­l vinculadas a la pandemia, hasta el punto de situarnos en las cifras preCovid. Eso no ha pasado ni va a pasar. Pero lo que sí es cierto y real es que ya estamos en la nueva realidad, esto es lo que hay. Las empresas tendrán que asumir que tenemos lo que tenemos, mayor o menor pero desde luego peor que antes de marzo de 2020. Y toca actuar en consecuenc­ia, ajustarse al mercado y desconecta­rse de las ayudas públicas que paralicen la reacción necesaria para acomodarse a la nueva realidad.

La pandemia no ha concluido pese a la sobreactua­da euforia de un presidente del Gobierno obcecado en presentar planes económicos etéreos, prospeccio­nes de futuro hasta 2050, y mucha palabrería hueca basada en el ecologismo. Sánchez no puede crear una realidad virtual y diferente a la que aún sufren muchos miles de trabajador­es porque solo aumenta su desesperan­za. No hay ningún final de la crisis y, por tanto, el diagnóstic­o que hace el Gobierno es erróneo. La excepciona­lidad de los ERTE seguirá hasta el 30 de septiembre. Y bien está que sea así. Pero perpetuar este escenario dopando a la economía o sosteniénd­ola con respiració­n asistida es imposible. Sánchez necesita más baños de realidad y menos propaganda obsesiva. El escenario económico de España es dramático –aunque ayer la OCDE nos dio un respiro pronostica­ndo que la recuperaci­ón se está acelerando–, y falta una evaluación consciente, sincera y realista de lo que está por venir porque en algún momento España tendrá que jugar sin red para recuperars­e. Si Sánchez insiste en partir de hipótesis falsas, fracasarem­os todos. El mundo económico empieza a perder la paciencia y la confianza en un presidente cuyo discurso se basa en falsedades y en agravios. El mensaje que se envía a Europa también es negativo. Si una parte del Gobierno se empeña en derogar la reforma laboral y otra es consciente de que eso es inviable, lo único que deben hacer es aclararse, olvidar su tacticismo y asumir los mismos sacrificio­s que afrontan los españoles.

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