EN PRIMERA FILA
Excarcelar a los golpistas dará la puntilla a nuestra maltrecha influencia exterior, con unos efectos que trascenderán a Sánchez
UÉ imagen traslada un Estado que deja libres a quienes atentan contra su unidad y amenazan con reincidir?, ¿por qué se molestarían otros países en prestarle apoyo si en el futuro volviera a sufrir un ataque a manos de los mismos golpistas?
Indultar a quienes cometieron sedición cuando dicen, y con altas dosis de chulería, que volverán a hacerlo es un bomba social y política a nivel interno pero también externo. Supondrá tirar por el desagüe todos los esfuerzos diplomáticos hechos, especialmente con los gobiernos más cercanos, para contrarrestar las mentiras del independentismo y evitar gestos de simpatía de otros países hacia quienes quieren romper España. Después de pedir colaboración judicial y política durante años defendiendo que son golpistas, ¿quién fuera de nuestras fronteras creerá ahora que lo son? Perdonar en aras de la concordia a quien no pide perdón significa dar la razón a su versión de los hechos; en este caso, a ese falso relato de que España es una nación represora que persigue a los independentistas por sus ideas, violando derechos y libertades fundamentales.
Da igual el relato o el ángulo desde el que se analice: el indulto en estas circunstancias será lacerante de cara al exterior. Como pago de Pedro Sánchez para poder seguir en La Moncloa o para ‘normalizar’ la escena catalana, la debilidad política que transmite no necesita comentarios. Como movimiento para lograr la ‘convivencia’ entre españoles implica aceptar el victimismo secesionista. Dejar libres a los sediciosos dará la puntilla a nuestra ya maltrecha capacidad exterior y aunque la pérdida de credibilidad la acusará de lleno Pedro Sánchez, sus efectos negativos, lamentablemente, trascenderán a su gestión. El perdón sentará precedente y lo primero que se le preguntará a España cuando vuelva a pedir apoyo frente al independentismo –recuerden el ‘ho tornarem a fer’– es fácil de adivinar: ‘¿les indultaréis después?’.
Sánchez dijo el miércoles que decidirá «en conciencia» y muchos le acusaron de estar mintiendo porque en octubre de 2019 defendía el cumplimiento íntegro de las penas. Pero en esto dice la verdad. El embuste no es el de ahora, defendiendo los indultos, sino el de hace año y medio, negando que fuera a concederlos, porque ya entonces creía en la tesis del PSC de que los presos catalanes debían pasar una temporada en la cárcel y luego quedar libres. El líder socialista mintió en 2019 porque estaba a las puertas de unas elecciones en las que aspiraba a engullir al centro. No tenía entonces, como no la tiene ahora, una idea de España ni de la arquitectura del Estado. El resultado del 10-N y su decisión de caminar junto al independentismo solo añadieron necesidad a la conveniencia política que ya existía. ¿Qué imagen trasladará España dejando libres a quienes le agreden y pretenden reincidir? ¿Por qué iban a molestarse otros países en prestarle ayuda en el futuro? A Sánchez, simplemente, no le importa.
PUEDE ser un milagro. O un ejemplo de eficacia suprema. O puede ser una coña marinera y un ejemplo flagrante de manipulación a cargo de un régimen dictatorial. Elija usted... Los datos son ciertamente asombrosos. China, el país donde se originó la epidemia, de 1.400 millones de habitantes, solo ha sufrido según sus cifras 4.846 muertos. Pero el pequeño Portugal, con solo diez millones de vecinos, reconoce 17.000 fallecidos, es decir: más del triple que la inmensa China. Por su parte India, con una población de 1.392 millones, informa de 315.000 muertes (una cifra demoledora, sí, pero proporcionalmente mejor que la de España, donde los cálculos reales, descontado el lamentable maquillaje de Sánchez, estiman más de cien mil muertos, cuando nuestra población es 29 veces menor que la de India).
Los primeros casos de Covid-19 fueron reconocidos oficialmente por China a comienzos de diciembre de 2019. Arrancaba la mayor calamidad sanitaria en cien años, que ha provocado hasta hoy 3,5 millones de muertos. Lógicamente el mundo tiene derecho a intentar saber cómo y dónde empezó todo. La primera versión fue que el brote provenía del mercado húmedo de Wuhan, pero a día de hoy todavía no se ha podido probar de manera concluyente. Tampoco se ha conseguido concretar cuál fue el supuesto animal que habría transmitido el virus a los humanos. En Wuhan se encuentra el Instituto de Virología, un centro de referencia que investiga con coronavirus y está administrado por la Academia China de las Ciencias, que reporta al consejo supremo del país. Mi abuelo Manuel Castiñeira Antelo solía decir que «si algo tiene cuernos, cola, ubres, rumia y parece una vaca, lo normal es que sea una vaca». Siempre se sospechó que el virus pudo haber salido accidentalmente de ese laboratorio. Pero en enero, un equipo de investigadores de la OMS desplazado allí lo consideró «altamente improbable». Sin embargo, el valor de su indagación ha sido cuestionado, por la opacidad china y porque llegaron allí un año después del inicio de la crisis. El Partido Comunista que domina China con férula de hierro –al que no hay que confundir con el laborioso pueblo chino– ha intentado echar balones fuera y culpar a otros países. Ha señalado como fuente del Covid a un equipo de militares estadounidenses que compitió en unos juegos castrenses en Wuhan y a partidas foráneas de congelados.
Con el nuevo Gobierno estadounidense el caso está dando un giro. El domingo ‘The Wall Street Journal’ reveló que según un informe de inteligencia en noviembre de 2019 tres científicos del laboratorio de Wuhan fueron hospitalizados. Biden ha pedido a sus agencias que en 90 días concreten si el Covid salió del laboratorio o si es realmente de origen animal. Todo este asunto es importantísimo por la pregunta que late de fondo: ¿queremos vivir en un mundo dominado por una potencia opaca, con culto al líder, represión de la libertad de opinión y cíbervigilancia de los ciudadanos; o queremos preservar la democracia liberal que China y Rusia consideran ineficaz y obsoleta? Yo lo tengo claro. La izquierda española creo que no.
El mundo merece saber la verdad sobre el origen de esta pesadilla del Covid