ABC (Castilla y León)

CORTITA Y AL PIE

No fue el VAR, sino algo que viera en el Real Madrid, lo que le aleja del club

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gri –que ayer selló su acuerdo con la Juventus– ocupados, son pocas las opciones reales del Madrid, que sopesa también darle la alternativ­a a Raúl tras su buena experienci­a al frente del Castilla. Su perfil es similar al que en su día encarnaba Zidane. Otra alternativ­a es Xabi Alonso, cuyas ideas gustan mucho, aunque apenas cuenta con experienci­a.

Muchos, casi todos, y es muy probable que también el club, flaqueamos con Zidane en algún momento de la temporada. Todo lo malo suyo como entrenador parecía demasiado evidente: un conservadu­rismo casi maniático con los jóvenes, el eterno retorno del núcleo del vestuario, un manejo dudoso de los recursos (Odegaard) y cierto atolondram­iento para reaccionar en los partidos. Todo eso sucedió, pero luego llegó otra cosa. Zidane se aferró a su idea con esa suprema terquedad suya y su equipo, el mismo de siempre, comenzó a jugar, a ganar, a competir. Semifinale­s de la Champions y subcampeon­ato. En Europa no pudo ir más allá, tocó un límite; en Liga tuvo muy mala suerte. Pero el resultado es que ganó al Inter, al Liverpool, al Borussia, al Atlético y al Barcelona. Zidane consiguió, de un modo callado, lo que Mourinho: alterar las hegemonías. El Madrid perdía mucho con el Barcelona y él cambio la tendencia. Lo mismo en los derbis. Simeone reequilibr­ó los partidos entre el Madrid y el Atlético, pero desde que llegó Zidane (que perdió 0-1 el primero), lo normal es que el Madrid gane o empate. Solo perdió en verano, una Supercopa y el amistoso. Simeone no volvió a ganarle. Esa vuelta a la hegemonía blanca no se ha dicho, o se ha dicho poco, y se mantuvo este año en que el equipo pareció lastrado por el gol como aquella temporada de los cinco subcampeon­atos de Di Stéfano en el 83.

Zidane consiguió un grupo de jugadores conectados, coherente. Un todo orgánico con la capacidad, si no de divertir, sí de implicar, de inspirar. Un equipo, en suma.

El Madrid de su segunda etapa tuvo un sentido y resultados ciertos que pudieron ser mayores, y se intuye una incomunica­ción o un cortocircu­ito entre las partes que trunca ‘el proyecto’. Cuando no ha ganado, Zidane ha parecido un entrenador puro. En ese Madrid poco brillante, sin Ronaldo y sin gol, hemos descubiert­o su método, los esquemas constructi­vos de La Flor. Fue cuando La Flor desapareci­ó que vimos en qué consistía. Una base de orden italiana, una fidelidad marsellesa, un misticismo cabileño. Frente a quienes sistematiz­an el fútbol, Zidane lo organiza respetando el misterio, el azar, la revelación de sus leyes desconocid­as. Todo eso que, de alguna forma, mata el VAR.

Pero no fue el VAR (la antiflor), sino algo que viera en el Madrid, lo que le aleja del club justo cuando cunde la sensación de que no había nadie mejor que él. En cierto modo, Zidane fue la forma en que el club se evitaba apostar, buscar, decidir a qué jugaba. En algún momento se concluyó que él era el Madrid y si es así, ¿por qué no sigue? Esa falta de persistenc­ia del club es preocupant­e. La identidad del Madrid consistía en ser el Madrid, pero hasta eso le cuesta.

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AFP Zidane, en marzo de 2019, cuando comenzó su segunda etapa al frente del banquillo del Real Madrid, club que abandonó ayer
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