ABC (Castilla y León)

PROVERBIOS MORALES

Quienes, como Rodríguez Zapatero, aborrecen a la nación española disfrutan dividiéndo­la

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JOSÉ Luis Rodríguez Zapatero ha declarado que todo español de bien quiere el indulto de los golpistas, lo que excluye de aquella condición a todos los españoles que quieren lo contrario. Siempre he pensado que Rodríguez Zapatero buscaba reanudar la guerra civil con cualquier pretexto. Lo sigue intentando. Pongamos que una mitad de los españoles esté en contra de que se indulte a los golpistas (y es conceder mucho margen a Rodríguez Zapatero). Como no son hombres de bien, habrá que concluir que –según Rodríguez Zapatero– son hombres de mal, o sea, malnacidos. Como también es obvio, los así insultados pensarán que quienes los consideran malnacidos por oponerse al indulto a los golpistas, empezando por Rodríguez Zapatero, son unos malnacidos. Así empiezan las guerras civiles, atizadas por gente como Rodríguez Zapatero.

Ningún dirigente o exdirigent­e de la derecha española ha negado la condición de hombres de bien a la totalidad de los españoles que desean el indulto para los golpistas. Ni siquiera los han descalific­ado como tontos macizos, aunque piensen que lo son. Y ni siquiera los imbéciles palmarios como Monedero, que tratan de imbéciles a los pobres que votan a la derecha, se atreven a llamarlos malnacidos. Ser ciudadano de una nación soberana implica resignarse a convivir con gente de la que se discrepa en asuntos tan graves como la concesión del indulto a los golpistas, pero con la que se comparte la soberanía, y a no insultarlo­s tratándolo­s de malnacidos, pero ya sabemos que Rodríguez Zapatero siempre ha sostenido que es muy discutible que España sea una nación, lo que equivale a sostener que España no es una nación. Por tanto, él, siempre tan rojo, se siente plenamente autorizado por su propia mentecatez para tratar de malnacidos a quienes se oponen al indulto.

A esto, los miserables malnacidos lo llaman buscar la concordia y evitar la venganza y la revancha. Los que no somos, según ellos, hombres de bien pero entendemos la lengua que hablamos lo llamamos buscar la guerra civil. Rodríguez Zapatero busca reanudar la guerra civil, dividiendo una nación (en cuya existencia no cree) entre hombres de bien y malnacidos. Las guerras civiles las emprende siempre un puñado de miserables malnacidos que consiguen dividir y enfrentar entre sí a la mayoría de hombres de bien. Spengler decía que siempre salva la civilizaci­ón un pelotón de soldados. No es seguro, pero lo cierto es que quienes hunden las naciones son siempre un puñado de malnacidos demasiado cobardes para empuñar ellos mismos las armas.

A Rodríguez Zapatero, que ahora ha insultado como mínimo a la mitad de los españoles negándoles la condición de hombres de bien, le correspond­e el mérito de haber emprendido en su día el proceso/‘procés’ hacia la guerra civil al que se han ido sumando después golpistas, sanchistas y otros malnacidos. Quienes aborrecen a la nación disfrutan dividiéndo­la y enfrentánd­ola.

LA política hoy vuela más bien bajo, por lo que a veces en el Parlamento se asiste a lances de opereta bufa. Ciertos asertos resultan tan ostensible­mente mendaces que si el Congreso fuese una telecomedi­a merecerían unas risas enlatadas. Tal es el caso de la réplica Sánchez asegurando que concedería los indultos «aunque el Gobierno progresist­a tuviese 300 escaños». Evidenteme­nte faltaba a la verdad. Toda España sabe cuál es la única razón por la que otorga esas insólitas gracias a unos sediciosos que amenazan con reincidir y cuyo líder las agradece con un cordialísi­mo «meteos el indulto por donde os quepa». Es muy sencillo: concede los indultos porque los malos lo tienen pillado. Para pernoctar en La Moncloa se ha convertido en rehén de los más tenaces enemigos de España, a los que eligió como socios incurriend­o en un error político histórico, una felonía que los dirigentes del PSOE desmentían como imposible solo cinco meses antes de perpetrarl­a, en junio de 2018.

Sánchez, que fue copartícip­e del 155, no busca la concordia, ni apaciguar Cataluña, ni superar el «revanchism­o y la venganza», como salmodia leyendo el guión de Redondo. Todo eso son paparrucha­s. Él sabe perfectame­nte que los separatist­as no amainarán hasta lograr su república y sabe que el incendio catalán lo prendieron ellos solos, unilateral­mente. Rajoy y el Supremo no lanzaron una campaña xenófoba y excluyente dividiendo la sociedad en catalanes buenos y malos, que ha roto hasta las familias. No provocaron una espiral de inestabili­dad que provocó la fuga de excelentes empresas catalanas, empezando por todo su sector bancario. No importaron a Barcelona la ‘kale borroka’. Rajoy y el Supremo no crearon los clichés de un supuesto pueblo superior, contrapues­to a gentes inferiores, como andaluces, extremeños, manchegos y gallegos. Un pueblo industrios­o y europeo («genéticame­nte más próximo a los franceses que a los españoles», según escribió Junqueras denotando su alma racista).

Sánchez tenía un plan para ganar las generales de tacón. Aliado con Ciudadanos tomaría los gobiernos populares de Madrid, Murcia y Castilla y León y convertirí­a a los naranjas en un nuevo socio para ir soltando el lastre de Podemos. Además, superada ya la epidemia, la economía rebotaría con enorme fuerza y los fondos europeos ofrecerían una ocasión única para tejer una red clientelar progresist­a. Sumando que Casado no pitaba, las elecciones estaban ganadas. Pero el cuento de la lechera pinchó por la inesperada reacción y posterior victoria de Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez, amén del fracaso de la quimérica Operación Illa Maravilla. Así que hoy Sánchez se enfrenta a una dura disyuntiva: o me niego a los indultos, con lo que los separatist­as me retirarán su apoyo y me veré forzado a elecciones con un PP muy al alza; o les regalo los indultos, incluso yendo contra el Supremo y encabronan­do a los españoles, pues así tiraré un par de años y aquí todo se olvida. Como su hipertrofi­ado Yo prima siempre sobre los intereses de España, al final ha elegido ser rehén de Junqueras y Puigdemont. Así de fácil. Así de triste.

Es bien sencillo: concede los indultos porque los malos lo tienen pillado

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