El estilo
La metáfora «Muchas veces, la deformación te permite tener acceso a la verdad profunda de algo. La literalidad te suele dejar en la fotocopia» «Creo que el mensaje del humor está en la propia risa. Y creo que el estilo es la manera que el creador tiene de
que un psiquiatra necesita un exorcista. Y eso hace que… Bueno, siempre ha sido el poder de la ficción, al fin y al cabo. A través de la fantasía se consiguen obras de inesperado alcance alegórico. Porque precisamente por situar un tablero que no es precisamente el nuestro, acaba el ser humano revelándose como lo que es.
Qué poderosa, la metáfora. Qué sano es esquivar las convenciones. Lo explica al rato: «Si cambias el ángulo, tu mirada ya no es la del hábito, y te permite descubrir algo que creías conocer desde un ángulo nuevo. Es como dar el paseo en torno a la estatua y darte cuenta que por detrás del David también hay músculos. Muchas veces la deformación te permite tener acceso a la verdad profunda de algo. La literalidad te suele dejar en la fotocopia».
—El protagonista tiene una mirada como de niño que ve todo por primera vez, y justo por eso, porque no tiene filtros, revela las cosas tal como son. Desnuda la realidad. ¿Es esa la mejor forma de acercarse a la verdad? —Tiendo a tratar de mirar las cosas como si no las conociera, casi como actitud vital. Porque tengo la impresión de que solo de ese modo tu experiencia puede ser personal. No necesariamente acertada, pero resulta mucho más interesante si el error es tuyo que si el acierto es heredado. En ese sentido aprecio y respeto mucho las opiniones genuinas aunque sean radicalmente opuestas a las mías. Aunque no crea en ellas. Cuando voy al cine, o cuando leo una novela, no valoro la obra en virtud de si se compadece o no con mis opiniones sobre las cosas. Solo contemplando un objeto como si fuera nuevo puedes tener una experiencia personal sobre algo. —Decía Fran Lebowitz en el documental de Scorsese (‘Pretend It’s a City’) que hoy la gente se asoma a los libros como espejos, cuando siempre fueron ventanas...
—Creo que hay una tendencia del lector, del espectador, del consumidor en general, progresivamente solipsista y en ocasiones infantilizada. De alguna manera hemos acabado interiorizando que tenemos derecho a ser complacidos constantemente. Y que la función de los demás es complacernos, y que debemos juzgarlos y valorarlos en la medida que aquello que hacen satisface nuestras demandas o no. Esa empieza a ser la relación del espectador no solo con el director sino con la productora, con el estudio, y muchas veces esto viene con ese camino de vuelta de tratar de satisfacer al fan. O de complacerle.
Cuando era pequeño, Rodrigo Cortés solo distinguía entre películas buenas y muy buenas. ¿Cómo iba a ser malo algo que proyectaran en el cine? «Si alguien daba la patada de la garza al final es que la película era buenísima, y si era ‘Ursus’, que es una peli muy mala, pues era buena solo, ya no buenísima, porque había un señor que peleaba con un toro, y eso ya justificaba la tarde».
—Es una especie de lucha consciente contra el cinismo. Recuerdo muy bien cuando todas las películas eran buenas,