Pueblos madrina para sobrevivir
La vida de Susana y David no era fácil en el barrio madrileño de Carabanchel, pero la pandemia vino a complicar las cosas aún más hace ya un año. Con un niño recién nacido y otros tres a su cuidado, el paro puso en serias dificultades a la familia, a la que no quedó otro remedio que pedir ayuda a la Fundación Madrina para solicitar alimentos en las que ahora se conocen como «colas del hambre». Fue precisamente allí, el primer día que acudió, donde le hablaron de los «pueblos madrina», entornos rurales a los que podrían trasladarse con la ayuda de la organización, que les apoyaría en la búsqueda de una vivienda y un trabajo para poder «sobrevivir». Y no lo dudaron. Decidieron hacer las maletas, abandonar Madrid y salir en busca de una segunda oportunidad en algún pequeño municipio, al que ellos también ayudarían aportando seis miembros más a su cada vez más reducido padrón.
Fueron entonces recorriendo algunas localidades de la provincia de Ávila candidatas para acogerles y finalmente su destino terminó siendo Amavida, de unos 135 habitantes. Ya prácticamente instalados en su nueva vivienda, llegaron hace más de dos meses para reconstruir su vida, mientras que otra familia de amigos fueron instalados en el vecino municipio de La Torre.
David ha conseguido un empleo en el cultivo de la fresa, un trabajo que «no es continuo» y con el que está intentando que no le falte el sustento a los suyos. «Ahora nos estamos adaptando poco a poco, los comienzos son duros y estamos intentando estabilizarnos al cien por cien», relata Susana, que también quiere ponerse en contacto con trabajadores sociales para buscar algún empleo que le permita arrimar el hombro e ir afrontando los gastos, como el alquiler de la vivienda actual.
Mejorar
Los niños continúan con sus clases, aunque en un colegio diferente. Ahora, acuden al municipio cercano de Muñana. «Tardan unos cinco minutos en autobús, me los dejan a la puerta de casa y también comen allí», explica su madre, quien ya se plantea su futuro a largo plazo en el medio rural. «De momento, quiero volver a Madrid, pero solo de visita», reconoce.
«Lo hemos pasado muy mal. La situación era muy mala, la asistente social no nos ayudaba nada», revive. Así que, una vez superada esa etapa, está «muy contenta» de haber tenido esta nueva oportunidad. Nada tiene que ver su vida con la de antes, ni el entorno en el que se encuentran. «Allí teníamos las cosas más a mano. Aquí si no tienes coche, estás casi perdido. Por ejemplo, para hacer papeles te tienes que ir a Ávila», indica sobre el día a día en un pueblo. Pero aún así, lo tiene claro: «Hay que ir adaptándose y lo prefiero a lo que teníamos antes».
Y son unas 500 familias las que esperan ahora seguir el mismo camino que Susana y David para escapar del paro y de la difícil coyuntura en el que les ha situado la pandemia. La Fundación trabaja para que todas ellas puedan encontrar su pueblo madrina, ese que les haga recuperar la ilusión y transforme sus problemas en nuevas oportunidades para continuar el camino.
Este realojo de familias viene de atrás —comenzó hace dieciséis años—, pero la pandemia ha disparado la demanda. El perfil también ha cambiado y «ahora son núcleos normalizados» a los que la crisis sanitaria, con sus coletazos económicos, ha metido en un agujero que hasta ahora desconocían. La mitad son españolas y la mayor parte de ellas tienen dos o más hijos a su cargo, relata el presidente de la organización, Conrado Giménez.
Hay trabajadores de la hostelería a los que las restricciones han dejado sin empleo y también de otros sectores seriamente tocados por la pandemia, pero, sobre todo, se trata de personas que están en riesgo de desahucio inminente ante la imposibilidad de pagar el alquiler o las cuotas de hipoteca. Con ellos, la Fundación realiza una «intervención social» e intenta de forma urgente encontrar un nuevo hogar y, si es posible, un empleo. «Las ciudades se están convirtiendo en una trampa para algunas personas, necesitan un balón de oxígeno y una segunda oportunidad que los pueblos sí les pueden dar», expresa.
Ayuda mutua
Por eso, tras localizar cada caso, el paso siguiente es buscar un pueblo candidato para comenzar de nuevo. Es la Fundación Madrina la que suele ponerse en contacto con los ayuntamientos o alguno de sus colaboradores en la zona van identificando posibilidades. En algunas ocasiones, son los propios consistorios los que les requieren en busca de personas que se trasladen a unos pueblos para los que la despoblación es una seria amenaza y hace peligrar sus colegios u otros servicios. «Se ayudan mutuamente», explica Giménez, porque ambos se necesitan. Por eso, a veces son los propios alcaldes los que ceden los alojamientos y, en otras, ponen en contacto a las familias con los propietarios de las casas para poder acordar una cantidad de alquiler que sea asequible para las posibilidades de cada uno.
Y los municipios suelen estar «encantados» con sus nuevos vecinos. «Normalmente intentamos hacer un traje a medida», indica el presidente de la Fundación Madrina, y con la colaboración de universidades analizan las oportunidades laborales que puede ofrecer cada municipio. Así, lo que se intenta es que las características de los pueblos se ajusten lo máximo posible a alguna de los centenares de familias que están en lista de espera.
Ya se han trasladado varios padres con sus hijos a localidades de la Comunidad como Poveda, Berrocal o Muñana, donde una familia lleva cuatro años desde que decidió coger el tren hacia una nueva vida. Es en Ávila, provincia cercana a Madrid, donde más trabaja la asociación, pero también se han sumado a la solidaria iniciativa municipios como Langayo, en Valladolid, y de otras autonomías, como Extremadura o Castilla-La Mancha.
En espera La Fundación tiene unas 500 familias en espera para ser realojadas en algún pueblo
Perfil El perfil de los demandantes ha cambiado. Ahora son núcleos «normalizados» y la mitad españoles