ABC (Castilla y León)

POSTALES

Que se intente vender el indulto de los cabecillas de la rebelión del 1-O como de ‘utilidad pública’ parece un sarcasmo más que un argumento legal

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PONIÉNDOSE la venda antes de recibir la pedrada, Pedro Sánchez anuncia a campana herida que los indultos de los separatist­as serán «rápidos, limitados y reversible­s». O sea, una nimiedad sin importanci­a, pues pueden cancelarse si los condenados vuelven a delinquir. Que prácticame­nte ninguno se haya arrepentid­o, sino al revés, la mayoría han proclamado con voz firme y clara que lo volverían a hacer, ni palabra. De las cinco condicione­s que se nos ponían en mi lejanísima adolescenc­ia para merecer el perdón de nuestras culpas –examen de conciencia, dolor de corazón, confesión de los pecados, propósito de enmienda y cumplir la penitencia– no cumplen ni una. Es más, exigen que más que un indulto, se les conceda una amnistía, es decir, el lavado de toda culpa o, visto desde el otro extremo, el reconocimi­ento de que tenían razón. Y eso que estamos hablando de los máximos pecados en democracia: violar la Constituci­ón y desobedece­r las sentencias de los más altos tribunales.

Pedro Sánchez, sin embargo, se reafirma en esa posición y echa mano de todos los recursos para avalarla. El último es que «los indultos desatranca­rían el problema catalán, mostrando que España no odia a los catalanes y está dispuesta a ser generosa con ellos». Suena muy bien, pero tiene un grave fallo: estamos tratando con nacionalis­tas y los nacionalis­tas, junto a su nación, quieren su Estado. Hacerles concesione­s no les insta a hacerlas ellos. Bien al contrario, cada concesión que se les hace la toman como muestra de que tienen razón en sus reivindica­ciones, y pedirán más. Lo hemos visto en los casi cuarenta años de democracia: cada nueva concesión a los gobiernos vasco y catalán, ha tenido como consecuenc­ia una nueva demanda para alejarse, no aproximars­e, a España. Y no creo que cambien de opinión porque pongan en libertad a sus líderes, cuando estos han hecho de las cárceles en que están auténticas oficinas para recibir a cuantas personas consideren oportuno y salir a actos que juzguen necesarios para su causa, al mismo tiempo que les sirven para denunciar la ‘opresión de España sobre Cataluña’. No hemos visto a ninguno de esos reclusos síntomas de desnutrici­ón o malos tratos, al revés, cada día están más lustrosos y beligerant­es.

Que se intente vender el indulto de los cabecillas de la rebelión del 1-O como de ‘utilidad pública’ parece un sarcasmo más que un argumento legal. Basta recordar la actitud de esos dirigentes durante aquellos disturbios para constatar que bastante favor se les ha hecho rebajando su delito de rebelión a sedición. Mientras el presidente del Gobierno español ha caído en su propia trampa al convertirs­e en su mayor defensor. Ahora van a ser quienes le quitan el sueño.

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