EL ÁNGULO OSCURO
Entre las bazofias que el doctor Sánchez ha excretado por su boquita de piñón merece que nos detengamos en su apelación a la ‘concordia’
NO creo que sorprenda a las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan si me declaro un firme partidario del indulto. Quienes creemos que el poder, como la claridad, viene del cielo, consideramos que las gracias que conceden los gobernantes son un maravilloso reflejo de la misericordia divina y de la capacidad que Dios tiene –como escribe Oscar Wilde desde la cárcel de Reading– para «cambiar nuestro pasado». Pero toda medida de gracia, como expresión misericordiosa que es, debe entrelazarse con la justicia. Don Quijote recomienda a Sancho que, cuando tenga que «doblar» la vara de la justicia, lo haga con el peso de la misericordia. Pero «doblar» la vara de la justicia no consiste en quebrarla; suavizar el rigor la justicia no consiste en abolirla mediante un perdón arbitrario, tampoco en reblandecer su vigor.
La virtud de la misericordia se convierte en ‘virtud loca’ o torpe pasión (casi siempre interesada) cuando no se anuda a la justicia. No puede haber perdón allá donde no hay reconocimiento de culpa; pues el perdón así concedido no hace sino mantener al ofensor identificado con la ofensa, incluso incitarlo a intensificarla. Nadie, ni siquiera Dios (o, dicho con mayor precisión teológica, Dios menos que nadie, puesto que es Logos), puede perdonar a quien no abomina del daño que hizo; pues, al hacerlo, estaría cometiendo una injusticia y una irracionalidad. Sólo bajo un régimen político inicuo (como sin duda es el que padecemos) el indulto se concede desde premisas irracionales, separando justicia y misericordia, al modo en que ahora quiere hacer el doctor Sánchez (y como antes hicieron otros presidentes, sacando de la cárcel a los más variopintos delincuentes). Y, por ser un tipo por completo inescrupuloso (y sabiendo que gobierna sobre un pueblo por completo desfondado moralmente), en lugar de hacerlo de tapadillo, lo hace con un desparpajo en verdad pasmoso.
Entre las bazofias que el doctor Sánchez ha excretado por su boquita de piñón merece que nos detengamos en su apelación a la ‘concordia’, que según Aristóteles es el fundamento de la comunidad política. Pero, para que esa ‘concordia’ sea posible y pueda ser el origen de una auténtica justicia –nos enseña Aristóteles–, debe haber una unidad de pareceres, una aceptación del ‘orden del ser’. Una ‘concordia’ auténtica exigiría, pues, reconocer la existencia de una Cataluña ciertamente distintiva, pero fundida con otros pueblos y naciones en una unidad política superior llamada España. Que es algo que quienes van a ser indultados no están dispuestos a reconocer. Y tal vez el inescrupuloso doctor Sánchez tampoco, de un modo distinto: pues lo que este personaje irracional pretende es instaurar una hórrida coexistencia entre Cataluña y el resto de España basada en engaños mutuos, en apaños y sobornos, en anfibologías y vaguedades. Puro maquiavelismo embaucador que aspira a engañar a los indepes; pero que sólo logrará reafirmarlos en su ofensa y enconarlos más en su despecho contra España.
HACE ya 314 años, en 1707, los reinos de Inglaterra y Escocia, por entonces dos estados separados con un mismo rey, acordaron crear el Reino Unido de la Gran Bretaña. La flamante unión supuso la desaparición del Parlamento de Escocia, de hondísimas raíces, pues existía desde el remoto siglo XIII. El Parlamento inglés de Westminster pasó a operar como la Cámara única británica. La fructífera asociación de ingleses y escoceses, de las patrias del Dr. Johnson y David Hume, daría lugar a la etapa más brillante de la Isla en todos los órdenes, incluida la forja de su imperio.
Menos conocido es el hecho de que en 1979 se planteó a los escoceses en referéndum la posibilidad de recuperar su Parlamento de Edimburgo y la propuesta no salió adelante. Hubo que esperar hasta una nueva consulta, en 1997, para que se alcanzase el apoyo necesario para reinstaurar la Cámara de Holyrood y las instituciones de autogestión. Es digno de estudio y aprendizaje lo rápido que pasaron los escoceses de contemplar con abulia su autogobierno a desarrollar una fuerte pulsión independentista. En las primeras y segundas elecciones al Parlamento de Escocia, en 1999 y 2003, los laboristas ganaron cómodamente. Sin embargo, en 2007 ya se impone el Partido Nacionalista Escocés (SNP) y en 2011 logra la mayoría absoluta, iniciando así una hegemonía en la política escocesa que dura hasta hoy (en las elecciones de este mes se quedaron a un escaño de la mayoría absoluta). Como todos los partidos independentistas que alcanzan el poder, el SNP convirtió cada palanca del Gobierno en una herramienta propagandística y clientelar para sembrar su credo. El resultado es que en 2014, solo 17 años después de recuperar el autogobierno, Escocia ya celebró un referéndum de independencia. Los nacionalistas aseguraron que las urnas zanjarían el debate «al menos para una generación». Pero perdieron claramente (55,3% contra 44,7%). Así que al instante se olvidaron de sus promesas y ya vuelven a exigir día y noche otro referéndum. La Unión está de nuevo en riesgo.
Las lecciones escocesas son clarísimas para España: 1) No existe un punto medio de cesiones del Gobierno central con el que los separatistas se den por satisfechos y renuncien a la independencia. 2) Cuanto más autogobierno se concede, más se facilita la ruta hacia la ruptura. 3) A largo plazo, solo se puede ganar esta liza dando una batalla cultural y económica permanente a favor de la unión y metiendo al Estado hasta en la sopa en los territorios en riesgo. Por todo ello me provoca una sonrisa melancólica el alambicado editorial del periódico prosocialista, donde contra la lógica que expone el propio texto se apoyan los indultos como «un gesto de concordia con los catalanes» (cuando la medida no atiende más que al interés personal de Sánchez para que sus aberrantes socios no le tumben su Gobierno). ¿Concordia? ¿A costa del 80% de los españoles que rechazan esas gracias, incluidos los votantes socialistas? La cesión es absolutamente estéril. Seguirán presionando hasta la náusea para lograr lo único que los saciaría: la independencia.
No falla: cuanto más se le da al independentismo, más exige