ABC (Castilla y León)

Marruecos, desenmasca­rado

El régimen marroquí se ha unido al grupo, tan poco honorable, de déspotas a los que la vida humana les es indiferent­e y cuyos compromiso­s internacio­nales no valen nada. Para quienes conocen bien Marruecos la invasión de Ceuta no es una sorpresa

- POR GUY SORMAN

La invasión de Ceuta por candidatos a la emigración que organizó el Gobierno de Mohamed VI ha revelado la verdadera naturaleza de la monarquía marroquí: cínica, despótica e irresponsa­ble. Los casi 8.000 jóvenes marroquíes, entre ellos niños, empujados hacia España bajo la mirada sarcástica de pasivos gendarmes marroquíes, han arriesgado sus vidas para satisfacer la vanidad de su soberano. Sabemos, aunque lo negamos oficialmen­te, que el único fin de esta puesta en escena era vengar la acogida humanitari­a en un hospital español del líder saharaui Brahim Ghali. Las vidas de estos marroquíes tomados como rehenes recuerdan desgraciad­os precedente­s, como cuando el primer ministro turco empujó a los inmigrante­s hacia Grecia para que la Unión Europea le pagara un rescate, o cuando los diplomátic­os estadounid­enses fueron tomados como rehenes en Teherán, en 1979, después de que ingresaran al Sha de Irán, al final de su vida, en un hospital de Estados Unidos.

El régimen marroquí se ha unido a este grupo tan poco honorable de déspotas a los que la vida humana les es indiferent­e y cuyos compromiso­s internacio­nales no valen nada. Para quienes conocen bien Marruecos –los marroquíes, evidenteme­nte, y los pocos analistas honestos del país–, la invasión de Ceuta no es una sorpresa. Pero, ¿dónde están los analistas honestos? Si son marroquíes, están censurados, en el exilio o en la cárcel. Los demás, especialme­nte los franceses, se dejan seducir por el régimen de Rabat, en efectivo o en especies; ¿cuántos periodista­s, escritores, artistas, políticos no han sido invitados a participar en algún coloquio o festival sin contenido en Marrakech o Tánger?

Mohamed VI, aún más que su padre, Hassan II, comprendió desde el comienzo de su reinado que la buena reputación en Europa y Estados Unidos se compra por medio de las relaciones públicas, con la ayuda de profesiona­les de la comunicaci­ón.

Sepamos que Europa no trata con un déspota ilustrado, sino con un déspota oriental

Hasta el asunto de Ceuta, la maniobra ha tenido un gran éxito, ya que este sistema de relaciones públicas se basa, de entrada, en ventajas innegables: una gran civilizaci­ón, un país magnífico si no se observa demasiado de cerca su miseria. Gracias a esta comunicaci­ón, Marruecos ha obtenido grandes ventajas materiales de la Unión Europea, sin que los negociador­es europeos cuestionar­an a los beneficiar­ios de estos privilegio­s comerciale­s.

Además, Mohamed VI se ha hecho pasar por un socio fiable en la lucha contra el islamismo político y en el control de la emigración de África a Europa, pero sin pruebas y sin resultados evidentes. El Rey afirma ser un reformador que lucha contra la corrupción y un defensor de la igualdad de género, y una vez más, sin pruebas y sin resultados mensurable­s. Esta estrategia de comunicaci­ón ha permitido a Mohamed VI ocultar que no ha modificado en modo alguno el sistema feudal heredado de su padre, el llamado majzén. El majzén es un pulpo cuya cabeza es el Rey, que distribuye dinero público y favores a una aristocrac­ia de grandes terratenie­ntes, empresario­s selecciona­dos por la corte y líderes religiosos.

Al reservarse las mejores tierras (un ejemplo entre muchos del sistema), el majzén es el único beneficiar­io de las exportacio­nes a Europa de frutas y legumbres libres de impuestos. Marruecos no tiene petróleo, pero tiene fosfato, que reporta lo mismo y cuyas ganancias son distribuid­as por el majzén sin ningún beneficio para el país. Crear una empresa en Marruecos, por pequeña que sea, es imposible sin la bendición de un representa­nte del majzén. Los únicos verdaderos empresario­s privados en Marruecos son los productore­s y exportador­es de cannabis que, desde el Rif, abastecen a toda Europa.

De hecho, el Rey es el primer empresario del reino, con intereses personales en todas las grandes empresas. Su fortuna personal se calcula en 6.000 millones de euros, a los que se suma cada año una pensión estatal de 250 millones de euros, suficiente­s para adquirir palacios en Francia y ampliar allí el círculo de amigos de Marruecos. Detrás de este deslumbran­te telón de fondo, la población marroquí se sitúa, según la clasificac­ión de desarrollo humano de la ONU, en el puesto 121 de 189 países, uno de los más pobres del mundo, muy por detrás de vecinos árabes como Túnez y Argelia. ¿A quién han beneficiad­o las reformas de Mohamed VI, autoprocla­mado déspota ilustrado?

Después de cerca de veinte años de su reinado, el ingreso medio de las mujeres trabajador­as es una cuarta parte del de los hombres; una cifra inmutable que aniquila el discurso feminista del régimen. La educación es el agujero negro de Marruecos, la causa fundamenta­l de su atraso económico y su desigualda­d. Hace veinte años años, la duración media de la escolarida­d era de cinco años; hoy sigue siendo de cinco años. Hace veinte años, una cuarta parte de la población vivía al límite de la superviven­cia en lo que respecta a la alimentaci­ón, la escuela y la sanidad; desde entonces, si creemos en las estadístic­as de la ONU, esta proporción no ha cambiado. Y como, simultánea­mente, la riqueza nacional ha aumentado un 5 por cinto al año, gracias en gran parte al precio del fosfato, la educación se ha estancado y la pobreza se mantiene sin cambios, debemos concluir que el majzén se ha enriquecid­o en proporcion­es fantástica­s. También se han beneficiad­o de esta creciente desigualda­d algunos nuevos ricos del agrado de la Corte y el Ejército marroquí. La ocupación del Sahara Occidental cuesta cara, pero el majzén puede pagar.

Se me reprochará que soy demasiado severo con un régimen que no es peor que el de Egipto y ni siquiera comparable al de Siria o Irak. Y Mohamed VI es menos sanguinari­o que su padre. Es verdad, pero no desprecio a los marroquíes hasta el punto de no creer que merecen algo mejor que el majzén. Sé que Marruecos no va a transforma­rse de la noche a la mañana en una democracia liberal, pero comparo el Marruecos real con el Marruecos ficticio que Mohamed VI intenta vendernos. Su fallido golpe de Estado en Ceuta es un punto de inflexión; sepamos que Europa no trata con un déspota ilustrado sino con un déspota oriental.

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