No les duele España
Sánchez se desgasta con la tramitación de un indulto que la Generalitat, crecida, considera insuficiente
Si la clave para pervertir un proceso político parte de la manipulación del lenguaje, hay que reconocer los avances realizados en este campo por Pedro Sánchez para terminar de arreglar, o empeorar, le da lo mismo, aquello que calificó de «problema de convivencia». Se mueven en el mismo campo semántico el presidente del Gobierno y el de la Generalitat catalana. Si el primero dijo, inspirado por Salomón y el ‘Turn, Turn, Turn’ de los Byrds, que «hay un tiempo para el castigo y otro para la concordia», Pere Aragonès saca la guitarra y se pone flores en el pelo. Estamos en vísperas de otro verano del amor, al que se anticipan, adelanto de temporada, Pedro y su tocayo, situados ya en una dimensión que solo pueden alcanzar creadores de la talla espiritual del autor del Eclesiastés. Pere Aragonès recita el salmo del dolor de los presos políticos –ayer lo repitió– y Sánchez le responde con la antífona de la venganza y la revancha. La semántica del sufrimiento los delata y homologa. No es raro que se crucen mensajes de WhatsApp y que hayan quedado para verse esta semana. Sin embargo, el sacrificio que está dispuesto a hacer el presidente del Gobierno –institucional, no solo político, por lo que nos toca y le toca, que es distinto–, contrasta con el desdén con que el nacionalismo infravalora su entrega. El indulto no pasa de ser para Aragonés un «alivio del dolor», como retrasar una hora el cierre de la hostelería. Sánchez se tira por el barranco de Iván Redondo y la Generalitat se pone a consultar el VAR para dictaminar que no ha sido nada.