Biden conmemora a las víctimas de la peor masacre racista de la historia de EE.UU.
▶ El linchamiento de Tulsa, con más de 300 muertos, quedó en el olvido durante casi un siglo El presidente hace el viaje justo un año después de que estallara la última ola de protestas raciales, tras la muerte de George Floyd
Un año después de que en Estados Unidos volviera a prender la llama de la protesta racial, con manifestaciones, saqueos y disturbios generalizados, el presidente Joe Biden voló ayer a la ciudad de Tulsa para honrar por primera vez a las víctimas de uno de los peores linchamientos masivos de la historia, con más de 300 víctimas de raza negra en un estallido de racismo violento del que se cumplieron justo 100 años. En su visita, el presidente repudió lo que describió como «una de las peores masacres» de la nación y escuchó a los únicos tres supervivientes vivos.
Biden acudió a esa ciudad de Oklahoma de 400.000 habitantes con una nutrida representación de su gabinete para recordar la destrucción de uno de los barrios más prósperos de la comunidad afroamericana de EE.UU. por una falsa denuncia de una mujer blanca que dijo haber sido agredida por un joven limpiabotas de raza negra. Esta masacre fue olvidada durante un siglo, hasta que ha sido revisitada durante los disturbios raciales del año pasado y la exitosa teleserie ‘Watchmen’.
Biden es el primer presidente en participar en actos de homenaje a las víctimas de la destrucción racista de lo que en su época se conocía como ‘el Wall Street negro’, el barrio de Greenwood, un distrito financiero y comercial de Tulsa que atraía a afroamericanos de un país todavía segregado.
La falsa denuncia de la joven Sarah Page contra Dick Rowland desató un brote de furia blanca. La turba racista saqueó comercios, incendió edificios y hasta lanzó explosivos desde avionetas privadas, ante la pasividad, cuando no la colaboración, de las autoridades. Aparte de los 300 muertos, miles de supervivientes se vieron obligados a vivir en campos de internamiento que supervisaba la Guardia Nacional, el cuerpo de reservistas estadounidenses. De aquel rico barrio negro, con 30 manzanas, Biden sólo pudo visitar un montón de ladrillos calcinados y el sótano de una iglesia, que es todo lo que queda un siglo después.
Hay muy pocos supervivientes de la masacre de Tulsa, apenas tres, que superan ya los 100 años. Nunca han recibido compensación por las pérdidas materiales y los daños infligidos en la masacre, aunque la pidieron abiertamente el año pasado, e incluso presentaron una demanda para ello.
Desde que Abraham Lincoln prohibió la esclavitud, en 1865, las víctimas de esta y de la más reciente segregación, que aún son muchas, han pedido lo que se llama ‘reparaciones’, una compensación por los daños sufridos, que nunca ha logrado luz verde en Washington. Sí se ha erigido en Tulsa un museo dedicado a la masacre, que ha costado 20 millones de dólares, 16 millones de euros.
Hace aproximadamente un año, el anterior presidente, Donald Trump, también visitó Tulsa, pero para participar en un mitin en plena pandemia, que además tuvo que atrasar porque en su primera fecha coincidía con el día en que se celebra el final de la esclavitud en EE.UU., el 19 de junio. Aquel mitin fue un fracaso de público, y provocó numerosas quejas por la falta de medidas de seguridad sanitaria.
Las protestas raciales del año pasado se oponían tanto a la brutalidad policial como a las provocaciones de Trump, que el 1 de junio de 2020 desalojó a la fuerza una plaza ante la Casa Blanca para hacerse una foto ante una iglesia que había sido incendiada unos días antes. Los activistas y votantes afroamericanos optaron mayoritariamente por Biden en las pasadas elecciones presidenciales.
Desde su llegada a la Presidencia, Biden se ha comprometido a combatir el racismo y los abusos policiales, un requerimiento de la protesta del año pasado, que provocó la muerte de George Floyd después de que un agente blanco le hincara la rodilla en el cuello durante más de ocho minutos.
El agente que mató a Floyd, Derek Chauvin, fue hallado culpable de homicidio en el juicio que culminó en abril. Biden celebró que se hubiera hecho justicia, pero advirtió de que EE.UU. aún tiene mucho trabajo pendiente para saldar cuentas por su pasado racista. «Esto no puede acabar aquí», dijo entonces.
Hace ayer exactamente 100 años, a Viola Fletcher, que entonces tenía siete años, la despertaron sus padres y le dijeron que tenían que irse, corriendo, de casa. De la mano de sus padres, Viola y sus cinco hermanos huyeron de una ciudad en llamas, acechados por una turba racista que acabaría matando a 300 personas. A lo lejos veían las columnas de humo y hasta oyeron el vuelo rasante de los aviones que bombardearon con explosivos las casas del barrio negro en el que vivían. Al final la familia llegó agotada a un paraje a unos 55 kilómetros de Tulsa, y malvivieron, asustados, en un campamento improvisado, como si fueran refugiados de guerra. Recuerda hoy Viola, uno de los tres supervivientes de aquella masacre, saltar sobre cadáveres de personas de raza negra, que ya habían sido linchadas. Estos y otros detalles los compartió en una reciente audiencia en el Capitolio para recordar una de las masacres racistas más graves.
La falsa denuncia de una joven blanca contra un limpiabotas negro desató un brote de histeria racista y un baño de sangre que destruyó para siempre a la comunidad negra más floreciente de todo el país. El trauma provocado fue tan profundo, que la matanza quedó en el olvido durante casi un siglo, sólo en el recuerdo, indeleble, de Viola y los otros dos supervivientes, que ayer se vieron con el presidente Biden.
Ella es la mayor de los tres, pero a pesar de su avanzada edad no le falla la memoria. Según dijo en el Capitolio, ante la atenta mirada de los diputados que la llamaron a testificar: «Todavía veo claramente a hombres negros a los que les dispararon, aquellos cuerpos negros tirados en la calle. Todavía huelo el humo y veo el fuego. Todavía veo cómo se quemaban los negocios negros. Escucho aviones volando por encima. Escucho los gritos. He vivido la masacre todos los días de mi vida. Nuestro país puede olvidar esta historia, pero yo no puedo olvidarla».