ABC (Castilla y León)

Amante del séptimo arte, no le gusta el cine moderno: «Spielberg y Lucas se han cargado el cine con los efectos especiales»

Coordinó la campaña de ‘Volver a empezar’ (1983), de Garci, que le valió el primer Oscar a una película hablada en español

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confidenci­as. «Un día me preguntó si había tratado mucho a Rock Hudson. Yo le traje dos veces a Madrid y le dije que sí, pero que no me había acostado con él. Se echó a reír, se tapó la boca y me contó que ella sí, una vez, rodando la película ‘Gigante’, en Texas», asegura, y señala una foto dedicada del actor, en una taberna.

Se pierde entonces en el museo que tiene por casa, en su adorada calle Alburquerq­ue. Recorre la estancia de un vistazo y se permite hacer de guía por esos recuerdos atrapados para siempre en marcos de fotografía­s. «Otra me la dedicó Alain Delon. Esta es muy buena; en el Palacio de la Música, Grace Kelly y Rainiero, cuando estaban de viaje de novios hicieron aquí el documental de la boda», rememora. se levanta: «Con Chaplin, dedicada, en el Hotel Savoy la mañana siguiente al estreno mundial de ‘Un rey en Nueva York’. Esta es muy importante, con Luis Miguel Dominguín, mi padre y yo», muestra. En algunas aparece el propio Herreros, como una con Taylor, de cuando era periodista y la perseguía; otras tienen unas palabras especiales, como la de Dustin Hoffman: «Es encantador, me llamaba Kiki, vino por ‘Papillon’, pero no me gusta, soy muy viejo ya», explica, y, con su ácido sentido del humor, dice que ya está «esperando a Mr. Jordan», una expresión que le debe a la película ‘El difunto protesta’ y con la que solían bromear los dos Herreros: «Mi padre y yo cada vez que veíamos a un hombre en mal estado decíamos: ‘Ay, que se lo va a llevar Mr. Jordan’. Por eso yo, respetuosa­mente, siempre digo Mr. Jordan».

Herreros habla como Vito Corleone, pero lo suyo son las películas que preceden a la obra de Coppola. Es capaz de recitar por orden las películas premiadas con una estatuilla en la década de los cincuenta, pero el cine moderno no le «interesa», Meryl Streep le aburre y cree que los intérprete­s, ahora, «no son estrellas sino gente normal disfrazada de actores». «Cuando vi ‘Tiburón’, que la estrené en el Gran Vía y en el Lope de Vega, con sus efectos especiales… Spielberg y Lucas se han cargado el cine con los efectos especiales. En Semana Santa vi ‘Los diez mandamient­os’, de DeMille, del 56, y cuando veo ese derroche de gente pasando el Mar Rojo y ahora veo ‘Gladiator’, que todo está pintado… no puedo», confiesa. Eso sí, suyo es el mérito de haber coordinado la campaña de

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‘Volver a empezar’, que convirtió a la película de José Luis Garci en el primer filme hablado en español con un Oscar, y de replicar la gesta con ‘Belle Époque’, de Fernando Trueba. Tiene tantas historias con los dioses del séptimo arte que sus chascarril­los se atropellan. Fue testigo de las melopeas de Robert Mitchum, organizó un pase privado para que Ava Gardner – «bellísima, pero no se ha acostado con tantos como presumen»– viese a Frank Sinatra en ‘No serás un extraño’ (1955) y se tomó con ella un whisky con cerveza en La Mallorquin­a. Inauguró, por orden de Samuel Bronston, el bar Nickass, de Nicholas Ray, en Avenida de América, con «todo el Hollywood de Madrid»; acompañó a Tyrone Power a comprar lotería y se quedó encerrado en un ascensor con Rita Hayworth durante una hora. Incluso tuvo un idilio con la protagonis­ta de ‘Sayonara’. «Hay un refrán que dice: ‘Don’t shit where you eat (no cagues donde comas)’. Yo solo he tenido un lío. ‘One is enough’», reconoce, no sin advertir: «Mis anécdotas son verdad. He tenido que limar, porque si cuento todo…»

Era otro mundo. Uno en el que Hollywood se mudó al Mediterrán­eo y sus películas brillaban como nunca en Gran Vía. Unos tiempos, a partir de los cincuenta, en los que Enrique Herreros se codeaba con el ‘star system’, un infiltrado en la meca del cine que acompañaba a las estrellas en sus correrías. «Madrid era un pequeño Hollywood. Uno iba al Hilton y podía estar David Niven, Cary Grant… En España rodar era mucho más barato porque la mano de obra era más barata y les convenía», cuenta, y dice, riendo: «Con Franco no podías cagarte en él ni decir ‘viva el comunismo’, pero la jodienda…».

Pero todo eso, las capeas, las noches en Chicote, la fiestas de madrugada en un piso de Doctor Arce frente al general Perón… se ha esfumado, como sus protagonis­tas. De los catorce cines que había en Gran Vía ya solo quedan tres. «De tarde, después de la función, veías a las mujeres más impresiona­ntes vestidas de punta en blanco saliendo de los cines, los cines llenos. No he pasado por Gran Vía desde hace 4 años. Veo aquello derruido… es mi vida, que está ahí. No puedo», revela. Por eso se resguardó tras su escritorio, en ese despacho que es casi un santuario, y se puso a escribir, recordando. «He puesto todo lo que vi y me he emocionado», susurra. Por suerte queda Herreros para rato, para pararle los pies a Mr. Jordan y mantener viva su memoria.

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