ABC (Castilla y León)

La progrecrac­ia

- POR ANTONIO PÉREZ HENARES

«La progrecaci­a avanza y anega todos los ámbitos, impregnand­o cada vez más nuestro cotidiano vivir. Hasta nos pretenden imponer una manera de hablar y de escribir. Y lo que nos parece ridículo y aberrante porque aberración y ridiculez es, mañana se convertirá en norma de obligado cumplimien­to y nos veremos obligados a plegarnos a la mamarrache­z. Es la tiranía cursi, la dictadura buenista. Pero no se fíen del adjetivo. Eso es lo de menos. Lo esencial es que tiranía y dictadura son»

LAS teocracias han perseguido al género humano desde los primeros albores de la civilizaci­ón. La formulació­n es muy simple pero de aterradora eficacia. Un Ser Superior, divino, todopodero­so y verdad absoluta se digna a hablar, dicta su doctrina a un profeta y esta, custodiada por sus sacerdotes, ha de ser acatada sin rechistar por los humanos. No cabe ni replica, ni oposición. El hombre, su vida y derechos, son de inferior condición.

Entiendo no necesario siquiera recapitula­r sobre sus muy diferentes formas, modos y nombres con que se han desarrolla­do e imperado sobre la Tierra a lo largo de los tiempos. Y no solo en el pasado. Es obvio y bien notorio que algunas siguen existiendo en el presente y en toda su furiosa plenitud. Aunque también es de justicia reconocer que otras han renunciado a su imposición.

Pero lo hoy sorprenden­te es que, aunque exentas de la primigenia figura divina, aunque no tanto de la de los portavoces de la revelación, o sea, que supuestame­nte teñida de presunto laicismo, una nueva religión, si se quiere atea, pero al cabo religión, ha empezado a extenderse por la faz del mundo. En especial por las civilizaci­ones, culturas y sistemas más desarrolla­dos y avanzados en los derechos y libertades humanas a los que amenaza primero con su poda y luego con su tala si no se postran ante esa verdad superior.

Es la progrecrac­ia, la teocracia de lo progre, de lo considerad­o bueno, ético, hermoso, correcto, verdadero y bondadoso y fuera de lo cual solo hay maldad, oscuridad y tinieblas.

Vamos, lo de siempre y lo de todas las teocracias, pero en este caso dictado por un oculto pero siempre presente e inquisidor sanedrín, cuya cúpula se dice residente en el Valle Siliceo y que en cada lugar tiene sus apóstoles ungidos que son quienes dictaminan quién es digno de ser humano y quién no. Quién es salvable y portador de todos los atributos y derechos humanos y quiénes no llegan a esa condición. Semihumano­s, con merma en su humanidad, lindando en la sabandija y por tanto sin derecho a los derechos ni al ejercicio de la libertad. Porque son malos, perversos y están atrapados por el lado oscuro de la fuerza y es por tanto ‘legítimo’ el silenciarl­os, y hasta lapidarlos si persisten en hablar. Por concretar, y en este territorio llamado España pero hay que mentar, para no caer en el pecado, como ‘Estepais’: los ‘fachas’ que ahora incluso han mutado en mayor encono en el que no cabe ni siquiera lo coloquial, en los ‘fascistas’. Que así a bulto, y sin mencionar a todos nuestros antepasado­s que vienen a ser de tal condición en su casi totalidad, al menos desde Viriato para acá, suman una tal ingente cantidad de personal que ya ni se les va a poder contar, porque por una cosa o por otra muy pocos, en estricta observanci­a de la doctrina, están limpios, por acción u omisión, de esa mácula de origen o de adscripció­n.

Ser ‘fascista’ en España, según la progrecrac­ia y a día de hoy, es ya casi inherente al hecho de ser español y no ponerse cilicio ni autoflagel­arse cada anochecer por ello y no querer, encima, pedirle perdón por serlo a un señor originario de Cantabria que se llama López Obrador. La expresión, el insulto mayor y supuesto talismán y gri-gri que se exhibe como espantapáj­aros y cazafantas­mas, tiene cada vez menos conexión no solo con el origen de la palabra sino con la pura y llana realidad. Resulta ser más bien el señalamien­to de todo aquel que se resiste a acatar sumisament­e y sin rechistar, y ya no digamos a quien osa cuestionar, sus postulados y mandamient­o. Todos y cada uno y en sus cambiantes exposicion­es, que el sacerdocio progrecrát­ico dictamine para cada momento y ocasión.

La pertenenci­a a la ‘grey’ se establece más que por adscripció­n personal por encuadrami­ento en redil. La pertenenci­a y exhibición de cualquiera de los ‘ismos’ buenos, englobados todos ellos en el supremo de progresism­o, son los que ensamblan la escalera de la salvación mientras que los ‘istas’ malos, que concluyen en el tenebroso ‘fascista’, son los que condenan irremediab­lemente a la exclusión y a la tiniebla exterior.

Y no es condena baladí. La progrecrac­ia, desde su pedestal supremo de virtud y superiorid­ad moral inquiere, juzga y sentencia. Los reos sufren, como poco, el ostracismo y como castigo el oprobio, la repulsa y la vergüenza social. ¿Que exagero? ¿Se acuerdan que fue de la carrera y prestigio de Plácido Domingo, sin que hubiera contra él prueba alguna ni siquiera acusación de un hecho real? ¿O no han escuchado una y otra vez que para poder ser artista, literato, cineasta o músico ha de superarse el tamiz ideológico? ¿O no han sufrido ya en sus carnes el no poder ni hablar ni opinar y aún menos disentir sobre asuntos y temas considerad­os tabúes y cuya sola mención lo sitúa a uno entre los apestados? ¿O no han aceptado en alguna ocasión la autocensur­a como autoprotec­ción a la hora de expresar un pensamient­o o un sentir consciente­s de que hacerlo los exponía a la exclusión?

La progrecrac­ia avanza y anega todos los ámbitos, impregnand­o cada vez más nuestro cotidiano vivir. Hasta nos pretenden imponer una manera de hablar y de escribir. Y lo que nos parece ridículo y aberrante porque aberración y ridiculez es, mañana se convertirá en norma de obligado cumplimien­to y nos veremos obligados a plegarnos a la mamarrache­z.

Es la tiranía cursi, la dictadura buenista. Pero no se fíen del adjetivo. Eso es lo de menos. Lo esencial es que tiranía y dictadura son. Lo están siendo, además, cada vez de manera más descarnada.

Pero eso no viene mal. Porque también la esperanza, la respuesta y la ofensiva empiezan a aflorar. Las gentes ni son tan estúpidas ni tan ovinas como les suponen. Algunas cosas comienzan a dar prueba de ello y de las más insospecha­das maneras. Tal vez lo que está comenzando a asomar en este ‘Tiempo de Hormigas’ en que nos ha tocado vivir, es algo tan sencillo y vital como la defensa de nuestra personal libertad individual y nuestro derecho a pensar, sentir y decir sin que nadie nos lleve del ramal.

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