La progrecracia
«La progrecacia avanza y anega todos los ámbitos, impregnando cada vez más nuestro cotidiano vivir. Hasta nos pretenden imponer una manera de hablar y de escribir. Y lo que nos parece ridículo y aberrante porque aberración y ridiculez es, mañana se convertirá en norma de obligado cumplimiento y nos veremos obligados a plegarnos a la mamarrachez. Es la tiranía cursi, la dictadura buenista. Pero no se fíen del adjetivo. Eso es lo de menos. Lo esencial es que tiranía y dictadura son»
LAS teocracias han perseguido al género humano desde los primeros albores de la civilización. La formulación es muy simple pero de aterradora eficacia. Un Ser Superior, divino, todopoderoso y verdad absoluta se digna a hablar, dicta su doctrina a un profeta y esta, custodiada por sus sacerdotes, ha de ser acatada sin rechistar por los humanos. No cabe ni replica, ni oposición. El hombre, su vida y derechos, son de inferior condición.
Entiendo no necesario siquiera recapitular sobre sus muy diferentes formas, modos y nombres con que se han desarrollado e imperado sobre la Tierra a lo largo de los tiempos. Y no solo en el pasado. Es obvio y bien notorio que algunas siguen existiendo en el presente y en toda su furiosa plenitud. Aunque también es de justicia reconocer que otras han renunciado a su imposición.
Pero lo hoy sorprendente es que, aunque exentas de la primigenia figura divina, aunque no tanto de la de los portavoces de la revelación, o sea, que supuestamente teñida de presunto laicismo, una nueva religión, si se quiere atea, pero al cabo religión, ha empezado a extenderse por la faz del mundo. En especial por las civilizaciones, culturas y sistemas más desarrollados y avanzados en los derechos y libertades humanas a los que amenaza primero con su poda y luego con su tala si no se postran ante esa verdad superior.
Es la progrecracia, la teocracia de lo progre, de lo considerado bueno, ético, hermoso, correcto, verdadero y bondadoso y fuera de lo cual solo hay maldad, oscuridad y tinieblas.
Vamos, lo de siempre y lo de todas las teocracias, pero en este caso dictado por un oculto pero siempre presente e inquisidor sanedrín, cuya cúpula se dice residente en el Valle Siliceo y que en cada lugar tiene sus apóstoles ungidos que son quienes dictaminan quién es digno de ser humano y quién no. Quién es salvable y portador de todos los atributos y derechos humanos y quiénes no llegan a esa condición. Semihumanos, con merma en su humanidad, lindando en la sabandija y por tanto sin derecho a los derechos ni al ejercicio de la libertad. Porque son malos, perversos y están atrapados por el lado oscuro de la fuerza y es por tanto ‘legítimo’ el silenciarlos, y hasta lapidarlos si persisten en hablar. Por concretar, y en este territorio llamado España pero hay que mentar, para no caer en el pecado, como ‘Estepais’: los ‘fachas’ que ahora incluso han mutado en mayor encono en el que no cabe ni siquiera lo coloquial, en los ‘fascistas’. Que así a bulto, y sin mencionar a todos nuestros antepasados que vienen a ser de tal condición en su casi totalidad, al menos desde Viriato para acá, suman una tal ingente cantidad de personal que ya ni se les va a poder contar, porque por una cosa o por otra muy pocos, en estricta observancia de la doctrina, están limpios, por acción u omisión, de esa mácula de origen o de adscripción.
Ser ‘fascista’ en España, según la progrecracia y a día de hoy, es ya casi inherente al hecho de ser español y no ponerse cilicio ni autoflagelarse cada anochecer por ello y no querer, encima, pedirle perdón por serlo a un señor originario de Cantabria que se llama López Obrador. La expresión, el insulto mayor y supuesto talismán y gri-gri que se exhibe como espantapájaros y cazafantasmas, tiene cada vez menos conexión no solo con el origen de la palabra sino con la pura y llana realidad. Resulta ser más bien el señalamiento de todo aquel que se resiste a acatar sumisamente y sin rechistar, y ya no digamos a quien osa cuestionar, sus postulados y mandamiento. Todos y cada uno y en sus cambiantes exposiciones, que el sacerdocio progrecrático dictamine para cada momento y ocasión.
La pertenencia a la ‘grey’ se establece más que por adscripción personal por encuadramiento en redil. La pertenencia y exhibición de cualquiera de los ‘ismos’ buenos, englobados todos ellos en el supremo de progresismo, son los que ensamblan la escalera de la salvación mientras que los ‘istas’ malos, que concluyen en el tenebroso ‘fascista’, son los que condenan irremediablemente a la exclusión y a la tiniebla exterior.
Y no es condena baladí. La progrecracia, desde su pedestal supremo de virtud y superioridad moral inquiere, juzga y sentencia. Los reos sufren, como poco, el ostracismo y como castigo el oprobio, la repulsa y la vergüenza social. ¿Que exagero? ¿Se acuerdan que fue de la carrera y prestigio de Plácido Domingo, sin que hubiera contra él prueba alguna ni siquiera acusación de un hecho real? ¿O no han escuchado una y otra vez que para poder ser artista, literato, cineasta o músico ha de superarse el tamiz ideológico? ¿O no han sufrido ya en sus carnes el no poder ni hablar ni opinar y aún menos disentir sobre asuntos y temas considerados tabúes y cuya sola mención lo sitúa a uno entre los apestados? ¿O no han aceptado en alguna ocasión la autocensura como autoprotección a la hora de expresar un pensamiento o un sentir conscientes de que hacerlo los exponía a la exclusión?
La progrecracia avanza y anega todos los ámbitos, impregnando cada vez más nuestro cotidiano vivir. Hasta nos pretenden imponer una manera de hablar y de escribir. Y lo que nos parece ridículo y aberrante porque aberración y ridiculez es, mañana se convertirá en norma de obligado cumplimiento y nos veremos obligados a plegarnos a la mamarrachez.
Es la tiranía cursi, la dictadura buenista. Pero no se fíen del adjetivo. Eso es lo de menos. Lo esencial es que tiranía y dictadura son. Lo están siendo, además, cada vez de manera más descarnada.
Pero eso no viene mal. Porque también la esperanza, la respuesta y la ofensiva empiezan a aflorar. Las gentes ni son tan estúpidas ni tan ovinas como les suponen. Algunas cosas comienzan a dar prueba de ello y de las más insospechadas maneras. Tal vez lo que está comenzando a asomar en este ‘Tiempo de Hormigas’ en que nos ha tocado vivir, es algo tan sencillo y vital como la defensa de nuestra personal libertad individual y nuestro derecho a pensar, sentir y decir sin que nadie nos lleve del ramal.