«Es habitual que nos llamen y nos pidan que no los busquemos», relatan en SOS Desaparecidos
y un dolor privado que disparó el ‘share’. Aquello era otro siglo y el término tuit no aparecía en el diccionario. Las redes, como cuenta Joaquín Amills, presidente de la asociación SOS Desaparecidos, lo han transformado todo.
«Existe la clásica persona que ve su foto circulando por Instagram y piensa “madre mía, la que he liado” y reaparece», explica el que muchos ya conocen como el nuevo Paco Lobatón.
Amills, padre de un chico de 23 años al que se tragó el mar en un misterio con cabos sueltos y contradicciones, ha hecho de su asociación un ejemplo que copian por todo el mundo. Redes sociales, cajeros automáticos, taxis, medios de comunicación y un equipo de 44 personas diseminadas por la península que trabajan a destajo sin recibir un euro. Han contribuido a que el primer vídeo de las dos pequeñas desaparecidas en Tenerife lo hayan visto más de 30 millones de personas.
Porque Anna y Olivia lo están inundando todo, pero cada año desaparecen en nuestro país una media de 25.000 personas.
¿Qué piensa el padre de un chaval que lleva un año desaparecido al ser testigo de la difusión hiperbólica de otro caso? Pena por quien le falta, pero no solo eso. Las historias que se vuelven más mediáticas, dice Amills, son las que han terminado marcando un antes y un después en los protocolos de búsqueda e incluso en la propia sociedad que los ha ‘consumido’ de forma indirecta. Las asociaciones, eso sí, no hacen diferencias y ya puedes apellidarte Fernández-Ochoa o ser un López anónimo. Apunta Amills que «siempre habrá casos que llamen más la atención a los medios. Es la propia sociedad la que empatiza con más fuerza con ciertas historias. Una radio o un periódico no pueden hacerse eco de cada denuncia que se registra».
Pero, además, juegan un papel importante la insistencia de las familias para llevar la desaparición a los medios e incluso la difusión que puede lograr un pariente bien relacionado. También los desaparecidos tienen contactos. Sin embargo, desde 2016 existe un órgano del Ministerio del Interior, el Centro Nacional de Desaparecidos (Cndes), que coordina las investigaciones de cada denuncia y aquí no hay distinciones. En la mayoría de los casos, la Policía y la Guardia Civil encuentran al desaparecido o son los propios ausentes los que regresan al lugar del que huyeron. Más de un 80 por ciento de las denuncias concluyen con una respuesta por parte de la Policía y dejan de considerarse casos activos. Según el Cndes, la mayor parte –en 2020 casi un 40 por ciento del total– son menores extranjeros no acompañados, los menas, que se fugan de centros de protección. Luego están los menores huidos de su entorno familiar, que se sitúan en torno a un 26 por ciento y, por último –quizás desconocidas aunque más habituales de lo que nos pensamos–: los casos de adultos que se ausentan de forma intencionada, un 23,54 por ciento. Personas que un día, de manera imprevisible, deciden cortar puentes con sus familias, sus amigos del colegio, su trabajo. Se dan a la fuga dejando sus coches aparcados y sus facturas pagadas. Cogen el primer tren, alquilan una habitación en un hotel de una ciudad extraña y ‘resetean’ su vida con la esperanza que siempre tienen