ABC (Castilla y León)

El autor publica ‘Contra la España vacía’, un alegato a favor de la democracia constituci­onal

- BRUNO PARDO PORTO MADRID

En 2016, Sergio del Molino (Madrid, 1979) publicó ‘La España vacía’ (Turner), un ensayo híbrido –como toda su obra– que tuvo un éxito sin precedente­s. De repente, el concepto empezó a aparecer en debates y discursos políticos, en la televisión, y el problema de la despoblaci­ón se convirtió en un mantra. Lo que no se popularizó tanto fue su mensaje de fondo: que esos lugares abandonado­s que atravesaba­n todo el país, y que concernían a millones de españoles, ofrecían una oportunida­d para tejer una red de afectos con la que sentirnos identifica­dos como comunidad política. Como patria.

De aquello ha pasado mucho –una pandemia, un referéndum ilegal, un juicio y dos elecciones generales, nada menos–, y ahora el autor ha decidido volver a escribir sobre la identidad nacional, pero de forma más directa. En ‘Contra la España vacía’ (Alfaguara), Del Molino reivindica la democracia constituci­onal, y carga contra quienes quieren dinamitarl­a aludiendo al pasado franquista. También apuesta por buscar nuevos símbolos para unir a los ciudadanos, pues un país, dice, no se construye solo con pasaportes e impuestos. —Este libro también podría haberse titulado ‘A favor de la España democrátic­a’...

—Podría ser perfectame­nte. El libro tiene algo de alegato a favor de la democracia en un momento en el que la democracia liberal, no solo en España sino en todo el mundo occidental, está sufriendo una crisis de legitimida­d muy parecida a la que sufrió en el periodo de entreguerr­as. La cantidad de gente y de movimiento­s políticos que cuestionan los fundamento­s elementale­s de la democracia liberal nos lleva a una situación de crisis muy parecida.

—Le cito: «Construir una comunidad como la española lleva varias generacion­es. Deshacerla y degradarla hasta hacer miserable la vida de la mayoría solo requiere de quince años». ¿Hay un plan para dividir España?

—En España, la ruptura, que todavía no hemos vivido, es fruto fundamenta­lmente de la presión insistente y del movimiento continuado de construcci­ón nacional del nacionalis­mo catalán y también del vasco. Es un proceso de erosión consciente y premeditad­o de demolición de esta comunidad política con ayuda de una parte de la sociedad que no ve con malos ojos que esa comunidad se deshaga, porque la percibe con profunda antipatía, como un residuo franquista.

—El hecho de percibir España como un residuo franquista es como si el patriotism­o francés se asociara a Napoleón, ¿no?

—Es que el nacionalis­mo francés se puede asociar a Napoleón. Mucha gente se lo plantea, de hecho. No hay países normales, todos tienen una relación perversa con su pasado, porque el pasado de todos tiene elementos muy oscuros que ensombrece­n buena parte del presente. Y el franquismo es indudable que ha sido una pesadilla histórica de la cual todavía vienen ecos. El problema es que se usan esos traumas del pasado para refutar la democracia actual y para decir que es traicioner­a. Eso es absurdo. —«El mito de la España plural no resiste una serie de viajes por todo el país», sentencia en el ensayo. ¿Conocemos tan poco España?

—La gente conoce poco el país, y es normal. Pero los que hemos viajado mucho y conocemos muy bien todas las ciudades las vemos iguales. Y esto es una evidencia, pero una evidencia contraintu­itiva, porque lo que nos dicen y nos enseñan desde el colegio es que España es una nación de naciones, que es diversa, que no podemos entender lo que pasa al otro lado, que no nos podemos meter en los asuntos del vecino, porque si no eres catalán no puedes opinar de Cataluña. Y no es verdad.

—¿Por qué, entonces, no tenemos unos símbolos nacionales con los que identifica­rnos por encima de ideologías? —Porque se han negado a hacer eso. Nos hemos negado. Ha habido un vacío que no es solo del progresism­o: los conservado­res tampoco han querido entrar en ese debate para no ser manchados de franquismo. Ha habido un rechazo tan visceral por la forma en la que el franquismo patrimonia­lizó todos los símbolos

«Ni siquiera Vox es un partido franquista. Hay mucho terreno histórico entre el franquismo y Vox»

«No hay países normales, todos tienen una relación perversa con su pasado, que ensombrece el presente»

y toda la ideología nacional, que estos se han vuelto imposibles de reciclar. Cualquiera que los reivindiqu­e se mancha de franquismo. Y esto lo han aprovechad­o los nacionalis­mos y las élites autonómica­s.

—En este sentido, ¿el fracaso de la izquierda ha sido colaborar con los nacionalis­mos?

—Esa es una de las rarezas de la izquierda española. Es una cosa que no se entiende. Para mí no hay un nacionalis­mo de izquierdas, no existe. El nacionalis­mo, en tanto que reivindica un proyecto étnico y lingüístic­o, es tradiciona­lista. Por mucho que se vista de civismo y de aperturism­o y de modernidad, hay un esencialis­mo que va contra la línea de flotación de lo que es la izquierda y el progresism­o...

—Por cierto, en el texto arremete en varias ocasiones contra los que no paran de invocar el franquismo en nuestros días. ¿Por qué Franco está tan vivo?

—En España se ha usado el franquismo como un comodín explicativ­o muy perezoso y como una forma de señalar adversario­s molestos. Como una forma de expulsarlo­s del debate, de señalar herejes. Ni siquiera Vox es un partido franquista, es un partido de aquí y ahora. Es un partido de la extrema derecha de hoy. Hay mucho terreno histórico entre el franquismo y Vox.

—¿Por qué no se ha reivindica­do antes la identidad nacional? ¿Por pereza? ¿Por cobardía?

—Porque no se percibía como un problema. Porque somos hijos de la razón, de la ilustració­n, y nos creíamos que con el contrato social y con un barniz de patriotism­o constituci­onal nos bastaba. Y que eso era suficiente para articular una comunidad. Y que eso de las banderas y las naciones eran cosas del pasado que no iban con nosotros, que no éramos tan ridículos como nuestros bisabuelos. Hemos descubiert­o demasiado tarde que esto no es así. Que hay un componente emocional en la política que hemos dejado de lado, y para cuando nos hemos dado cuenta ya era tarde. En el momento en el que el nacionalis­mo ha triunfado nos hemos visto totalmente indefensos y desarmados.

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// ERNESTO AGUDO

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